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domingo,
18 de
marzo de
2007 |
"Un mundo hermético con sus propios códigos"
Las rutas del tráfico de mujeres conformaron un mercado oculto y cerrado
Osvaldo Aguirre / La Capital
Yvette Trochon (Montevideo, 1943) ha realizado diversas investigaciones históricas y publicado varios libros en colaboraciones con otros autores. En 2003 apareció “Las mercenarias del amor. Prostitución y modernidad en el Uruguay (1880-1932)”, la primera parte de una extraordinaria investigación que tiene su complemento en el reciente “Las rutas de Eros. La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1880-1932)”, por el cual recibió en Montevideo el prestigioso premio Bartolomé Hidalgo.
“Las rutas de Eros”, publicado por Taurus, se distribuye a partir de este mes en la Argentina. A través de una investigación minuciosa, que la llevó a consultar archivos en Argentina y Brasil, Trochon reconstruye una historia que hasta el momento había sido conocida de modo parcial, desde la implantación de las redes de tratantes de blancas, hacia fines del siglo XIX, hasta su desbaratamiento, a mediados de los años 30 del siglo XX. El libro incluye abundante documentación fotográfica, ilustraciones y cuadros estadísticos y descubre aspectos desconocidos de la historia, como la existencia de un sector de tumbas reservadas para ex proxenetas en el cementerio de La Tablada, y las proyecciones que asumió la Sociedad Varsovia (luego Zwi Migdal), pantalla utilizada por los rufianes, en Uruguay y Brasil.
—Este libro me llevó mucho tiempo, pero descubrí muchas cosas —dice Trochon—. Y descubrí muchas cosas también porque me llevó mucho tiempo (risas). Claro, porque es una investigación con un objeto de estudio particular. Una cosa es cuando tenés un suceso, un hecho político, un elemento a partir del cual vas construyendo el relato; acá había que ir buscando indicios, pequeñas pistas. Y rápidamente me di cuenta que no podía abordar la trata de blancas en una perspectiva nacional porque era desconocer el carácter intrínseco del fenómeno, de nomadismo, de movimiento.
—¿Cómo abordó esa cuestión?
—Tenía que hacer una mirada regional, buscar las pistas de esos flujos de proxenetas, traficantes y mujeres que vinieron al Río de la Plata y a Brasil. Y fundamentalmente el tema de la Varsovia y la Zwi Migdal: es decir, ver cómo esos individuos, que eran repudiados por los miembros decentes de la colectividad, mantuvieron sus pautas de etnicidad, su religiosidad. A mí eso me conmovió. Repudiados como eran, podían haber abandonado su carácter de judíos. Sin embargo no lo hicieron y el hecho de que tuvieran su sinagoga, su cementerio, el teatro, que trataban de cooptar, es un fenómeno sumamente atrapante para un historiador.
—¿Cómo descubrió las tumbas de antiguos proxenetas en el cementerio de La Tablada?
—Fue un hecho totalmente fortuito. Me encontré con una persona que era descendiente de un miembro de la Zwi Migdal, una mujer de gran valentía y sensibilidad. En una reunión me dijo que había una gran cantidad de integrantes de la Migdal enterrados en el cementerio sefaradí de La Tablada. Nunca había leído nada sobre ese cementerio. Cuando llegué no podía creer lo que veía. Había personajes importantes, como Simón Brutkievich (último presidente de la Migdal).
—A veces, estos personajes son objeto más de censura que de estudio. ¿Cómo se situó ante ellos?
—He trabajado sobre categorías estigmatizadas, con individuos que pertenecen a submundos con sus propios códigos, con sus propias pautas. La actividad de los proxenetas era deleznable, pero uno tiene que despojarse de los prejuicios que trae y tener una mirada de comprensión sobre esos fenómenos. Tratar de comprender la prostitución como fenómeno social global y a las prostitutas; y en el caso de la trata de blancas también me interesaban la dimensión de ese tráfico y los proxenetas. Cuando uno puede rescatar al individuo, empieza a darse cuenta de que en esas historias individuales hay una gama de variantes: están los seres desalmados que explotaban a las mujeres de la forma más terrible pero hay muchos otros que no eran así. Es un mundo hermético para nosotros, con sus propios códigos; entonces no tenemos que utilizar nuestros códigos.
—¿La Zwi Migdal también operó en Uruguay?
—Lo que pude apreciar es que había lugares muy relevantes para esos traficantes como mercados de colocación de mujeres: Buenos Aires y Rosario, indudablemente. Después había otros mercados que tenían otras categorías: por ejemplo, Brasil, donde también estuvieron los de la Migdal. Según algunas manifestaciones, muchas veces las mujeres que ya no eran queridas en los prostíbulos de Buenos Aires o Rosario iban para allá, había un movimiento de mujeres que daban un giro por distintos lugares. Uruguay fue un espacio articulador entre esos mercados, un lugar de refugio y una zona de distribución, donde traer a las mujeres, para después llevarlas a Buenos Aires o Rosario.
—¿Cómo se explica la declinación del fenómeno?
—Desde 1933 en adelante la situación se complica, sobre todo para los traficantes judíos. Aparte del desbaratamiento de la Migdal en el año 30, creo que el hecho de que no se reconstituyera no depende tanto de ese suceso puntual sino de que las condiciones en la década del 30 variaron radicalmente. En Argentina con el golpe de Uriburu, y a nivel internacional con el triunfo de Hitler en Alemania y la Segunda Guerra. Después cambian hasta las dirección de los flujos. Hoy día sigue existiendo la trata de blancas, pero son las argentinas, las uruguayas, las peruanas, las que ahora van a Europa, y allá están las redes de traficantes.
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