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 domingo, 18 de marzo de 2007  
Más de 700 voluntarias trabajan en los centros Crecer
Cuando dejó de ser obligatoria la contraprestación de los planes sociales no dudaron en quedarse

María Laura Favarel / la Capital

"No todos los que vivimos en los asentamientos somos choros o drogadictos. Nosotras también trabajamos para hacer algo por los demás", confesó Marta Chávez, de 38 años, que vive en Villa Banana. Ella es una de las casi 700 mujeres que trabajan diariamente como voluntarias en los 33 centros Crecer de la Municipalidad.

Luego de que dos años atrás dejó de ser obligatoria la contraprestación de un servicio a cambio de cobrar el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, muchas mujeres continuaron trabajando. Hoy ya suman más de 700. Van todos los días y dedican cuatro horas a lo que haga falta. No cobran ningún sueldo, pero manifiestan que reciben una importante gratificación, que tiene que ver más con los afectos que con lo económico.

Un botón de muestra lo ofrecen las voluntarias del Centro Crecer Nº14, de Presidente Perón 4534. Sentadas en los banquitos que utilizan los chicos de dos, tres y cuatro años están ellas, entretenidas cortando goma eva con formas de estrellas y peces para que los chicos jueguen en la pileta de lona. En la sala contigua, dos mujeres preparan el almuerzo de los pequeños y otras dos limpian el lugar. Más tarde, cuando lleguen los niños se podrán a su disposición, jugarán con ellos y los ayudarán a comer.


Soledad y compañerismo
Algunas son madres de los chicos otras no Margarita Vallejos más conocida como Marga es una de las más antiguas en el grupo Tiene 42 años y hace diez que comenzó a asistir al centro Cuando mis hijos ya crecieron quise hacer algo porque en mi casa me aburría cuenta Evocando sus primeros años recuerda que comenzó a ayudar en la limpieza y ahora junto con Santa Jiménez es la cocinera oficial

Todos los días, a las 8 de la mañana, Santa y Marga llegan al Crecer. Viven a pocas cuadras, en Villa Pororó. "Yo acá conocí a mis vecinas, porque antes ni nos hablábamos", reconoce Santa mirando con complicidad a Marga. "Me siento bien. Encontré un lugar donde aprendí a valorar que tengo derechos y puedo opinar en mi casa", reflexiona la mujer, que vino desde Chaco hace más de 30 años.

Alejandra Esquivel, de 35 años, es otra de las voluntarias. Reconoce que "al principio no quería venir porque me daba vergüenza". Sin embargo, un día aceptó la propuesta y ahora no sólo asiste su hija, sino que ella es una de las trabajadoras más activas del centro. "Cuando venís te das cuenta de que hay muchas otras personas que están como vos y que aquí podés compartir lo que te pasa", relata.

En el Crecer también se dictan talleres de capacitación. Felipa Molina, de barrio Triángulo, aprendió a hacer su propia huerta, donde ya cosechó remolacha, acelga, lechuga y frutillas. Más adelante volvió, pero para ayudar. Ahora se encarga de que las salitas estén relucientes. "Aquí me enseñaron a hablar con mis hijos en cambio de gritarles como hacía cada vez que traían una mala nota", refiere Felipa mirando a sus compañeras con emoción. "Esto cambió mi vida familiar -prosigue-. Entendí que debía sentarme con mis hijos y conversar con ellos", manifiesta con voz entrecortada la mujer que apenas pudo terminar la primaria.


Dar y recibir
Gloria Acuña de 54 años empezó los trámites para sacar su documento de identidad gracias a la ayuda de las colaboradoras del centro También adoptó un niño que ahora es uno de los tantos que juegan en el patio del Crecer. "Voy a decir la verdad", anuncia, y confiesa: "Cuando vine a traer el nene no me gustaba esto de las colaboradoras". Pero todo cambió cuando entabló una conversación con una de ellas. "Me dí cuenta de que aquí había mucho amor", relata con los ojos cargados de lágrimas. "A mí me dieron una mano muy grande, porque yo no tenía ni papeles", evoca. "Yo aquí no tengo un sueldo, pero tengo a mis compañeras que me ayudan a superar los problemas", dice casi en confidencia.

Marta rompe el hielo y prosigue: "Nosotras trabajamos para los chicos y además tenemos nuestro lugar. Muchas veces nos discriminan porque vivimos en la villa, pero no todos somos iguales", refiere mientras las demás asienten con la cabeza. A su lado, Carmen profundiza el diálogo: "Aquí hay amistad y compañerismo. Vivimos situaciones parecidas y siempre encontramos a alguien que nos aconseje".

A modo de conclusión, Santa, una de las más antiguas, asegura: "Yo les diría a todas las mujeres que se acerquen, que aquí las recibiremos con los brazos abiertos".


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El Centro Crecer Nº14 es un ejemplo de lo que sucede en otros 32 jardines.

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