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domingo,
03 de
diciembre de
2006 |
[Rescates]
Recordando al otro Montecristo
La exitosa serie televisiva tiene un modelo célebre: la novela de Alejandro Dumas. Aquí se ofrece una nueva lectura de esa obra
Gladys Onega
Un día quise que la adolescencia insaciable calentara el seso dormido y compré "El Conde de Montecristo", la novela de Alejandro Dumas. No me asustó el precio, era barato, sino el tamaño: 1080 páginas. Temí que no lo pudiera sostener y descarté la lectura deleitosa en la cama. Un cálculo rápido de 50 páginas por día, me dio 20, tal vez 21 días. Lo tragué en 15.
"El Conde de Montecristo" fue publicada entre 1844 y 1845 en París en forma de folletín y después traducida a todos los idiomas imaginables, publicada en incontables ediciones, adaptada al cine, al teatro, la televisión y, este es el gran mérito por el cual podemos decir sin dudar que es un gran relato, leído por millones de jóvenes como su iniciación en el amor por la lectura, por adultos nostalgiosos de esa juventud y por viejos cuyas precariedades jubilatorias no les han impedido comprarse un libro o acudir a una biblioteca generosa.
Con "El Conde de Montecristo" venían en forma natural "Los tres mosqueteros", "El vizconde de Bragelonne", "Veinte años después", y Eugenio Sue y "Los misterios de Paris", "El judío errante", y ya con un par de años más "Los miserables", "Nôtre Dame de Paris" (por todos llamada "El jorobado") de Victor Hugo. Lo cierto es que con esos libros aprendí casi toda la historia de los reinos de Francia y de sus repúblicas.
Distintas edades traen sus distintas lecturas. En esta tal vez segunda lectura, cuando tengo mucho tiempo, mucha crítica, mucho relativismo y poca ingenuidad, "Montecristo" es menos mágico que años atrás. Comienza brillantemente en 1824, cuando un marinero de 19 años, Edmundo Dantés, en el mismo día de su casamiento con la bella, honesta y pobre Mercedes es entrampado con la acusación de conspirar para restaurar a Napoleón, exiliado en la isla de Elba. Sin juicio legal, enredado en intrigas, lo embarcan a la isla de If, donde está el ominoso castillo y prisión destinada a condenados por crímenes políticos gravísimos. En las mil páginas siguientes hay muchas escenas, momentos, personajes, diálogos deliciosos, correrías de piratas y contrabandistas italianos, la descripción del descubrimiento de la fabulosa gruta del tesoro, la revelación de las transacciones bursátiles, la seducción universal del personaje. Sólo el final es arduo.
Naturalmente, esa opinión de quien tiene las mil páginas en sus manos para leerlas todas juntas no debió ser compartida por los lectores que la leían en formato de folletines en el Journal des Debats, para el cual producía el molino de escritura de Dumas. Por no decir nada de la satisfacción del propio Dumas, quien sabía que cuanto más larga fuera la novela más francos cobraría. Este personaje literario, personaje en sí mismo, hijo ilegítimo de un marqués francés y de una esclava negra de las colonias caribeñas era ya un exitoso dramaturgo pero el toque de la fama le alcanzó verdaderamente con la publicación de "Los tres mosqueteros" y "El Conde de Montecristo". A partir de allí vivió como escribió, en la opulencia, en la sensualidad, en la fábula y viéndose obligado a fabricar libros y notas para pagar sus enormes deudas (¡Lo mismo que Balzac!). Se sabe que empleó asistentes a docenas, publicó alrededor de dos centenares de libros y, al mismo tiempo y tal vez impulsado por la misma fuerza creadora, fue padre de varias docenas de hijos. Una vida corriendo carreras con sus deudores. Murió de un infarto en 1870.
Algunos otorgan a Dumas el mérito de haber rescatado la novela histórica del estilo pesado o monótono de Walter Scott y sus imitadores. No hay duda que se tomó muchas libertades con la verdad -como lo hicieron y hacen los novelistas históricos o autores de novelas históricas- pero era un maestro en seguir una trama, una corriente de la cual ni él ni el lector emergían. Es una historia de todos los tiempos, una obra de arte de escapismo que saca al lector de la prosa de la vida diaria. La figura glamorosa de Dantés, que triunfa sobre la injusticia y que con sus riquezas ilimitadas y con el poder que le proporciona la riqueza, con la inteligencia y la convicción de que cumple una misión casi divina que puede controlar el Destino, castigar a sus enemigos y premiar a los buenos es un deseo que está en la mente de cualquier persona que quiera vengarse de sus enemigos, de hecho o en sus fantasías. Es notable que esta novela haya sido considerada en muchas ediciones como literatura para niños y adolescentes, cuando abunda en infanticidios, suicidios, consumo deleitoso de drogas, ejecuciones públicas, travestismo y lesbianismo, delincuencia aprobada y sancionada, entre otros escándalos menores.
Es imposible no entrar con cuerpo y alma en la personalidad de Edmundo Dantés, y en su metamorfosis de un feliz e inocente joven en el día de su matrimonio al misterioso Conde en cuyos ojos se adivinan, y a veces se ven, rayos oscuros de misantropía y de odio. Difícilmente se encuentre una transformación más convincente fuera de la literatura fantástica. Poseído por un deseo de venganza llega a la cima de las emociones con la que cualquier persona traicionada u ofendida al extremo puede identificarse. Durante 14 años Dantés languidece en el castillo de If, en una isla rocosa del Mediterráneo de la cual escapa de manera casi, pero no completamente, imposible. Cuando huye tiene en mente una sola cosa: "Para compensar lo que yo he sufrido. Para cobrarme ese sufrimiento hondo, profundo, infinito, eterno, debo devolver un sufrimiento tan parecido o igual al que me infligieron o se permitió que me infligieran". Recuerdo cómo reaccionaba yo como lectora adolescente a estas idas y venidas dilatorias, pero como adulta, deseaba saltearme algunas páginas para llegar al fin, que se resolvió en cuatro páginas. No me atreví.
Otros lectores pensarán que todos los detalles son pertinentes porque hay muchos asuntos en el libro y todos los subtemas, subpárrafos y subintrigas son necesarios. Dumas ha metido en el libro no sólo la venganza del protagonista sino casamientos arreglados, bandidos, duelos, política francesa, restauración napoleónica, la economía del puerto de Marsella, la arquitectura y decoración burguesa, etcétera. El autor es un observador sorprendente y saca todo sus conocimientos sin "creérsela", sin pizca de vanidad, naturalmente y, creo, por eso no abruma.
Como ejemplo único, es notable la creación del personaje "el conde de Cavalcanti" y la manera casi candorosa como el Conde le aconseja para que se maneje en el mundo rapaz de los nuevos ricos de París: "Tu vida es una novela y, aunque a la gente le encantan las novelas escritas o publicadas, son muy suspicaces con aquellos que se presentan como pergaminos vivientes, aunque ellos estén tan sobrecargados de prosapia como la que tú te inventarás. Tú serás en la medida que lo creas y seas." El lector conoce a este personaje como inventado e instrumental al objetivo de la venganza, pero lo sigue con fervor, incluso le tiene piedad, porque cuando la venganza se cumpla el falso Cavalcanti va a volver al arroyo de donde salió. Dumas nos recuerda aquí, y en muchos pasajes, de manera breve e ingeniosa, que estamos leyendo ficción y que el roce con la verdad es muy leve e incierto.
A pesar de todas las coincidencias improbables y los saltos hacia lo desconocido "El Conde de Montecristo" tiene el sello de la verdad. En gran medida esto se debe a que el Conde no es meramente uno de los grandes personajes novelísticos sino que desafía la convencional idea de que en el relato popular no tiene cabida la transformación de personajes, que son iguales de la primera a la última página. Todos sabemos quién es él -Edmundo Dantés- pero esta vida desconocida y misteriosa que intriga a quienes lo encuentran también nos intriga a nosotros, y el gradual descubrimiento de las muchas vetas o capas del personaje es fascinante, creíble y algo más que un poco estremecedor.
El siglo XIX fue el siglo del romanticismo y de la novela y el conde de Montecristo es uno de los personajes románticos supremos como -elegidos al azar- lord Byron, los Dumas, Napoleón, los corsarios, los libertadores, los revolucionarios de las barricadas, las enamoradas eternas, las hijas víctimas, los padres explotados, los bandidos. Una invitación en firme al lector de esta nota: por unos días compartamos la conocida TV de nuestro siglo y sumerjámonos en los olvidados libros del pasado. Diversión garantizada.
Gladys Onega es autora de "La inmigración en la literatura argentina" (ensayo) y "Cuando el tiempo era otro" (memorias).
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