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domingo,
03 de
diciembre de
2006 |
Viajeros del tiempo
El tatarabuelo del teléfono celular. Hermann Hannemann, de Berlín, ha inventado un teléfono de bolsillo. Como el uso de las campanillas eléctricas es casi general, los hilos de éstas pueden utilizarse para comunicar telefónicamente. El teléfono de bolsillo deberá enchufarse donde están los hilos de las campanillas que existen en los hoteles, hospitales, en las casas particulares, etcétera, y es de esperar que cuando cada individuo lleve su teléfono de bolsillo todos podamos comunicarnos desde habitaciones distintas, bastando para ello sacar nuestro teléfono como hoy sacamos nuestro reloj.
A juicio por un beso. Los tribunales de Munich tienen en sus manos el caso de una de las actrices más guapas de los teatros de esa capital que demandó por una fuerte indemnización pecuniaria a un actor, galán joven, que se atrevió a darle un beso en una escena de amor. La demandante alega de que el beso en el teatro debe ser figurado o fingido. Por su parte, el demandado dice que sólo siguió al pie de la letra las indicaciones del autor de la obra en la parte que dice: “Fulano le da un beso a su amada”. Añadió que él es partidario de la verdad en el teatro y que como la actriz es muy hermosa y estaba sugestionado en la escena de amor en la que decía y escuchaba toda clase de ternezas, la besó impulsivamente y como obedeciendo a una fuerza superior. No obstante, dijo que sólo ha sido un beso “exclusivamente artístico”, pues ni el más leve deseo carnal turbó su espíritu, ya que dada la grandeza de la escena representada su alma se había elevado a las serenas regiones del amor ideal. A pesar de todo esto, el actor no se cansa de describir con lujo de detalles a sus amigos lo maravilloso de aquél beso, por lo que un indiscreto cronista de los que nunca faltan ha dicho que el actor está enamorado de la actriz y que ésta lo rechaza. La púdica artista, por su parte, ha dicho al empresario que abandonará el teatro si su compañero “continúa detallando” a todo el mundo el hecho que ha originado su molestia.
No siempre el perjudicado es el paciente. Los médicos chinos no visitan al emperador como a otro cualquier cliente sino que deben pasar por un raro ceremonial. El célebre doctor Chen fue llamado al palacio para tratar a su amo y como honorarios se le abonaron 6.000 taels. Antes de ver al enfermo, se le advirtió que no podía hacerle pregunta alguna, que necesitaba atravesar la habitación de rodillas y que le estaba prohibido tomarle el pulso: sólo se le consentía aplicar de plano la mano sobre el cuerpo del emperador. Llegado a la presencia de éste, la emperatriz fue la encargada de describirle los síntomas del enfermo. Lo más gracioso del caso fue que después de la visita, y temiendo el doctor chen por su vida, quiso alejarse de Pekín. Pidió entonces poder irse diciendo que tenía una madre anciana y enferma que tenía que cuidar, pero para otorgarle el permiso de poder regresar a su casa le cobraron 18.000 taels, así que la gloria de haber visitado a su soberano le costó 12.000 taels.
Investigación y realización Guillermo Zinni ©
La Capital 1900/1905
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