Año CXXXIX Nº 49312
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores
Mundo digital



suplementos
Ovación
Señales
Escenario
Economía
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Salud 29/11
Página Solidaria 29/11
Turismo 26/11
Mujer 26/11
Economía 26/11
Señales 26/11
Educación 25/11
Estilo 18/11
Chicos pero grandes 11/11
Autos 26/10

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 03 de diciembre de 2006  
Panorama político
Del placard a chico de la tapa

Mauricio Maronna / La Capital

Como Carlos Menem con Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf, el presidente Néstor Kirchner decidió que su vicepresidente se interne en la cenagosa provincia de Buenos Aires como candidato a gobernador.

La política argentina siempre mira para atrás, sus gobernantes bucean en los ejemplos del pasado como si allí reposara la salida del laberinto. El futuro parece repetir el pasado como si se tratara de un museo de grandes novedades.

En tiempos de "copie y pegue", lo inmediato supera a la perspectiva y las tácticas han dejado a las estrategias en un cajón cerrado. Todos se encargaron (y se encargan) de tirar las llaves para que el arcón no se reabra. Daniel Scioli es para el gobierno nacional lo que George Harrison representaba para los Beatles: "Un hombre funcional, casi invisible, entre dos egomaníacos incurables" (John Lennon dixit).

Cuando el estilo K formateaba un bill de indemnidad para quien abonara al "espacio", el vicepresidente fue condenado al infierno por intentar mantener un intersticio de independencia.

El tiempo es veloz en la cocina del poder, la agenda mediática nativa cada vez se vuelca más a la instantánea, al aquí y ahora, pero apenas excepcionalmente pone su mirada en lo que fue como trampolín hacia lo que vendrá. Mirada cortoplacista, dicen los sociólogos.

En agosto de 2003, el entonces ultrakirchnerista Miguel Bonasso declaraba a los cuatro vientos que "a Scioli el presidente lo guardó en el placard", la prensa adicta recordaba "el pasado menemista" del ex motonauta y el propio jefe del Estado admitía entre sus íntimos que se había equivocado al aceptar que fuera su compañero de fórmula.

La trituradora de Balcarce 50 no se anduvo con chiquitas: borró de un plumazo toda la Secretaría de Turismo y Deporte, un área repleta de colaboradores-amigos del vicepresidente. El fantasma de la reedición del episodio Chacho circulaba en las redacciones y la posible renuncia de Scioli era algo más que una hipótesis lanzada por mentes afiebradas.

¿Cuál había sido la herejía del vice? Manifestar que el gobierno preparaba para fin de año un "aumento diferencial" en las tarifas de los servicios públicos y mostrarse en desacuerdo con que el Parlamento hubiera anulado las leyes del perdón. El presidente no lo recibía ni le atendía el teléfono, le mandaba mensajes de odio a través del programa oficialista CQC, y la segunda línea del gobierno atiborraba los teléfonos de los periodistas amigos pasando data sobre un supuesto intento del titular del Senado de crear un "contrapoder" con empresarios (entonces una mala palabra para la Casa Rosada).

Jaqueado, Scioli sólo encontró consuelo en Eduardo Duhalde, quien había impuesto su nombre en el binomio presidencial: "Quedate tranquilo, ya va a pasar. Ni se te ocurra dar un paso al costado". Más allá de algún contrapunto posterior con Cristina Kirchner, quien lo acusó en pleno recinto de motorizar operaciones de prensa en su contra, surfeó la ola, se mantuvo leal al gobierno y no olvidó su notable feeling con gruesas capas de la sociedad.

Si hay que presidir un acto de boy scouts, allá va Scioli con su mejor sonrisa. Si se debe recibir a una delegación mapuche en el Senado, allí está Scioli. Siempre acompañado por sus sacos cruzados, su sonrisa ganadora y su bella esposa, Karina Rabollini, el ex piloto de "La nueva Argentina" esperaba el dulce momento de la revancha.

La tormenta perfecta que llegó desde Misiones hizo tambalear la arrogancia de quienes creen que la alfombra roja estará bajo sus pies por los siglos de los siglos. La sociedad, inmediatamente después del esperpéntico gobierno aliancista, internalizó que a cambio del mantenimiento de la vieja política podría recuperarse la gobernabilidad y evitar la anarquía. Buscó una salida por derecha de la mano de Duhalde, se olvidó de las asambleas barriales y también borró del disco rígido esa consigna que se tarareaba cada vez que los piqueteros del conurbano ingresaban a la Capital Federal: "Piquete y cacerola, la lucha es una sola".

Una vez que el piloto de tormentas cumplió su misión, el objetivo de los mismos sectores que se encandilaron con los dorados 90 pusieron toda la energía en votar contra Carlos Menem en el ballottage, intentando provocarle una humillación en las urnas. Menem huyó, y Kirchner encarnó el cambio de época que las clases medias reclamaban para disipar el sentimiento de culpa.

El primer tramo de la gestión convirtió al presidente en un pretendido líder de centroizquierda que puso como escudos humanos a los organismos de derechos humanos, sacó de la calle a los piqueteros para reciclarlos en tropa oficialista y, en el mismo plano, dejó en el olvido cualquier intento de reforma política.

El mejoramiento de los índices económicos y la bonanza en las metrópolis por el derrame sojero de los alrededores anestesiaron cualquier reclamo de mejora de la calidad institucional.

La reelección indefinida se impuso en la Constitución tucumana sin el mínimo costo político, los superpoderes y la emergencia económica salieron del Congreso convertidos en trámites sumarísimos y las denuncias sobre manipulaciones en la reforma al Consejo de la Magistratura tuvieron menos efectividad que el paraguayo Justo Villar a la hora de cortar un centro.

La angurria por el poder y la falta de sentido común hicieron que la lejana Misiones se transformara en caso testigo para reformar la Constitución nacional, sirviera como certificado de autorización para futuras borocotizaciones e impusiera las reelecciones indefinidas en toda la geografía.

Los mandobles de izquierda, derecha y centro que Piña le propinó al neblinoso Carlos Rovira mandaron a la lona (por ahora y solamente por ahora) la idea de que todo es posible mientras haya una caja abultada dispuesta a aceitar los aparatos y el clientelismo.

Ahí estuvo la bisagra que hizo entrar en razones al jefe del Estado. Rápido de reflejos, pragmático y estupendo lector de la realidad, Kirchner entendió que la táctica ensayada exitosamente por el Frente por la Dignidad sería copiada toda vez que una ecuación electoral se aleje del sentido común. Ahora se lo ve a Felipe Solá con rostro enjuto tras comprobar que la re-reelección fue a parar al fondo del pozo; por los pasillos de Balcarce 50 Aníbal Fernández y José Pampuro maldicen el nuevo cuadro de situación mientras comprueban que el hombre que había estado enclaustrado en el placard se ha convertido en el chico de la tapa.

"Mirá, el Frente para la Victoria podrá servir para ganar algunas elecciones, pero para gobernar hay que volver al PJ", le dijo Kirchner hace pocos días a un importante intendente de la provincia de Buenos Aires que, al menos, conserva la intención de ser candidato a vicegobernador. Los espejitos de colores que vendían los encuestadores a sueldo de la Rosada ahora han quedado devaluados.

El presidente comprobó que Mauricio Macri, Juan Carlos Blumberg y Roberto Lavagna podían lograr el milagro de unirse y arrebatarle el control político de la provincia más importante pero, además, creyó que era el momento de volver a dominar la agenda perdida. Ahí entró en escena Scioli, uno de los pocos dirigentes políticos (además del presidente y Macri) que firma autógrafos en las barriadas más pobres del país.

Pese a tener en marcha los equipos de campaña para pelear por la Jefatura de Gobierno porteña, el vicepresidente aceptó como un soldado la invitación presidencial y ya está dispuesto a caminar la sinuosa Buenos Aires. El escollo más difícil lo deberá sortear frente a la cláusula constitucional que exige "cinco años de domicilio en la provincia con ejercicio de ciudadanía no interrumpida si no hubiese nacido en ella".

Está claro que Scioli nació en Capital Federal y apenas vivió parte de su adolescencia en Ramos Mejía, ciudad bonaerense. Ahora, su vida transcurre en el Abasto, uno de los barrios porteños por excelencia.

Sea cual fuere la resolución, lo que sucedió con él movió el tablero del justicialismo, más precisamente el santafesino, donde el presidente decidió encriptar una decisión interna hasta el mes de marzo (como plazo máximo) para definir quién será el candidato a gobernador, o si Agustín Rossi, Rafael Bielsa y Omar Perotti recorrerán el camino de las internas.

Ahora, la mayor parte de las energías del laboratorio de Olivos se consumen en dilucidar quién será el postulante a vicepresidente del pingüino o la pingüina: Julio Cobos, Felipe Solá y Carlos Reutemann son los únicos nombres en danza para una historia que recién comienza a escribirse.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados