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domingo,
12 de
noviembre de
2006 |
Exposiciones
Jorge Besso
Durante todo el año en muchas ciudades del mundo se inauguran y se cierran las más variadas exposiciones, muestras, ferias o congresos donde se exponen todo tipo de cosas, ya sean del arte o de la industria, la ciencia o la tecnología. En general esto transcurre en unos pocos y extensos días en los que se despliegan ponencias o stands que exponen productos, trabajos científicos o académicos, o bien creaciones artísticas de buena o pésima calidad según sea y toque en suerte. Se puede, alternativamente, estar en los dos lugares del mostrador, es decir en ocasiones ser expositor o en otras ser receptor y espectador de exposiciones. Son acontecimientos sociales en un doble sentido: representan la muestra de lo que determinada sociedad o institución produce y piensa cuando piensa. Y al mismo tiempo, suele ser una ocasión más que propicia para el encuentro con conocidos, pero también con gente a conocer, en suma oportunidades para el aburrimiento o la diversión, para las infidelidades más o menos clásicas, o acaso para el inicio de algún amor.
En el siglo pasado había un cita esperada en el encuentro de los sábados en el tradicional baile, en el invierno en los salones, al aire libre en los veranos, tanto en las ciudades como en los pueblos, acontecimiento tan rutinario como obligado, e inmortalizado por Ettore Escola en aquella notable película, precisamente con ese nombre, "El baile", o "Le bal". El baile era esencialmente un lugar de exposición. Claro está que también lo era de diversión y encuentro. Comenzaba y de algún modo continuaba con la exposición de los bailantes o concurrentes.
El baile era el centro, el lugar estelar para el placer o para el padecimiento según las circunstancias de cada cual, ya que la exposición que el baile representaba segmentaba a los concurrentes entre aquellos que hacían de la exposición su protagonismo, es decir los reyes del bailongo. O los otros, aquellos a los que la exposición los empujaba para atrás, es decir para la inhibición. La exposición tenía su momento más manifiesto y más nítido en lo que podría llamarse la etapa pre verbal del baile, es decir los momentos en que entre las mujeres, habitualmente sentadas y los hombres de pie, se cruzaban y entrecruzaban miradas. Miradas que había que saber leer de alguna manera para seguir con el paso siguiente, el cabeceo, consistente en un movimiento por parte del varón en busca del asentimiento de la mujer que significaba el acceso a la pista de baile, y una aproximación al cuerpo y al alma. En ese orden.
El vistazo con relación al alma se conseguía con la conversación durante el esperado baile, circunstancias sin dudas de una exposición aún mayor, ya que en ese tramo había que exponer y por tanto exponerse frente a la dama que evaluaba las habilidades como bailarín y las dotes de conversador. En suma cómo era llevada una mujer en la danza y en la parla, los dos aspectos que desde casi siempre han sido muy valorados por la mujer, ya que en esa conjunción estaban en juego el cuerpo y el alma. Desde luego que la mujer siempre iba detrás de la iniciativa masculina, en un tiempo y un espacio en que lo masculino y lo femenino estaban en principio ordenados en un orden ilusorio que aparecía y se presentaba como "natural".
A la vez, ese ir "detrás de las circunstancias" (y de los varones) que era asignado socialmente a la mujer, las condenaba a la espera y lo que es aún peor en caso de no ser electas, es decir de no recibir miradas y menos todavía cabeceadas, a caer en lo que en aquella época se decía: "que había planchado toda la noche". Metáfora tan obvia como dura, en el sentido de que la sufriente mujer ignorada, aunque había podido ir al baile, sin embargo seguía sumergida en la esclavitud del hogar. Eso sí, expuesta y arregladita durante varias horas, rezando para que alguna mirada la toque y le toque, en especial que pudiera acertar en mirarla aquel que ella miraba. Y no que le venga a caer la mirada del masculino de madera que no sabía ni bailar, ni hablar. Con lo que el varón no sólo era un evaluador sino también un evaluado en un escenario como el del baile en que las evaluaciones masculinas y femeninas eran casi siempre lapidarias.
Más allá de estos acontecimientos sociales, lo cierto es que tanto los trabajos, las escuelas, las universidades y demás lugares de encuentros y desencuentros representan de una u otra manera exposiciones para los humanos tanto masculinos como femeninos, o en la diversidad sexual que sea. Finalmente, el mayor problema frente a las inevitables exposiciones de esta vida es que se transformen en el tan temido y complicado estrés. El estresado es un expuesto crónico, atrapado en las exigencias internas y externas de forma tal que su hacer es siempre una respuesta a las circunstancias o a la iniciativa de los otros, ya que su propia iniciativa ha desaparecido detrás de una de las peores derivaciones de la neurosis. Frente a tamaña exposición el estresado está expuesto en cuerpo y alma con lo que muchas veces el organismo enferma por el debilitamiento de las defensas como el último "remedio" para sacar a alguien del escenario cotidiano que se ha convertido en una exposición full time.
Cuando uno se ha convertido en una respuesta andante es el momento de hacerse una pregunta. La pregunta que permita abrir las interrogaciones sobre la existencia de alguien en su sufrimiento. Lo que en el fútbol se llama parar la pelota para poder mirar y salir de la presión de la confluencia de las miradas. La pregunta es el mejor antídoto frente a un quehacer que ha devenido un responder patológico, en tanto el interrogarse sobre uno y sobre lo que está haciendo (y cómo lo está haciendo) es el primer paso para seguir bailando y no que bailen las circunstancias. Laborales o de las otras.
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