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 sábado, 30 de septiembre de 2006  
Editorial
Perros peligrosos: fallo ejemplar

La reciente resolución judicial que condenó al propietario de un doberman que atacó a una nena a pagar una fuerte indemnización debe ser vista como un nuevo paso adelante en el marco de la difícil misión de concientizar a quienes poseen canes de razas potencialmente agresivas. Pero si el grado de responsabilidad social no aumenta, los ataques continuarán.

La problemática de los canes cuya potencial agresividad los torna eventualmente peligrosos para el hombre dista de estar resuelta en la ciudad. Para comprobarlo basta efectuar una recorrida por los principales parques rosarinos durante una tarde soleada de domingo: no resultará tan complejo detectar ejemplares de razas de las características descriptas paseando con entera libertad en los espacios públicos sin los requeridos bozal y correa. Con la inseguridad encabezando la lista de las preocupaciones de la gente, el empleo de perros para la protección de bienes y personas se ha tornado común. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en las cuales el remedio ha demostrado ser peor que la enfermedad que intenta combatir.

   Un reciente fallo judicial merece ser destacado en el marco del análisis del tema: el pasado 12 de septiembre, un tribunal local condenó al dueño de un doberman a pagar veintiocho mil pesos de indemnización más los correspondientes intereses a los familiares de una nena que fue agredida por el animal en enero de 2002, cuando sólo tenía ocho años.

   Las consecuencias del feroz ataque fueron lamentables y pudieron haber sido peores de no haber mediado la oportuna intervención de un tío de la menor. Aun así, los daños y perjuicios causados fueron evaluados por los especialistas como incapacidad en un grado del once por ciento.

   La dramática situación se produjo cuando la criatura fue a comprar un helado a un quiosco cercano a su domicilio y dos doberman salieron de un galpón situado a veinte metros para agredirla con ferocidad inesperada. El testimonio de los vecinos resultó decisivo a la hora de evaluar con objetividad lo sucedido. “Los perros eran dos o tres. Estaban siempre sueltos, sin bozal ni correa y con la puerta abierta”, fue la versión coincidente. Tales dichos fueron decisivos en la conclusión final: el dueño no había ejercido el debido control sobre sus mascotas.

   La crónica diaria da cuenta de que tales ataques distan de ser infrecuentes. Es más, el mismo tribunal condenó en agosto pasado al propietario de otro can a pagar quince mil pesos a la familia de un chico de tres años que resultó agredido también durante 2002. Pese a la reiteración de hechos semejantes —con saldos de variada gravedad, pero siempre penoso—, la situación general aún no registra el grado de mejoría necesario. Y es que para que tal cosa ocurra parece ser imprescindible una modificación de orden cultural.

   Y es que si bien el contralor debe ser estricto, difícilmente pueda el Estado acceder a cada vivienda, construcción o predio. De allí que desde esta columna se apele a la responsabilidad y el buen sentido de cada propietario de perros de raza potencialmente agresiva, como dogo argentino, ovejero alemán, doberman, pittbull, bull terrier, rottweiler, fila brasileño, mastín napolitano y otras. Sólo a partir de la toma de conciencia colectiva será posible neutralizar el latente peligro.


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