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miércoles,
27 de
septiembre de
2006 |
OPINION
Si fracasa el diálogo, fracasa la escuela
Marceloa Isaias / La Capital
Reducir el conflicto planteado en el Normal Nº 1 a la relación entre un alumno y una profesora sería cometer un nuevo error: porque en definitiva el hecho habla de problemas más profundos, ligados a los procesos de democratización en la escuela, a las relaciones de poder y los vínculos entre docentes y alumnos.
Es que si la escuela es incapaz de dar respuesta al pedido de ayuda, de intermediación que formula un alumno, fracasa como tal. La solicitud de Juan Pablo fue correcta, debió ser escuchada y atendida por la dirección de la escuela, y si se consideraba que había un agravio en la nota, habría que haberlo corregido en ese momento. Después de todo, en eso radica el secreto de la educación: en no abandonar nunca esta tarea, en ser oportunos al señalar errores, hacerse las autocríticas necesarias y tener un profundo respeto por los destinatarios de esta noble misión. En estas claves tan simples radicó el éxito de la experiencia de las hermanas Cossettini, por citar uno de los ejemplos más conocidos.
El diálogo, la mediación y las instancias de encuentros son las herramientas irreemplazables para entablar cualquier proceso que pretenda ser educativo. El ser exigentes con los chicos para nada está reñido con estos instrumentos cuando tiene sentido, y se practica desde la autoridad que da el conocimiento, unido a un profundo respeto por el otro. Por el contrario, la penalización por vía judicial de los conflictos que pudieran darse, desconoce de hecho la autoridad institucional para resolverlos, o bien deja al desnudo su incapacidad para dar respuesta.
Los chicos y adolescentes no son tontos, quieren que les enseñen, valoran las buenas enseñanzas y recuerdan de la mejor manera y de por vida a quienes los educaron desde estos parámetros. Vale aquí recordar sus opiniones cuando fueron convocados a decir qué pensaban de la escuela secundaria y en forma inequívoca se mostraron a favor de clases más exigentes, materias con programas claros y profesores capaces de escuchar a sus estudiantes. O bien cuando salieron a defender su derecho a organizarse en un centro de estudiantes, rechazando la vigencia del decreto Nº 817 -aún vigente- aprobado en plena dictadura (año 1981).
Por otra parte, no sorprende el papel ausente del Ministerio de Educación de Santa Fe, siempre ajeno a los grandes problemas educativos. No alcanza con remitir la situación a los "canales orgánicos" de supervisión. El hecho es excepcional por los efectos que ha tenido en la opinión pública y en consecuencia también lo es la oportunidad que abre para debatir, entre todos, conceptos que hacen a la democracia en la escuela.
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