Año CXXXVII Nº 49228
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 03/09
Mujer 03/09
Economía 03/09
Señales 03/09
Educación 02/09
Palabras más 02/09
Salud 30/08
Página Solidaria 30/08
Autos 24/08
Estilo 19/08

contacto
servicios
Institucional


 domingo, 10 de septiembre de 2006  
[Lecturas]
Lo real como veneno
Novela. "Veneno", de Ariel Bermani. Emecé, Buenos Aires, 2006, 232 páginas, $29.

Lisy Smiles / La Capital

El realismo al que adscribe el escritor Ariel Bermani se esparce otra vez de la mano de "Veneno" (Premio Emecé 2006), una novela con claro aroma suburbano; "baranda", dirían sus personajes. Narrada con cierta intención de crónica social, su estilo despejado pero a la vez intenso propone un viaje áspero por un territorio habitado por parejas irremediablemente desparejas.

Quique es un tipo raro. Mete miedo al lector ingenuo y confirma su condición ante un par. Tiene la marca de origen, no la oculta. Al leerlo, su andar deviene en tango, sin remasterizaciones electrónicas, o en todo caso rock, del tipo que se toca en alguna piecita del fondo o en el garaje que ya no ocupa ningún auto.

Llegó a los cuarenta. Sí, llegó porque podría haberse perdido por ahí, dice amar a una mujer que no logra alcanzar, tuvo otras, hijos varios, sin trabajo, madre alcohólica, no paga lo que consume y pelea. Sabe que tiene un pasado y desconoce el futuro. Al pasado vuelve empujado por un presente que no lo contiene. Pero a Quique también le gusta la poesía, es un desencantado de la política, y un cultor de la amistad, aunque ya le queden pocos amigos.

La novela está estructurada en cuatro partes. Cada una de ellas puede leerse como un recorte de la figura de Quique, puntos de vistas, o en todo caso el protagonista bajo la mirada de otros.

En el interior de cada una, breves textos ofician de capítulos. Salvo en una que justamente se llama Veneno, el sobrenombre de Quique, donde el relato se convierte en una cadena de miniaturas. Esa forma mínima de escritura tiene, sin embargo, un efecto doble: produce una intensidad particular y pone el drama personal de Quique en primera persona. Allí, el protagonista habla sin eufemismo. Es como una descarga, en la que Bermani decide desechar al narrador. Las palabras no median, no deben mediar. Es "el habla" cruda de esa voz que se escucha en el suburbio, la que se hamaca en el límite, la que parece no tener nada que elegir, sólo sobrevivir.

En ese camino, el único territorio marcado es la frontera. Esa delgada línea que Veneno parece tensar cada vez que la recorre.

Stella es la mujer que lo enamora desde la tierna adolescencia, cuando la piel de ambos no sospechaba los rasguños que recibiría con el tiempo. Y la encuentra cuando pisa los cuarenta. Se ilusiona otra vez, no lo dice, lo siente en su cuerpo. "Su relación es un vínculo casto", aclara el narrador cuando presenta la historia. Casi una herida absurda, podría decir un tanguero.

En lo cronológico la historia se cuenta a través de 25 años, las voces son variadas. Destacan, claro está, la de Veneno y la de Stella, pero en el medio también hablan las otras mujeres de él, hombres de ella, familiares y amigos, o típicos personajes barriales como los remiseros o mozos de bares.

Esas voces conforman un coro que se hamaca entre las historias, hacia adelante y hacia atrás, recurso que Bermani explota para mostrar el cosmos de Veneno desde distintos puntos de vista.

En el final, ese coro empuja al encuentro entre Veneno y Stella, donde logran hacer realidad la ilusión, y ahí está la trampa que Bermani tiende al lector, la posibilidad de la ilusión.


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Notas Relacionadas
Instantánea


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados