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 lunes, 03 de julio de 2006  
Editorial
No al racismo

Durante los últimos partidos de fútbol que se disputan en el Mundial de Fútbol, en una medida que merece reconocimiento, la Fifa solicitó a los capitanes de cada equipo que leyeran, antes de iniciarse los encuentros, una proclama contra el racismo. El mundo entero vio y escuchó estos mensajes que condenan a un flagelo que, lejos de haberse exterminado, sigue impulsando el desencuentro en la humanidad.

El racismo es un pensamiento, una convicción nefasta sustentadora de que la sangre es la marca de la identidad nacional-étnica y que por ello las particularidades innatas determinan de manera biológica el comportamiento humano. De ello se deriva, para los sostenedores de este pensamiento, que hay seres humanos o grupos sociales inferiores y superiores. Ideología peligrosa para la humanidad no sólo por la falta de toda virtud que motive el amor al prójimo, sino porque en aras de lograr la supremacía y el dominio de una raza se somete, humilla y degrada a las más viles condiciones de vida a los seres humanos considerados biológicamente más débiles.

El racismo, no hace muchos años de esto, floreció de manera execrable y repudiable en la misma Nación que hoy, afortunadamente, muestra al mundo su repudio a tal sostén ideológico a través del deporte. En efecto, el racismo nazista, no sólo repudiable por su mismo contenido, sino por el propósito de exterminar a todos aquellos grupos humanos considerados inferiores, envió a los hornos a más de seis millones de personas inocentes, niños, mujeres, hombres, ancianos. Tanto era el odio que, al decir de un eminente teólogo inglés, "no pudieron matar a los espíritus, pues de haber podido lo hubieran hecho".

Pero el racismo no se ha erradicado de la faz de la tierra y constituye, apenas, una parte de la discriminación que en todas partes y en todos los tiempos se viene sucediendo, sin que cese esta cultura abyecta que muchos seres humanos sustentan como norma de vida, a veces por acción, otras por omisión, en ocasiones con conciencia del pensamiento y obra y en otras de manera inconsciente respecto del daño que se causa.

Los casos de discriminación son numerosísimos y no se circunscriben sólo a la cuestión racial, religiosa o política. Tampoco puede decirse que la discriminación sea ejercida sólo por grupos poderosos, gobiernos o sectores sociales determinados. No es infrecuente encontrar personas comunes que desprecian al prójimo o lo incluyen en un nivel inferior de la escala o de lo llamado "piso vertical", por ser diferente. La discriminación, por otra parte, nace en el no cumplimiento del acto de justicia, de la inobservancia del derecho, del incumplimiento del principio del amor, del no comprender que ningún ser humano puede elevarse sosteniendo como eje o núcleo su personalismo. Lamentablemente, las actitudes egoístas, la explotación lisa y llena de los más débiles, se convirtieron y siguen siendo moneda corriente. El poder de unos se construye sobre la aniquilación de otros, y esto es mucho más repudiable si se considera el grado de desarrollo intelectual que alcanzó la humanidad de nuestros días.

El presidente de la Fifa, Joseph S. Blatter, ha señalado con mucha certeza que "todo aquel que sostenga complacientemente que el racismo no existe en su territorio, no sólo se equivoca, sino que asimismo peca de irresponsable". Es menester, pues, reflexionar y actuar para desterrar la cultura de la discriminación que tanto daño causa no sólo a las víctimas, sino a toda la sociedad, porque impide su crecimiento armonioso.


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