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domingo,
18 de
junio de
2006 |
Tema de la semana
El padre es como el corredor que pasa el testigo en la posta
La Argentina tiene una relación complicada con la figura paterna. A pesar de consagrar a San Martín como el “Padre de la Patria” es factible que cualquier pelafustán elabore las teorías más alambicadas para vender sus libros y que la sociedad se lance a discutir sobre el Libertador. Pero no sobre distintos aspectos importantes de su personalidad sino sobre chismes intrascendentes. Todo enmascarado en esa cantinela reciente, tan a la moda, de “humanizar al personaje”, que sólo esconde un deseo malsano de traficar pescado podrido haciéndola pasar como información histórica.
El padre debería ser ante todo la autoridad, el ejemplo. Y es conocido que a los argentinos en la medida de lo posible no nos gusta que nos fijen pautas a cumplir, sino que en el mejor de los casos queremos cómplices que sean compinches a la hora de darnos un salvoconducto para no respetar las normas. De allí que surja esa imagen del “padre amigo” tan falsa, pues es evidente que el amigo no tiene las responsabilidades de un padre a la hora de pararse frente a un hijo. De allí que más allá de que sea muy bueno que los progenitores jueguen a la pelota con sus hijos y vayan juntos a la cancha, a la hora de fijar la autoridad es importante que hagan de padres y no se trasvistan en amigos. Porque de hecho, frente a las situaciones complejas de la vida, un padre debe tener una firmeza que el amigo puede obviar y sólo confortar con una palmada cómplice.
Grandes mitos de la historia argentina como Carlos Gardel, Juan Domingo Perón y Jorge Luis Borges no tuvieron hijos, con lo cual en ellos la consagración paterna, que encarnaron para la canción popular, la política y la literatura, quedó trunca.
El caso más sintomático fue el del general Perón, quizás, por su honda huella en la historia argentina. Como marido tuvo mala suerte, sus dos primeras esposas, Aurelia Tizón y Evita, murieron jóvenes y ninguna de ellas le dio descendencia. Las mujeres de Perón, según varios historiadores han mostrado, fueron bastante más jóvenes que el líder, con lo cual el general muchas veces tuvo con ellas una relación paternal, pero siempre sin que quedara descendencia.
Toda estructura, una familia o una sociedad, tiene una cabeza. El mundo occidental ha consagrado en el padre esa figura social, por más que muchas veces sea la madre, por diversas razones, la que deba encarnarla. Estando el padre, lo usual es que sea él quien ocupe el lugar simbólico de conductor del grupo familiar.
En nuestro país hay una estructura política, consagrada por la Constitución que es muy presidencialista, con lo cual se reproduce el esquema paternalista aludido. De allí que quienes ocupan el Sillón de Rivadavia influyen tanto en el devenir de la Nación y que cuando ese puesto es ocupado por personajes endebles, como Fernando de la Rúa, se hayan generado tantos problemas. Hasta hoy, de todas maneras, la Argentina es un país que parece no haber logrado la imagen apropiada de conductor que necesita. Sus presidentes más célebres y notorios, de Sarmiento y Rosas a Yrigoyen y Menem, tuvieron complejas y conflictivas relaciones con su paternidad. Dominguito, Manuelita, la hija adoptiva del Peludo y Junior, Zulemita, Máximo Menem Bolocco o Carlos Nair Meza pueden dar fe. Un capítulo especial merecería Diego Maradona, con la presencia permanente de sus hijas Dalma y Gianina y el fantasma de su hijo extramatrimonial Diego Sinagra. Por no adentrarnos en los muchos hijos de Justo José de Urquiza.
Esa dificultad para dar con una sana imagen de la figura paterna sigue en pie porque tras las dudas del período De la Rúa surgió una figura tan contundente y sin fisuras como la de Néstor Kirchner, quien a pesar de su magro 22 % para llegar a conducir cimentó una sólida base de liderazgo. Parecería que el actual presidente responde a ese perfil férreo que gusta y tranquiliza a los argentinos. El problema que tiene es que por ahora no logra o no quiere algo esencial a un padre: serlo de todos sus hijos.
Hasta hoy, Kirchner se propone como esa figura paterna fuerte, pero no concibe cumplir con el papel unificador del padre, que aglutina a todos detrás de su liderazgo pero sin ahogarlos, dejándolos desarrollarse con vistas a algo básico de la paternidad: todo padre es como cada corredor en la carrera de postas que entrega el testigo al próximo para que a su vez éste se lo dé al que sigue. Así es la vida.
En el Día del Padre, vale la pena rendirles homenaje y recordar sus mejores cosas, aunque sepamos que como todo ser humano tienen sus defectos. El buen padre es quien, cumpliendo con su papel, deja un saldo positivo en sus hijos.
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