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 domingo, 18 de junio de 2006  
Reflexiones
"No teniendo bandera..."

Carlos Duclós

"Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río, en esta capital, al ciudadano, brigadier general Manuel Belgrano". Así, con estas palabras, El Despertador Filantrópico, el único periódico de la época que dio a conocer la muerte del creador de la bandera, se refería al suceso. Sólo de toda soledad, como correspondió paradójicamente a muchos de los grandes que lucharon por la libertad y por una Patria engrandecida, murió Belgrano, cuya figura, para muchos historiadores y revisionistas es, junto con la de San Martín, la más prestigiosa, la más noble de cuántos abrazaron la causa nacional. Sin embargo, la historia no ha sido del todo justa con el creador de la Bandera y sólo se lo recuerda por ese hecho, importante por cierto, pero no lo más trascendente a la hora del balance de la vida del prócer. Es más, como siempre ha ocurrido en la nefasta vida política argentina de todos los tiempos, no faltó alguno que pretendiera juzgarlo por ciertas actitudes suyas de índole privada, llegándose incluso a decir que tenía anhelos que no se compatibilizaban con actos naturales. Siempre a aquello que luchó por el bien de una sociedad hubo de manchárselo de algún modo, a veces perverso e inescrupuloso y casi siempre falso. Lo cierto es que si algún pecado se conoce de Belgrano era el de admirar a la mujeres. Belgrano tuvo hijos, Pedro Pablo, por ejemplo, de quien la historia oficial argentina se encargó siempre de disimular debidamente que fue criado y cuidado por otro gran argentino, cuestionado a veces con razón muchas veces sin ella (como corresponde a la usanza argentina): Juan Manuel de Rosas.

Pero estas cuestiones personales del prócer no vienen al caso, sino como hito de referencia para manifestar con cuanta hipocresía se ha desarrollado la vida de la Patria desde los albores hasta el presente y como debieron padecer aquellos que buscaron, como Belgrano, "la felicidad" del pueblo. Abogado recibido con honores en España, economista de fuste, profundamente religioso y piadoso, Belgrano, como Moreno y otros de la época hablaba inglés, francés y alemán porque querían leer a los autores europeos sin intermediarios, sin traductores.


Un estadista
Belgrano no era un militar de carrera, su esencia eran las leyes, pero el fervor por la libertad de esta tierra lo llevó a la carrera militar que comienza en 1806 con la defensa de la ciudad de Buenos Aires ante las invasiones inglesas. Desde allí, y hasta el mismo momento de su muerte, su vida podría decirse que transcurre entre las armas y los proyectos políticos que siempre tendieron al bien común. Este hombre puede medirse por algunas de sus simples y cotidianas actitudes. Se caracterizaba por una misericordia que tenía su génesis en su fe religiosa y es conocido el hecho de que en una batalla en el norte captura a un ejército realista y sin embargo le concede a los soldados enemigos la libertad bajo juramento de no volver a tomar las armas contra la naciente Nación.

Había renunciado a su sueldo de 3.000 pesos en 1810. Luego del triunfo de Salta se le otorgarían 40.000 pesos de recompensa, y él decidió destinarlos a cuatro escuelas públicas que se fundaron en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero.

Sin lugar a dudas, Belgrano tenía claro el concepto de que no podía existir una sociedad desarrollada sin educación, por eso se preocupó notoriamente por el fomento de la educación, creando escuelas, academias e impulsando la creación de escuelas para mujeres. La cultura era otra de las pasiones del prócer, sin descuidar, desde luego, la faz económica que algunos desdeñosamente cuestionan no reparando en el hecho de que las ideas belgranianas no pueden observarse sin instalarse en la época. Belgrano era, en el fondo, un estadista, un hombre que con el camino allanado, con la paz lograda, hubiera dado muchas más muestras de cómo se conduce a una Nación en medio de los derechos satisfechos. Muchas cosas podrían revelarse de alguien que aportó a este suelo no sólo una bandera, sino entrega en la batalla por la defensa ante el embate imperialista y pensamientos sublimes concretados en proyectos y acciones de gobierno.


Una comparación al pasar
En ocasiones, ante tanta degradación política a la que la sociedad asiste surge un interrogante: ¿Es posible que los políticos y gobernantes argentinos no hayan podido, desde muchos años a este presente, imitar el espíritu belgraniano? ¿Es posible que no hayan querido? ¿Es posible que hayan usufructuado el poder olvidándose del propósito sublime del mismo? Todo indica que no han tenido, en ocasiones, la más mínima intención de hacer no ya lo suficiente, sino algo a favor de la paz social.

La sociedad no ha requerido de los gobernantes argentinos de las últimas décadas que hablaran o escribieran inglés, alemán, francés o latín para estudiar los proyectos de filósofos, economistas, estadistas y políticos de renombre internacional. Tampoco ha solicitado la donación de dietas y haberes, ni que se lanzaran con coraje y sublime ideal a luchar batallas cruentas contra el imperialismo de turno, sólo ha pretendido (y lamentablemente parece que la resignación deja al anhelo en pretérito), que se elaboraran proyectos tendientes a morigerar un estado de cosas signado por la injusticia.

Injusticia en diversos ámbitos: injusticia en la faz económica con una tremenda inequidad y una brecha angustiosa entre ricos y pobres y entre ricos y aquellos que luchan penosamente, cada día, para no perder el escaso status alcanzado; injusticia en el ámbito de la salud, de la que son víctimas cientos de miles de personas que no pueden acceder a un derecho primero, fundamental, como es el de recibir cuidados para no perecer; injusticia en la educación, por el triste episodio de no alimentar el intelecto para hacer seres humanos libres y capaces de labrarse su propio destino..., y la lista sigue.

Sigue, por ejemplo, con actitudes que son rayanas con el escándalo, con actitudes que provocarían una severa depresión en aquellos próceres que ofrendaron su vida y sus bienes en aras de una Nación consolidada en la paz, en la justicia y en el crecimiento. La misma depresión que hoy padecen jóvenes sin trabajo, profesionales sin profesión, trabajadores sin ocupación, jubilados sin presente y condenados a una vida miserable, padres angustiados por el sin futuro de sus hijos y una sociedad asolada por la delincuencia a la que nadie presta atención.

La lista sigue con funcionarios y legisladores cuyos únicos proyectos son pergeñar estrategias para proseguir en el poder y así permenecen en campaña electoral (salvo excepciones) cada instante de cada día. Pero de proyectos para comenzar a brindar una mejor calidad de vida al ser humano argentino, eso... ¡ni hablar! Aclárese que esto no es posesión de un gobierno, ni de un signo en particular.

Desde luego, y como no podía ser de otro modo, la resignación forma parte ya de la cultura nacional. El conformarse con lo menos malo (aunque ello en el fondo no sirva de mucho, sólo para mejorar el escenario donde muchos actores mueren literalmente de hambre) se ha enquistado de manera asombrosa. Es cierto que la economía crece, pero no es menos cierto que no crece para todos, como está a la vista de cualquier observador que pretenda ser imparcial en su visión. Por eso desde hace mucho tiempo a esta Patria le hace falta Belgranos que enarbolen la bandera de la justicia social. Que venga y que diga como aquel "...siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional".


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