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domingo,
30 de
abril de
2006 |
Desde adentro. Entran donde no van ambulancias ni taxis
Un grupo de médicos atiende a domicilio en barrio toba
Mucha gente come de la basura, sufre hipertensión, diabetes, chagas y alcoholismo
Laura Vilche / La Capital
Cuando hace siete meses llegaron al barrio una mujer preguntó: "¿Para qué queremos nutricionista y obstetra si comemos de la basura y a los chicos los parimos solas?". Hoy en los barrios tobas Travesía e Industrial de Juan José Paso al 5000 la gente ve pasar a los seis profesionales por la vereda y no sólo los para y saluda, sino que les pide consejos y hasta los invita a entrar a su casa. Son el Equipo para Pueblos Originarios del Programa Médicos Comunitarios de la Nación, quienes ganaron una beca por la que trabajarán hasta diciembre con más de 1.200 personas, en su mayoría tobas y mocovíes. Un lugar que se ganó el mote de zona roja, donde no entran ambulancias ni taxis a pesar de que graves enfermedades están a la orden del día. Y donde irónicamente luce, en lo alto de la esquina de Juan José Paso y Chaco, una leyenda que reza: "Bienvenidos a Empalme".
"A nosotros nos costó cinco meses entrar a las casas, no es fácil, tienen sus reparos con los desconocidos y les cuesta expresar qué les pasa", reconoce la obstetra del grupo, Silvana López Zavaleta. Junto a ella trabajan dos médicos, una nutricionista, un enfermero y una asistente social. Profesionales de Rosario y también de otras provincias que conforman uno de los 16 equipos de la Nación, y el tercero de la provincia (hay dos más en Santa Fe).
En medio de la Semana de los Pueblos Originarios, La Capital caminó junto a ellos el barrio (ver aparte), y compiló las necesidades de la comunidad: piden "encarecidamente" tierras, viviendas, planes de trabajo y un comedor comunitario. Porque como dijo Lidia Suárez, madre de cinco chicos, "acá falta de todo".
Los médicos ya se conectaron con unos 300 pacientes que atienden en el Centro de Salud provincial Nº47 y que de acuerdo a la gravedad de los casos derivan a los hospitales Centenario, Zona Norte y Alberdi. Pero finalmente el vínculo se realiza cuando ellos patean las laberínticas calles de ambos barrios donde se levantan las casas de chapa, cartón, madera y nylon, y se hacinan varias familias (unas 15 personas en promedio, en pocos metros cuadrados).
Las comunidades aborígenes del barrio rescatan la labor de estos médicos y lamentan que su actividad se proyecte sólo hasta dentro de ocho meses. "Justo ahora que alguien se ocupa de lo que nos pasa, que los conocemos de cerca...", se escucha de boca del cacique de la Comunidad Ralagay Yogoñy (Nuevo Amanecer), Carlos Salteño.
No obstante, los profesionales tienen previsto preparar a promotores en salud de la comunidad antes de su partida. Así lo explica el clínico Iván De Mattía. "Daremos talleres en la escuela, donde muchos vecinos se están alfabetizando. La idea es que sepan detectar síntomas como los de la tuberculosis, o tomar la presión. Queremos formar gente que pueda ayudar a sus pares a pedir ayuda a un centro asistencial", destaca el médico. Poder pedir ayuda no es poca cosa en un barrio donde los vecinos hablan poco, no hay teléfonos públicos y "se necesita pedir plata para tomar un colectivo hasta un hospital", remarca Hugo Zeballos, un vecino del barrio Industrial.
Teléfonos no son lo único que brilla por su ausencia en este espacio de dos hectáreas que habitan unas cien familias aborígenes. Tampoco hay luz, gas, agua potable ni cloacas. Los desagües están abiertos desde las viviendas, el agua que circula por las calles a veces se filtra en los caños domésticos. Resultado: gastroenteritis, vómitos y parasitosis. Después están las patologías severas. "Hay un alto porcentaje de chagásicos", afirma Damián Lerman. Y gran cantidad de hipertensos y diabéticos, dos enfermedades ligadas a una mala alimentación. Es que estas familias aborígenes, en su Chaco natal se caracterizaban por recolectar algodón, acá en cambio, "se caracterizan por recolectar basura", dicen los médicos.
No es fácil entonces darles un régimen alimenticio. "No puedo pedirles que coman más verduras y frutas que no pueden comprar -advierte la nutricionista, Noelia Ruatta- pero sí puedo pedirles que usen menos sal, algo que hasta me ha obligado a estar con las mujeres en la cocina".
Héctor Castilla es el enfermero del equipo. Oriundo de Jujuy y colla, sólo conocía Rosario por el Monumento. Ahora, al igual que sus colegas de Buenos Aires y Córdoba, descubrió a parte de su gente. Familias aborígenes que comenzaron a afincanse en la ciudad desde hace más de cinco décadas. Y que, año a año, llegan a partir de mayo tras la cosecha del algodón en el norte.
A todos les llevó un tiempo conocer las costumbres de estos vecinos, tanto como reacomodar algunas ideas previas. "Creíamos que nos íbamos a encontrar con mucha tuberculosis, pero por suerte no", indica De Mattía. Y la obstetra hace su aporte: "Si creíamos que las mujeres aborígenes parían colgadas de una rama nos equivocamos, tienen a sus hijos en horizontal y en sus casas. Y las ayudan comúnmente las mujeres mayores de la comunidad. No obstante, en las visitas domiciliarias han manifestado su voluntad de poder controlar la natalidad. Eso sí, estas charlas nunca se tienen delante de los varones".
El desafío para esta profesional es que las madres, acostumbradas a tener una prole numerosa, consideren importante hacer como mínimo cinco controles de embarazo. Y también que las mujeres se preocupen por la detección precoz del cáncer génito mamario. Los resultados de esa actividad ya son palpables. Mientras este diario recorría el barrio, desde adentro de una casa una mujer llamó a la obstetra. "Me preguntaron si ya tenía el resultado del PAD (papanicolau)", comentó la profesional.
Esa no fue la única ocasión en que los vecinos detuvieron a los profesionales. Una nena se acercó con un libro y explicó: "Se los manda mi mamá para la biblioteca". Es que la actividad de bibliotecarios se suma a las de las campañas de control de presión, glicemia, vacunación junto a la Cruz Roja, y control de peso y talla en los niños.
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