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 miércoles, 19 de abril de 2006  
Editorial
Boleto: la gente, víctima de nuevo

De nuevo el transporte urbano de pasajeros se convirtió en el justificado blanco de las quejas ciudadanas. Esta vez, la causa fue la falta de tarjetas después del aumento del precio del pasaje. Más allá de que el problema es anecdótico si se lo compara con las graves dificultades del sistema, es fiel reflejo de una tendencia penosa: ignorar las necesidades del usuario.

El rol de víctima dista de ser nuevo para el rosarino medio, acostumbrado a lidiar con dificultades de toda índole para lograr aquello que debería ser sencillo y automático. Pero esta vez la bronca tuvo razones más contundentes que las habituales para manifestarse. Por un lado el pasaje del transporte urbano de pasajeros aumentó veinte centavos. Pero el incremento de precio no fue el disparador de la irritación generalizada de los usuarios, sino la odisea en que se transformó para muchos el hacerse de las nuevas tarjetas.

   La respuesta de los quiosqueros era lapidaria, repetida: “No hay“, se limitaban a contestar ante lo que era casi un ruego por parte de la gente. Mientras, en los puestos que contaban con provisión de tarjetas las colas producían vértigo. Otro elemento que generó rezongos fue que otra vez resultó ser el centro de la ciudad el privilegiado. En varios puestos ubicados sobre calles clave, hasta se pudo verificar una excepción a la regla dado que allí se escucharon elogios a la distribución de los cartones, ya que “por primera vez” llegaron con la anticipación suficiente. En numerosos barrios, como contrapartida, las tarjetas brillaron por su ausencia.

    Se insiste: la situación que padecieron anteayer muchos rosarinos no es novedosa en lo más mínimo. De hecho, se podría afirmar sin temor a cometer un error que el usuario es la víctima usual de los desmanejos cometidos con el transporte urbano. Y a esta altura, la resignación parece ser la única respuesta posible.

   La lista de cuestionamientos es extensa, pero repetirla no está de más: coches en estado calamitoso —vetustos muchas veces, otras veces carentes de toda higiene—; frecuencias que obligan a largas esperas en sitios peligrosos, con la consecuente exposición al accionar del delito; cambios de recorrido arbitrarios, inexplicables y muchas veces perjudiciales; vastas zonas de la ciudad afectadas por una cobertura escasa o literalmente inexistente; virtual desaparición de los colectivos durante la franja nocturna, y también en los fines de semana o feriados. Como se ve, el hecho de que las tarjetas falten durante un par de jornadas pasa a ser una simple anécdota dentro del extenso collar de dificultades que pueden enumerarse sin esfuerzo.

   Sin embargo, el hecho es perfecta continuidad de la misma tendencia reprobable a que se ha hecho mención con anterioridad: ignorar lisa y llanamente las necesidades del usuario. ¿No será hora de cambiar la esencia del servicio, más allá de modificaciones meramente cosméticas o apariciones providenciales del Estado municipal para cubrir un rol que no le corresponde? Sólo hace falta escuchar a la gente.


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