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miércoles,
12 de
abril de
2006 |
EDITORIAL
Barrabravas, la barbarie tolerada
La verdadera batalla que libraron en la autopista Rosario-Buenos Aires hinchas de Rosario Central y Boca Juniors dio una nueva prueba de la violencia que subyace en el ambiente del fútbol, como lógico correlato de la que caracteriza numerosos comportamientos y situaciones de la realidad nacional. Es hora de comenzar a poner límites concretos. Y para ello hará falta romper con las complicidades y con el silencio.
Cuando se leía la información publicada en la edición de ayer de La Capital, el estupor era la reacción inevitable. La literal batalla en la cual se vieron envueltos grupos de barrabravas de Central y Boca en un peaje de la autopista Rosario-Buenos Aires a la altura de la localidad de General Lagos es un reflejo fiel de las peores lacras que, como país, sufre la Argentina. Y es que acaso sea un error reducir al fútbol el ámbito en el cual se desatan comportamientos semejantes: si bien este caso en particular resulta particularmente ilustrativo de cómo las divisas deportivas constituyen el perfecto disfraz para el accionar mafioso, lo acontecido anteayer también puede y debería ser leído como una manifestación más de la violencia que azota a la sociedad nacional, a tal punto que ya pareciera que determinados comportamientos inaceptables se han vuelto parte de la idiosincrasia del pueblo.
Claro que lo sucedido entre “canallas” y “xeneizes” es casi increíble: cuando se repasa la crónica, surgen los hechos que delatan la bestialidad y la locura. ¿O de qué manera se puede calificar, si no, a personas que por supuestas razones de antipatía futbolera se enfrentan con armas blancas y de fuego, provocando una reyerta que dejó un saldo final de dieciséis heridos, cinco de ellos de bala? ¿O cómo se puede describir lo que pasó cuando se descubre que había heridos que presentaban, por ejemplo, fracturas expuestas de tibia y peroné, perdigonadas en el rostro, proyectiles en el abdomen, cortes de arma blanca en la zona dorsal y en los glúteos? La palabra irracionalidad surge de inmediato, pero no alcanza. Es que los hechos descriptos se producen a partir de una motivación mucho más peligrosa que la simple y momentánea pérdida de la razón: aquí se está hablando de seres humanos que han hecho de la agresión más brutal su código cotidiano. ¿Por qué y quiénes, todavía, lo permiten?
Las respuestas a esa inquietante pregunta son difíciles, porque la indiferencia de todos los sectores se ha erigido hasta el presente en la reacción habitual ante esta clase de barbarie. En abril de 2003 una gresca entre partidarios de Newell’s y River produjo el trágico resultado de dos hinchas rojinegros muertos. Ya es hora de que desde la esfera estatal se brinde una solución definitiva a la cuestión de las barras bravas. Y para ello se tornará imprescindible la colaboración de los dirigentes de fútbol, e incluso de los jugadores. Habrá que romper con el muro de silencio que muchas veces encubre el proceder de los grupos violentos.
Claro que ello no será sencillo en un país donde por múltiples y muchas veces inadmisibles motivos se continúan tolerando el atropello, la intimidación, la prepotencia. ¿O no es a partir de la implementación concreta de tales parámetros que muchas veces se ponen en práctica en la Argentina la protesta social, gremial o sectorial, y hasta el disenso ideológico y político? ¿O no habrá que plantearse mucho más a fondo el problema de la violencia en la sociedad, que si ahora la aplica o tolera es porque en reiteradas ocasiones fue nada más y nada menos que su principal víctima?
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