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 miércoles, 12 de abril de 2006  
Reflexiones
El Mundial y la escuela

Francisco José Bessone

"Del Mundial se puede hacer un acto pedagógico, ya que ver los partidos en la escuela exige normas de convivencia y hasta se puede usar para producciones en diversas asignaturas. La sociedad pone el fútbol adelante y la escuela no puede estar afuera". Palabras de una secretaria general de la Unión de Educadores de la provincia de Córdoba.

No sólo del Mundial se puede hacer un acto pedagógico, sólo que la polémica revela que en nuestra sociedad el fútbol ocupa una gran parte de ella y a esta altura parece saludable que se admita su preponderancia. El admitir su centralidad puede desesperar a los que todavía honradamente creen que la escuela es el último refugio de la razón consagrada y la exigencia de "deber ser", un espacio ajeno al entretenimiento. Pero ya deberían darse cuenta que el fútbol juega la delantera, tira todos los centros, hace los goles y la escuela ocupa el digno lugar -pero secundario- de los aguateros, más relacionado con apagar incendios que con la provisión reparadora de dar un poco de agua.

Destino fiel de la institución, no sólo asignado a la escuela; se puede aplicar al país, a sus gobernantes, que parece tener la resignada misión de ir "detrás de los acontecimientos", y hoy en un orden que ha impuesto la necesidad, de primero contener y luego enseñar. Esta jerarquía puede verificarse cuando miles de chicos comen la fruta o hacen su digestión en la clase de matemáticas.

Es cierto también -como sabiamente se ha dicho- que un poco de sinceridad es algo peligroso y en extremo absolutamente fatal, pero es preferible asumir la verdad, aprovechar al parecer de las pocas pasiones genuinas que nos quedan y coordinar estrategias para aprovechar. Para los que se horrorizan de que así sea y quieren ser los últimos en enterarse, va como un remedo estas líneas e intento de contribución al caso con las siguientes propuestas.

Si para enseñar algo necesitamos de alumnos, descontemos desde ya la asistencia, es probable que -por lo que convoca el Mundial- y con más de un partido por día, que los del turno mañana también estén por la tarde. En síntesis, el sueño de un maestro: aula llena; y si tenemos un buen discurso quizás se obre el milagro. Entonces por qué no sugerir que haga aparición el profesor José Ilusión y antes de cada partido diga: "Queridos alumnos; lo que están por vivir será un acontecimiento único y extraordinario, por 90 minutos y algo más. Todos estaremos incluidos y unidos como un solo cuerpo; las gargantas ya no serán individuales, formarán el grito que unirá nuestros almas, un ansiado yo colectivo, propósito de toda gran Nación, y se verá la magia donde lo diferente se transforma en igual".

Con afirmación tan respetable y anunciando que puede dar un ejemplo concreto, mirando a Jorgito

-que tiene las zapatillas rotas y su papá no tiene trabajo- le dirá: "compartirás con Carlitos este singular acontecimiento y verás cómo se borran todas las diferencias". Y Carlitos -que tiene la suerte o merecimiento de tener un papá exitoso y zapatillas flamantes- junto a Jorgito escucharán al Profe Ilusión que seguirá diciendo: "Ambos serán partícipes de este sueño imposible".

Con semejante ampulosidad José Ilusión estará a punto de ser ovacionado, pero como la tarea de enseñar está plagada de abnegaciones y no de parecer simpático deberá rematar pausadamente diciendo: "Pero chicos, cuando termine el partido, cuando termine el desenfreno, cuando todo se instale caprichosamente en su lugar, no esperes Jorgito que milagrosamente cambien tus zapatillas, ni que tu papá consiga trabajo". Dicho esto hará un prudente silencio. Puede ser que vuele alguna tiza, que Jorgito se enoje, porque a pesar de su edad intuya o sepa de esta obviedad manifiesta, y resignado junto a los demás alumnos convertidos ya en una peligrosa tribuna afirme que él tiene derecho a un poco de alegría. Entonces, en esta adversidad y con la obligación de mostrar el roble que tienen nuestros educadores se le contestará que está bien, pero que la alegría no debe prevalecer sobre el espíritu crítico y hay que jugar el propio partido para que las cosas cambien.

Y para echar más leña al fuego y asumir -como tantos maestros- peligrosos riesgos dirá: "Sepan que somos espectadores, no participantes". Ya sé que los alumnos pueden mirar a José Ilusión con cara de asco y si algún salvaje llevó una bomba de estruendo para festejar se la querrá poner entre las muelas, pero ya lo sabe un maestro: siempre hay que arrojar mil semillas para que quizás prospere una flor.

Descontando que ya flota un aire un tanto enrarecido y para distender momentos tensos hará su entrada el profe Pepe Falta -disfrazado de árbitro- y repartirá tarjetas rojas y amarillas, y sin preámbulos debe decir: "Si el mundo se rigiera por las normas del fútbol -que son iguales para todos- sería un lugar más digno para vivir". Y agregará: "Y nosotros además de ser una potencia mundial como ya lo somos en fútbol, seríamos quizás una potencia económica. Con leyes parejas y cuando dos amarillas equivalen a una roja, independientemente de qué jugador las reciba, y la regla del off-side, que no diferencia equipos ni países, el Mercosur quizás superase al Nafta, se podría amonestar a poderosos líderes mundiales, expulsarlos en su reincidencia, y quizás recuperar las Malvinas sin una gota de sangre".

Si los salvajes en ese momento no se emocionan, es porque nuestro acto pedagógico es un perfecto fracaso y ellos prefieren ese estado a un poco de sociabilidad, pero aun así nuestra tarea es convencer y no habrá que resignarse. Y cuando aparezca un corto del país de nuestros rivales -sabemos que nos toca Africa- y en la promoción veamos sus paisajes, su ubicación en el mapa, su producto bruto interno, y seguramente aparezca un brujo que invoca la protección mágica del arco y del arquero, o consulta a los adivinos y suponemos que no les faltan deseos de embrujar nuestros gladiadores, antes de burlarnos de ellos, pensemos y preguntemos: ¿qué pensará un africano cuando ve que los nuestros se persignan al entrar?

Aunque esté por empezar el partido y los alumnos se impacienten, y a esta altura ladren por irse a sus casas, José Ilusión retomará la tarima y dirá que "a pesar del evento en directo que verán millones de espectadores hay muchos otros millones en diferentes partes del mundo que estarán ajenas a él". Y dirá: "¿Saben por qué? Sólo porque no les interesa". Así quedará palmariamente demostrado que no todo lo que existe, existe porque se ve por televisión, aunque sea un Mundial de Fútbol.

Quedará poco tiempo y puede ser que las tizas sigan lloviendo, pero no faltará la valentía del profe Luis Insigna que intente explicar que a pesar de tantas banderas, camisetas puestas, bombos y caras celeste y blanco, que exaltan tanta patria y nacionalidad, si repasamos nuestro último censo económico casi todo por aquí es extranjero. Y terminará señalando que ante tanta pérdida material la bandera es casi lo único que nos queda, y sugerir que esto se trate de una natural compensación simbólica y que somos buenos en fútbol, pero nos vamos al descenso en otros ámbitos.

Y finalmente, y aunque estemos a punto de ser ahorcados, y porque el acto pedagógico consiste

-entre otras cosas- en reforzar valores en los alumnos y hoy estamos decididos a fomentar el acto de la vida, quedará seguramente un hilo de voz de un sacrificado maestro que se prodigue en tratar de recordar a los chicos, otro Mundial, el de 1978. Y cómo los mayores genocidas de nuestra historia fueron aplaudidos por una nacionalidad deportiva enajenada, y que a metros de ese mismo lugar de festejo se torturaba y mataba. Terminará -porque ya empieza el partido- explicando como pueda, cómo ese hecho nos llenó de culpa y de vergüenza. Si hacen silencio y salvamos nuestras vidas, con lo que quede de voz, hay que aclarar que de eso no tiene la culpa el juego, sino pensar lo que puede hacer el juego con nosotros.


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