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 domingo, 19 de marzo de 2006  
Entre la naturalización y la resistencia

Matilde Bruera

Desde 1930 en adelante comienza en Argentina la sucesión de golpes de estado y gobiernos militares. Sin embargo, a partir del golpe de estado de 1976 se instala en nuestro país un "estado terrorista" que asume una diferencia cualitativa esencial, que lo diferencia de los precedentes.

No sólo hubo ocupación militar y supresión de las formas de participación democrática, sino que se instaló el autoritarismo moralista y represivo con un grado de complejidad y profundidad hasta entonces inédito. Si bien tales características podrían adjudicarse a los otros golpes de estado, en mayor o menor medida, esta vez resulta conceptualmente diferente y en consecuencia genera una estructura y efectos también distintos.

Nace con forma de estado de excepción, pero pronto exhibe aspiraciones de permanencia para mantener la injusticia social e imponer un modelo económico. El despliegue de la represión en todo el aparato estatal hizo que muchos burócratas participaran de él, ya fueran militares, civiles o religiosos.

Con absoluta naturalidad convivían dos estados paralelos, uno público y omnipresente y otro clandestino que utilizaba la misma estructura, pero en la oscuridad y el ocultamiento, tratando de no dejar de huellas, y en el que el instrumento político más fuerte fue el miedo, propiciado como parte del plan organizado para eliminar al "enemigo interno", no sólo físicamente.

El rechazo sistemático de los hábeas corpus en los tribunales de todo el país otorgó la cobertura "jurídica" que hizo posible la desaparición masiva de personas. La vigencia de las leyes, la publicidad de los actos y el control judicial se exhibían como obstáculos que incapacitaban al estado para defender "intereses" de la sociedad.

Entre la usurpación y la "legalización" se logró que la desaparición de personas, el robo de niños, los asesinatos, las torturas, y la destrucción de la economía argentina se naturalizaran en muchas oficinas y escritorios, y perdieran visibilidad. Hasta que en aquel dramático paisaje comenzaron a aparecer pañuelos blancos, y a desnudarse poco a poco el horror, para generar otro espejo en el cual los argentinos pudimos mirarnos, el de la resistencia cotidiana de viejos y nuevos militantes de la vida, que fueron construyendo otra historia.

Entre logros y fracasos, la recuperación de la memoria y la búsqueda de justicia se transformaron en caminos paralelos. Desde la autoamnistía de los militares, pasando por la vergüenza de las "leyes" de impunidad, y los nuevos rumbos marcados por los juicios de la verdad, y los procesos judiciales ya instalados en distintos tribunales del país, el ámbito jurídico se convirtió en un verdadero campo de batalla, donde la sociedad y los operadores del derecho se ubicaron indefectiblemente de un lado o del otro.

Este "nunca más" ante los crímenes del pasado nos ha legado una cultura sobre los derechos humanos, que nos debería hacer imposible convivir con la profundización de las tremendas desigualdades sociales, que han obligado a los teóricos a ensayar hasta nuevas conceptualizaciones: "pobres", "nuevos pobres" "excluidos", "indigentes", y otras tantas que reflejan signos de un verdadero racismo social que pugna una vez más entre la naturalización y la resistencia.

El repudio generalizado al golpe de estado de 1976 es un hecho cultural y político sumamente trascendente, pero aun lo es más el camino que recorrió el mismo, y todo lo que aprendimos en esa trágica odisea que marcó la vida social, y la de cada uno de nosotros.

Matilde Bruera dirige el Centro de Estudios e Investigación en Derechos Humanos "Juan Carlos Gardella" de la Facultad de Derecho de Rosario. UNR
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