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 domingo, 19 de marzo de 2006  
[Literatura argentina y dictadura]
La masacre y su representación
¿Cómo narrar el horror y la tortura? Una pregunta a la que los escritores todavía le buscan respuesta

Carlos Bernatek

La historia de hace treinta años no ha pasado por sobre la literatura impunemente. Una maquinaria esquizofrénica que avanza y retrocede, que deconstruye para construir. La cuestión es la forma en que esa historia se inscribe en palabras. ¿La literatura tiene que dar cuenta de algo al respecto? ¿Tiene que "decir" sobre la historia? Se ha hablado, criteriosa o banalmente, hasta el hartazgo sobre este asunto: sobre la literatura testimonial, sobre el compromiso y tanta retahíla gastada en su pretensión genérica. Se ha debatido sobre la supuesta "novela de la dictadura", buscando un ícono.

Desde los modos, la búsqueda de la literalidad propuso eludir la metáfora, pese a aquello que decía Borges en "La esfera de Pascal": "Tal vez la historia no sea sino la entonación de unas pocas metáforas". Esta pesquisa se propuso replantear ciertas estéticas sacralizadas, introducir una forma sanguínea, despojada hasta la misma desnudez, una estética nueva, un paralelismo insoslayable entre los cuerpos de los desaparecidos y las palabras que los nombran; entre el cuerpo social violado y la voz ausente. El despojamiento de las tumbas colectivas, de los cuerpos arrojados al mar, remite a esa imagen de la tarea penosa e indispensable de los antropólogos forenses, reconstruyendo, asociando, vinculando restos. Esta mímesis remite a un procedimiento que sitúa a lo literario como "cuerpo del delito", el que mencionaba Josefina Ludmer, y señala en paralelo palabras y restos. Lo que era ya no volverá a ser, pero es designado por ese residuo vital.

La literatura semeja una permanente maquinaria de crear decadentismos. Pero cuando la historia provoca fracturas tan dramáticas y brutales, surge como un padrenuestro la trajinada (y malinterpretada) frase de Theodor Adorno sobre Auschwitz (1) y la consecuente imposibilidad de la poesía. Juan Gelman dixit: "Paul Celan mostró que sí se puede escribir poesía después de Auschwitz. Sólo que no como antes de Auschwitz". O la vuelta de tuerca que le otorga Imre Kertész: "Tras Auschwitz sólo queda la poesía, sólo queda resistir con palabras ciertas". Celan escribe: "se extingue lo que del lenguaje / también te ha retirado con un gesto". El paradojal suicidio en Celan, Walter Benjamin o Primo Levi, sobrevivientes, perseguidos, puede leerse como una irónica gestación de ese lenguaje buscado, como la perduración a través de la palabra, una supervivencia literaria contra la perversión de otro lenguaje caduco, inexpresivo. Cito a Levi: "nuestro lenguaje no cuenta con suficientes palabras para expresar la ofensa que hemos recibido, la destrucción del hombre".

Esta literatura post dictadura ya no tiene presunción de inocencia, ya no puede omitir lo ocurrido. Pero no debería confundirse omisión con taxatividad. Cada rasgo muestra su emergente, la cicatriz, lejos de proclamas o elocuencias. El discurso bien puede difuminarse en formas no desplegadas sin volverse inocuo.

¿Cómo narrar el terror, la tortura, el límite de humanidad transgredido, violado? Si el arte es un sistema de representación que interpone un discurso entre nosotros y la realidad, esta escena extrema nos aproxima a ese límite donde ética y estética se confunden, se subsumen. La posibilidad de la representación del terror, nos planta ante el abismo. Dos versos de Primo Levi parecen sintetizar esa situación: "vivimos en medio de monstruos embalsamados,/ de otros monstruos obscenamente vivos".


Sin certezas
La historia del siglo XX ha dado vuelta el concepto artístico de la belleza de la idea y la representación sensual. El genocidio, la destrucción masiva, han violentado la cultura al punto de la destrucción de toda certeza. Y aunque no sirvan ya los conceptos tradicionales de la estética y la metafísica, las herramientas siguen vigentes: la búsqueda, la confrontación, la experimentación.

Una mirada sobre la literatura argentina posterior a la dictadura arroja, en principio, una enorme cantidad de desperdicios, propios quizá de la etapa. Dejando de lado el oportunismo, el golpe bajo y otras distorciones, era previsible un retorno del non fiction, acreditando el antecedente ineludible de Rodolfo Walsh. Quizá la ficción pura demoró más en producir referentes. Este tránsito alude a un sendero de desprendimientos y aprehensiones: el abandono de ciertas rémoras para poder incorporar otras formas, otros modos.

Podrían citarse varias novelas que han afrontado directamente el tema como núcleo narrativo. De los últimos años, quisiera mencionar a Luis Gusman, autor de "Villa" y de "Ni muerto has perdido tu nombre"; y a Martín Kohan en "Dos veces junio". Y quiero detenerme en una respuesta de Kohan sobre la gestación de su novela: "Lo de la época fue buscado. Pero fue buscado de una manera que no tuviese que ver, por un lado, con la mera referencialidad, es decir, no buscando el efecto de lo real". Una clave transparente en cuanto a la causalidad en el texto.

Tampoco debe olvidarse el tratamiento de otros textos -una enorme producción- donde el tema de la dictadura no resulta central ni se focaliza argumentalmente, pero que sin embargo discurre por los entresijos, a veces como marco referencial, otras en la metáfora o en lo omitido. Existe cierto objetivismo que signa la época con tanta puntualidad como la crónica. Podríamos situar en este apartado a la elección narrativa más frecuentada por los escritores argentinos.

Pero probablemente la crónica y el ensayo son genéricamente los que mayores producciones han originado desde 1983. Debería destacarse la profunda evolución que ha puesto de manifiesto el ensayo político en nuestro medio, muchas veces alimentado desde el ámbito universitario, pero procurando trasponer el cepo de la monografía, con obras provocadoras que han suscitado la polémica y el debate pendientes.

La literatura, a 30 años del inicio de la dictadura, parece mostrar todavía un cartel: "en construcción".

(1) Podrían citarse varias versiones de la traducción de la sentencia de Adorno, partiendo de la que dice más o menos linealmente: "Luego de lo que pasó en el campo de Auschwitz es cosa barbárica escribir un poema"; lo que se ha interpretado como: "Imposible escribir bien, literariamente hablando, sobre Auschwitz".
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Tumbas sin sosiego. El cementerio de Paraná, escenario de una exhumación en busca de los restos de Carlos Fernández, detenido-desaparecido en la provincia de Santa Fe.

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