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 sábado, 18 de marzo de 2006  
Reflexiones: a 30 años del último golpe militar
El 24 de marzo de todos los días

Rubén Héctor Dunda

Les suele suceder a las personas que han sido afectadas por algún acontecimiento doloroso: la magnitud del mismo resulta como una densa niebla que por un tiempo les impide distinguir con claridad las causas que originaron el siniestro, a los responsables, si los hubiera, que actuaron concientemente, y aquellos otros, que con su silencio cómplice permitieron tal desenlace. Es comprensible luego, que tratándose de pueblos, víctimas de acciones criminales de una crueldad inimaginable, ejecutada sistemáticamente y con cuidadoso detalle por el propio Estado, se requiera desmenuzar prolijamente lo ocurrido, con el concurso de una conveniente distancia de modo de precaverse de no quedar envuelto en las pasiones del momento.

Las sociedades que han padecido conmociones políticas profundamente traumáticas nos enseñan sobre la importancia de no dejarse ganar por las respuestas irreflexivas, porque éstas -justamente por irreflexivas- le impiden a la mano de la Justicia alcanzar a los verdaderos protagonistas de su calamidad.

Los fines morales de las naciones resultan muchas veces jaqueados por ideologías interesadas en dar a suponer que la historia está constituida por una recopilación de hechos aislados en el tiempo, todos independientes entre sí, sin un ordenamiento causal que los determine. Este sofisma es aprovechado hoy por aquellos que, pese a estar sentados en la mesa de la generosa democracia nuestra, pretenden desalentar el develamiento de las acciones y omisiones de sus ancestros políticos. Pero se engañan. Cuando una sociedad logra sobreponerse al daño del que ha sido objeto, percibe inmediatamente el encadenamiento implacable de los acontecimientos precedentes y, más importante aún, a aquellos que con sorprendente precisión y resolución lo ejecutaron.

Lo ocurrido el 24 de marzo de 1976 forma parte de una tragedia a la que podríamos llamar apropiadamente "la tragedia de los argentinos" si preferimos circunscribir a nuestro territorio los males de la dependencia económica, la pérdida de la soberanía política y de la justicia social. Conviene dejar en claro que soy absolutamente desafecto a las teorías conspirativas de la historia, pero sí soy conciente que la existencia de intereses vitales antagónicos, acompañados de asimetrías escandalosas de todo tipo de poder, produce dominadores que no distinguen límites en la prosecución de sus objetivos y sometidos que no se resignan a su condición de tales.

El hilo conductor de esos intereses dominantes, sus tácticas y estrategias, fueron siempre muy simples. Por repetir los mismos procedimientos a lo largo de nuestra historia han dejado al descubierto los instrumentos de los que se han valido permanentemente. Estos han sido tres: el fraude -respondiendo a su vocación antidemocrática-, la mentira y una impiadosa crueldad. Es importante distinguir, y no pecar de ingenuos, que entre los ejecutores de estos hechos desgraciados que ensombrecen nuestra historia se cuentan tanto militares como civiles de los más diversos colores.

Si detenemos desprejuiciadamente la mirada en el quehacer político podríamos ver cómo, sin reparo alguno, estos personajes valiéndose de alianzas electorales inexplicables (por lo menos para la teoría) pretenderán afanosamente convertir a las minorías en mayorías, y luego de los consiguientes fracasos los veremos correr a los cuarteles a propiciar los golpes de Estados fraticidas.

En 1928 constituyeron una alianza electoral en contra de Irigoyen, en 1946 en contra de Perón, y luego los mismos personajes formarán parte de los gobiernos de las dictaduras que derrocaron a esos gobiernos democráticos. Civiles que al decir de don Arturo Jaureche "...son de mala índole, les gusta empujar para que otros peleen (...) me acuerdo de la carta de Juan Cruz Varela a Lavalle aconsejándole el fusilamiento de Dorrego (...) después esconde la mano "Cartas como estas se destruyen", le decía (....) Ahora es Ghioldi el que dice "Se acabó la leche de la clemencia" y aconseja "fusilar".

La mentira nunca se les caerá de la boca. Así los gobiernos profundamente democráticos y populares se transformarán para ellos en "populistas", siguiendo la tradición teórica dictada desde los países centrales; los hombres elegidos por el pueblo en elecciones ejemplares, en dictadores..., y los golpistas en democráticos. Aquellos intelectuales que se destacaron, promoviendo el desarrollo del país como nunca se había visto antes y con justicia social, eran ignorantes, "flor de seibo" (e impedidos de presentarse a nuevos concursos, ¿sería por temor a la ignorancia?) y los amanuenses de las dictaduras, que propiciaron la destrucción de la universidad popular, gratuita y de masas, que no escatimaron jurar sobre las actas golpistas, eran democráticos e inteligentes. No hay que olvidar que la "intelligentzia" universitaria se anotició del golpe de Estado de 1955 recién con los "bastones largos" del golpe de 1966, bastones de los que se valieron los que detentaban el poder del Estado en aquel momento, luego de advertir, entre otras cosas, que las disciplinas sociales por ellos creadas y en las que habían centrado grandes esperanzas eran inútiles para manipular la férrea voluntad del pueblo argentino.

Desde septiembre de 1955 hasta 1973, tanto los gobiernos militares como los civiles del fraude y la proscripción propiciaron de manera consensuada la locura de la violencia. Cada uno a su turno llenó las cárceles, participó de una u otra manera en los fusilamientos, secuestros y persiguió a los militantes populares, dando indicios claros de lo que habría de acontecer luego del 24 de marzo de 1976.

Es oportuno advertir que, tomando como excusa la fecha del 24 de marzo, algunos "intelligentzes" están tratando de escribir otras páginas de engaño, con el propósito de encubrir las complicidades propias y la de los "propios". A estos efectos, conviene dejar en claro que el 24 de marzo de 1976 no empezó ni termino el 24 de marzo de 1976, tuvo su inicio en 1930, se continuó en 1955 y aún permanece como un concepto político en el interior de algunos espíritus recalcitrantes; que tanto pueden permanecer callados cuando matan a sangre fría a un policía, como cuando tejen alianzas electorales circunstanciales a las que luego colectivamente renuncian sin importarles que el precio de ello sea el abandono del país a su suerte. Creer lo contrario, creer que la memoria comienza allí, en ese 24 de marzo de 1976, tal como surge de los mensajes publicitarios de algunos museos, que justamente se llaman a sí mismos de la memoria, sería dejar sin juicio y sin castigo, por lo menos históricos, a todos aquellos que valiéndose del fraude, de la mentira y de una crueldad sin límite, tanto daño han causado y apenas nos distraigamos, se aprestarán a causar, a esta bendita Nación de los argentinos.
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