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sábado,
18 de
marzo de
2006 |
El descontento social en
Francia, un regalo del
cielo para la oposición
Hans-Hermann Nikolei
París. - Para el premier Dominique de Villepin, ahora se trata de todo o nada. Tras la revuelta estudiantil contra su reforma del mercado laboral, son los sindicatos los que ahora están movilizando todas sus fuerzas para poner hoy al gobierno francés ante una prueba de fuerza decisiva. En caso de que salgan a la calle los millones de personas que se espera, los sindicatos pretenden usar el impulso y organizar huelgas masivas para tumbar también otras reformas ya acordadas. "Esto es sólo el principio", tituló ayer el periódico France Soir. Para Villepin, podría significar el final del sueño de salir victorioso de las elecciones presidenciales de mayo de 2007.
El segundo conflicto social mayor al que se enfrenta Villepin en su corto tiempo como jefe de gobierno -el primero fue el de los disturbios en los suburbios de inmigrantes- es un regalo caído del cielo para la oposición.
Hace pocas semanas, la izquierda, dividida en numerosos partidos y fracciones, fracasó en el intento de trazar una línea común de cara a 2007. Parecía insuperable el trauma electoral de 2002, cuando todos los candidatos izquierdistas se quedaron en el camino y los franceses tuvieron que decidir en la segunda vuelta entre el conservador Jacques Chirac y el ultraderechista Jean Marie Le Pen.
Pero ya nadie habla hoy de ello. Socialistas y comunistas, trotskistas y verdes marchan juntos en las filas de las manifestaciones. El gran tema electoral ya no se llama, de repente, "reformas para el crecimiento", sino "inseguridad social".
Villepin ha dejado de parecer el valiente modernizador de la sociedad y ahora parece el cómplice de los jefes, que agita la porra de los policías si es necesario. "La derecha se arriesga a una prueba de poder" con la sociedad al convertir "un problema social en una cuestión de orden público", manifestó el jefe de los socialistas, Franois Hollande.
Hasta el momento, el gobierno intenta sin éxito romper la dinámica de las protestas, en la que las emociones a flor de piel no posibilitan apenas un debate sobre el contenido de la reforma. El presidente Jacques Chirac ha instado al diálogo a los sindicatos en varias ocasiones.
El ministro para Igualdad, Azouz Begag, ha celebrado la controvertida supresión de la protección frente al despido para quienes comienzan a trabajar en el Contrato del Primer Empleo (CPE) como un "estímulo a la igualdad de oportunidades" de los jóvenes de los guetos. "Los jóvenes de los suburbios no tienen miedo al CPE", explicó Begag. Para ellos, el CPE es el camino hacia el empleo, dijo.
Pero el mensaje no llega. El jueves, por primera vez aparecieron jóvenes de los suburbios en las filas de las manifestaciones de estudiantes. Y los sindicatos rechazan un diálogo que no puede modificar el núcleo de la reforma aprobada ya hace tiempo en el Parlamento.
Bajo la presión de la calle, en el gobierno se percibe ya grietas. Casi ninguno de los diputados que puede temer por perder su escaño se muestra en público favorable a Villepin. Y éste no puede simplemente abandonar su reforma si no quiere aparecer como perdedor y enterrar sus sueños presidenciales. Pero podría "escuchar las protestas" y reformar la reforma. Cada manifestación nueva hace más posible una victoria electoral de la izquierda, advierte Figaro.
La izquierda, hasta ahora desalentada, se muestra de nuevo segura de su victoria. Pero su desengaño podría ser también mayor. Tras las protestas masivas y exitosas contra las reformas sociales en 1994, Chirac ganó las elecciones presidenciales de 1995.
Y la juventud francesa es rebelde, pero no izquierdista. En 2002, el 24% de los jóvenes que votaban por primera vez lo hizo por el ultraderechista Le Pen, y sólo el 16% votó por el socialista Lionel Jospin.
Observadores opinan que el descontento social podría hallar una nueva válvula cuando se debata en otoño sobre la reforma del derecho de inmigración. Un instigador de la derecha podría entonces arrasar con toda la cosecha de las protestas de la izquierda. Y candidatos a ello hay muchos. (DPA)
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