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sábado,
18 de
marzo de
2006 |
Recomendado
Cambio de hábito
"The Little Willies" presenta la otra cara de la consagrada vocalista y pianista jazzera Norah Jones, que da paso a un sonido más fresco y se aleja de las melodías melosas
Pedro Squillaci
Hay un momento en la carrera de un artista en que se decide poner la brújula hacia otro norte. Puede haber mil motivos, quizá cambiar internamente la propuesta, quizá mostrar otro perfil a su público, o bien, como este caso, ambas cosas. Norah Jones, la mujer que colocó al jazz en un terreno más popular a partir de una voz tan entrañable como melosa, aparece ahora oculta tras una banda de cinco jazzeros que sólo quieren divertirse, pero con altura.
“The Little Willies” es el nombre del grupo y del disco, y ya desde el arte de tapa se muestra que lo que vale es la banda antes que los individuos que la componen. Es más, Jones aparece en una foto junto a Lee Alexander, su novio y bajista, como una más, como si no fuese la cantante y pianista que vendió millones de discos con “Come away whit me”. Y al escuchar el CD se nota que se trata de eso, de unos jazzeros que quieren tocar sueltos, sin ataduras estilísticas, aunque sin alejarse de la esencia del género.
El resultado es, simplemente, maravilloso. Jones es el típico caso de la artista alternativa que fue consumida por el sistema. Así edificó su carrera solista la hija de Ravi Shankar, cosechó Grammys, grabó videoclips que pasaban en la MTV y por momentos el jazz pasó a segundo plano.
Con esta formación, hay un retorno a las fuentes. Es que el sonido de lo que se destila a lo largo de los 13 temas es muy similar a la música que se escucha en los típicos bares under de New York . Con bases de swing, blues, country, y con letras que van del compromiso al sarcasmo casi sin escalas, “The Little Willies” se las ingenia para agradar con una estética fresca y con sutilezas en las interpretaciones y en los arreglos.
El disco empieza con “Roly Poly” y “I’ll never get out of this world alive”, ideales como carta de presentación, y para ir percibiendo que lo que va a venir es para dejar todo lo que uno está haciendo y sentarse a disfrutar.
Recién en “Love me”, el track 3, aparece la voz de Norah Jones en toda su plenitud, desacartonada, con aire blusero, y con el coro “The Ordinaires”, lejos de cualquier sonido preciosista.
Aquí también se animan a los covers, como en cualquier lugar donde se toca música de fondo para una fiesta animada. Así, la banda se luce en “Best of all posible worlds”, de Kris Kristofferson, y “I gotta get drunk”, de Willie Nelson, donde se luce la guitarra eléctrica de Jim Campilongo y la voz versátil y enérgica de una desconocida Jones.
Lo atrapante de este material es que “The Little Willies” también puede conmover con una buena balada. Cuánto más relajados están le dan más swing a los temas lentos, y así es más disfrutable “No place to fall”, con la primera voz de Richard Julian y un aire blusero conmovedor. El guitarrista también demuestra su talento en “Strees of Baltimore” y emociona en el dueto vocal con Jones en “Easy as the rain”.
El cierre del disco con “Lou Reed” es una síntesis de la propuesta estética y sonora del disco. Allí mezclan la ironía, la rebeldía y un homenaje al influyente músico neoyorkino que lideró The Velvet Underground junto a Jhon Cale.
Es tan sorprendente como placentero oír a Norah Jones hacer coros agudos y cantar con voz gruesa en un registro inusual para su estilo. Y es más disfrutable aún escuchar a la banda como si estuviera en un bar de poca monta, ante 300 personas, entre alcoholizados y prostitutas. Pero quizá lo mejor es que todo suene como si tocaran en un garage de barrio, ese lugar destinado a los ensayos, donde los músicos se sueltan y la música fluye.
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