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 domingo, 12 de marzo de 2006  
Tras el esquivo sol

El trayecto planeado era Salta- San Antonio de los Cobres- Abra El Acay- Salta. El comienzo se pone denso cuando, antes de la partida, uno de los ciclistas, "sin querer entorpecer", llega con una bicicleta medio destripada y una mochila adosada. Ya sin tiempo para arreglarla ni desarmarla partimos luego de que un vendedor ambulante nos adviertiera que el chofer estaba por enloquecer ante nuestra ausencia. Cargamos raudamente las bicis el las bodegas y después de 17 horas llegamos a Salta.

La última oportunidad de una buena cama se presentó por $4 y, lo más importante, un muchacho vivaracho aparece con herramientas suculentas para poner en condiciones la escueta bicicleta. Solucionar los problemas que aquejaban a aquel paciente "bípedo" nos tuvieron hasta las 2 am desvelados y apostados allí. La falta de una llave francesa nos obligo al último recurso de buscar una gomería.

El viaje continuó en la estación de trenes, que nos recibió muda. La lluvia abundante y zigzagueante había detenido al gigante de la montaña y nos obligó a aplicar el plan B: colectivo.

Llegamos a San Antonio de los Cobres, a 4100 metros sobre el nivel del mar, con una lluvia que comenzó a ser una constante resonante. Alcanzamos la diminuta estación de trenes para amortizar los vaivenes del cielo. Uno de los viajeros, Javier, en cama; Nicolás, molesto. ¿Qué pasaba? ¿Pina? ¿Hepatitis? ¿Mal de amores? Mmmm...

Dos niños aparecen de la nada a vender sus artesanías y se quedan a comer arroz ante un Javier moribundo. "Té de coca", indican los diablillos y allí vamos tras un té cargadito y más arroz.

Vuelta en bici, budín, café y sal para los párvulos que emprenden retirada, muy contentos, con todo el alimento de la reserva para el resto de la travesía.

El jueves, sin fotos, emprendemos el trayecto San Antonio- Abra el Acay con poca suerte. La mayor parte del camino hay que hacerla a pie, por el barro, y la lluvia. Hacemos noche a la vera de una construcción de piedras, barro y paja. Un refugio para tanta agua del cielo.

Doce horas ininterrumpidas de chaparrones nos hicieron mudar a otro lugar. Mojados. Goteras mediante, en el techo de 1 metro de altura encontramos un muestrario de alimañas: arañas, un pajarillo y alguna que otra vinchuca.

El dolor de cuello y el hambre nos hicieron retroceder hasta San Antonio. Nuevamente la Diosa Naturaleza tiró la bola en el "CERO". En el camino se cruzaron tres rodados acoplados empantanados. Un brasilero bondadoso nos llevó de regreso a Salta, un trayecto que los embadurnados camiones no podían. Así que una demora de una hora nos vino bien.

Ya en el zigzagueante camino de tierra, nuestra privilegiada ubicación 5 estrellas nos permitió ver el majestuoso paisaje. Demasiado bien para una mañana soleada.

A 80 kilómetros las diez toneladas de hierro, los cuatro cuerpecitos y las dos bicis quedaron encajados en una especie de barro mezclado con agua y piedras. Logramos salir con esfuerzo, para enfrentar un derrumbe de piedras. Y ante la suerte, cimarrón para pasar el rato. Los mates no hicieron milagros y a media tarde el derrumbe parecía crecer.

Vialidad trabajó como si le pagaran. Nos despedimos de "Beto", el camionero portugués ansioso de "praia" y "garotas"; y tras sortear el escollo de piedras sueltas y el precipicio, montamos en sendos rocinantes hacia Campo Quijano, el portal de los andes, como no podía ser menos, con la lluvia furiosa sobre nuestros cuerpecitos. Ningún problema salvo los ríos de barro y agua que cortaron el camino innumerables veces. Hasta el siguiente derrumbe.

Deshauciados vemos la leyenda que recuerda al gran campeón "Chacarita" .....sabíamos que se podía. Eso nos dio fuerzas. La lluvia no cesó, el camino empeoró y nuestro ego mejoró. Al fin, llegamos a Campo Quijano: destino querido. Una Cerveza "Salta" no esperaba para mitigar la fatiga. Salta nos dio satisfacción, dolor y emoción.

Javier Scaglione


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