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domingo,
12 de
marzo de
2006 |
Feromonas humanas: Atracción sexual
En los animales, no cabe duda de que existen. En los humanos, la existencia no estaba probada, pero se suponía que las feromonas son sustancias químicas emanadas por el organismo que intervienen en procesos de comunicación entre integrantes de una misma especie. Una de las funciones fundamentales de las feromonas tienen lugar en la atracción sexual.
La idea de que en los seres humanos determinadas secreciones cumplirían esa función y, por lo tanto, estarían desempeñando un papel decisivo en las relaciones amorosas, anduvo rondando desde siempre la cabeza de muchos apasionados por la biología, y juega su papel en la eterna discusión acerca de si en la condición humana predomina la cultura o, por el contrario, la naturaleza (y con ella la animalidad y el instinto).
Pero pocos -y de manera seria, menos aún- se han atrevido a darle al amor y su complejidad una explicación enteramente química, basada en la mera descripción del accionar de mediadores químicos y en modelos moleculares. Hasta los más acérrimos cientificistas ceden lugar, según sea la preferencia del caso, a los misterios de la sensualidad, a la fascinación, a un supuesto "flechazo", al destino, a la placentera pérdida de límites; en suma, a juegos menos estrictos que una simple y sencilla fórmula de Lewis.
No obstante, expresiones como "química", o "cuestión de piel", tienen también su lugar ganado en esta discusión. Y no solamente desde la mitología popular, ya que existen hipótesis científicas que, al menos, derivan la investigación por esas filosas aristas.
No es cuestión de olfato
Las feromonas son hormonas que se liberan al medio externo y que cumplen su función al ser percibidas por otro animal de la misma especie. Biológicamente esto es muy parecido a un sistema de comunicación natural.
El descubrimiento de la función de estas hormonas en la atracción sexual lo realizó el naturalista francés Jean-Henri Fabre en 1870, y no en felinos ni en picaflores, sino en las polillas. Como recuerda el doctor Santiago Cortesi en el sitio Buenafuente.com en una nota a propósito del tema, el francés observó que ciertas polillas machos se desplazaban por kilómetros hasta llegar a las hembras, atraídos por ciertos olores o sustancias que ellas segregaban.
Recién mucho después, en 1959, se rescataron aquellas observaciones en el estudio de los gusanos de seda, en los que se observaron comportamientos similares. Fue entonces cuando empezó a hablarse de feromonas.
Este fenómeno no tendría que ver con la idea de que los olores de la transpiración, por ejemplo, cumplirían una función de atracción sexual. Muchos autores sostienen que esta podría haber sido originariamente la función en la especie humana, aunque hoy tal vez no serían mayoría quienes se reconozcan atraídos por este tipo de aromas.
A diferencia de las moléculas olorosas, cuyo carácter de tales reside en que impactan en las células nerviosas olfativas ubicadas en la nariz, las feromonas no se huelen y afectan a los circuitos cerebrales relacionados con el comportamiento respecto del sexo opuesto (o sea, el de quien las emite). Las feromonas, por lo tanto, no son fragancias propiamente dichas, con lo que la ansiada atracción irresistible no podría estar en un perfume.
La única prueba
Pero los estudios más importantes en torno al tema de las supuestas feromonas humanas no se han referido específicamente a la atracción entre los sexos. Como se ha dicho antes, no es esta la única función en las diferentes especies animales. A las hormigas les sirve para marcar el camino entre la comida y el hormiguero y para señalar a sus congéneres la necesidad de huir ante un peligro; a muchos mamíferos, para marcar el territorio o para reconocerse.
En 1998 las investigadoras estadounidenses Martha McCullock y Kathleen Stern, del Departamento de Psicología de la Universidad de Chicago, publicaron el artículo "Evidencia definitiva de feromonas humanas" en la prestigiosa revista Nature. Allí atribuían a estas sustancias el hecho de que un grupo de mujeres pudiera sincronizar entre sí sus ciclos hormonales cuando vivían juntas.
"La idea de que los humanos produzcan feromonas ha excitado la imaginación de los científicos y del público -señalaban las expertas- generando una gran expectativa por su existencia, la cual sin embargo permanece sin haber sido probada". La investigación se dirigió a comprobar si efectivamente los humanos eran capaces de producir sustancias capaces de actuar a nivel neuroendócrino en otras personas, sólo a través de olores.
Durante aproximadamente dos meses, McCullock y Stern recogieron de las axilas de mujeres ciertas sustancias inodoras sobre almohadillas de algodón, y luego las aplicaron en el labio superior de otras mujeres. Así encontraron alteraciones sistemáticas de los ciclos menstruales. Las secreciones recogidas durante la fase folicular del ciclo menstrual aceleraban, al parecer, la aparición de la hormona luteinizante, la cual es segregada normalmente antes de la ovulación. Por el contrario, cuando se recogían estos olores en fases posteriores del ciclo menstrual, la hormona luteinizante aparecía más tarde y el ciclo menstrual se retrasaba. La evidencia de que el ciclo menstrual puede ser manipulado significaba, para las investigadoras, la evidencia de que existen feromonas humanas.
Mientras tanto, varios otros autores, antes y después de las especialistas de Chicago, se ataron de la posible existencia de feromonas humanas para dar un ropaje científico que haga más creíbles las ventas de elixires del amor irresistible, que por cierto se empezaron a publicitar y vender.
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