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domingo,
12 de
marzo de
2006 |
Yo creo: "Tributo cursi
y deliberado a la cumbia"
U. G. Mauro / Escenario
Por culpa del viento, la letra de la canción sólo se intuía. "Atrévete a mirarme de frenteee...", parecía que gritaba la pastosa bocina cónica, gris, atada una con alambre a la columna del alumbrado público, y al techo de la boletería la otra. Un semana antes, el parque de diversiones llegaba al barrio y empezaba a instalarse en "el campito", al lado de lo de doña Antonia, donde años después llegó el progreso hecho villa miseria.
Chapas pintadas de rojo, presuntos Patoruzitos y posibles Donalds completaban la decoración del vallado. Calesita chueca, un botecito hamaca -con suerte dos-, un tiro al blanco berreta, las caras patibularias de los encargados y un nombre sonoro, ingenuo, tiernamente pomposo: Grand Internacional Park Disneyland o cualquier cosa parecida, en la marquesina subdesarrollada, fileteada y con lamparitas de colores.
En la tarde de invierno de Castagnino (antes era Libertad) y Machain, se intuía que Los Iracundos cantaban algo como "Y la lluvia caeraaaa..." Los gritos de las madres llamando a la cena llegaban escalonados y de todos lados. Los pibes dejaban la esquina del almacén y bar de González y se llevaban el estribillo a casa: "Te lo tengo que decir,/ te lo tengo que decir ahora...", o "Toma tu sombrero/ y ponsélo (el ritmo obligaba a acentuar la e) a la burrita".
La esquina no junta más pibes ni hermosos borrachos dignos de un gag de Chaplin, pero vivió el Rosariazo, amores urgentes, un diluvio de almanaques.
Todo era nefasto para los seguidores de D'Arienzo y Rodolfo Biaggi. "No me vas a comparar a Los Cantores del Alba con los payasos esos" (reemplazar el "esos" por "El club del clan" o cualquier otro artista "moderno" de esos años), renegaban los viejos.
Hay un Alberdi que, como el otro Fisherton, no produjo postales para el turismo. Allí, atrás de la vía, no se sabía nada de "industrias culturales", de negocios discográficos. Por lo menos allí, no había prejuicios contra la cumbia, Colombia era, con suerte, el aeropuerto de Medellín en 1935 y que Wawancó (grupo que por estos días celebra con disco doble sus 50 años) fuera la deformación de "guaguanco" no le importaba un rábano a nadie. Al fin y al cabo, lo que se practicaba a pleno era su ignorado significado; felicidad, alegría.
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