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 domingo, 12 de marzo de 2006  
Start up
Minifábricas de software

Eduardo Remolins

"De una u otra manera, hoy todos estamos exportando", me dijo esta semana Hugo Giúdici, presidente de Suasor, una importante empresa local de tecnología. Tiene razón: un gran porcentaje de las tecnológicas locales vendieron software a países como Brasil, Chile, Holanda, El Salvador, España, Bolivia, Colombia y EEUU. Sin embargo, un dato que apunta no es menor: gran parte de esas exportaciones de tecnología se realizan indirectamente. Es decir, grandes empresas o consultoras internacionales, contratan a empresas argentinas para desarrollos que van a utilizarse en otros países.

Como es lógico, la parte del león de la rentabilidad queda para aquellos que consiguen el cliente extranjero. Por eso, aunque son atractivos, para las tecnológicas locales estos contratos son menos interesantes que un canal propio para exportar.

Precisamente en estos días se desarrolla la Cebit, una de las Ferias de Tecnologías de la Información más grandes del mundo en Hannover, Alemania. De las diez empresas que integran la delegación argentina, cuatro son rosarinas. Aprovecharon el inteligente y oportuno ofrecimiento de apoyo económico del gobierno provincial y marcharon a establecer contactos comerciales.

Aunque nuestra escala es notoriamente menor, estamos recorriendo el mismo camino que recorrió India en el desarrollo de su industria informática. Primero comenzamos produciendo para terceros que tienen acceso a los mercados internacionales, aprovechando nuestros menores costos de mano de obra y buena calidad de recursos humanos. En segundo lugar, certificamos normas de calidad para volvernos creíbles y confiables en el mundo. India es el país que más empresas de tecnología con certificaciones de calidad tiene. Rosario tiene, según el European Software Institute, el programa de calidad en software más ambicioso de América Latina. Por último, salimos a buscar directamente a nuestros compradores. Queremos, de ser posible, prescindir del intermediario.

La paradoja es que aunque la demanda por nuestros productos y servicios es creciente, enfrentamos restricciones por falta de mano de obra calificada: nos estamos quedando sin programadores. Colaborativa, una de las empresas que participa de la Cebit y desarrolla software para el gobierno de Holanda, formó y mantiene un grupo de programadores en La Plata que trabajan a distancia para la compañía rosarina. La oferta local de recursos humanos era insuficiente. Otras empresas rosarinas han cerrado acuerdos con grupos de programadores de localidades del interior santafesino e inclusive de provincia de Buenos Aires.

Esto, que aparenta ser un problema, es una oportunidad invalorable para jóvenes emprendedores y para localidades medianas o pequeñas de la Región Centro. A una persona con la formación mínima necesaria le toma entre seis meses y un año aprender a programar en Java, uno de los lenguajes de mayor demanda. Algo similar podría decirse de punto Net, el lenguaje de Microsoft. Armar estos pequeños grupos de programadores, en quienes las empresas rosarinas podrían tercerizar trabajos que demandan los clientes extranjeros, debería ser un objetivo de localidades como Roldán, Funes, Pérez, Casilda, San Nicolás, Victoria, San Lorenzo, Pergamino o Marcos Juárez por nombrar algunas. Estas mini fábricas de software cuentan con demanda asegurada, son relativamente sencillas de crear y, de una u otra forma, estarían exportando.

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