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domingo,
26 de
febrero de
2006 |
El viaje del lector: cuando el amor es más fuerte
El fin de semana largo del mes de agosto viajamos con mi prima María a la conocida localidad de La Falda, provincia de Córdoba. Después de pasar ambas por circunstancias difíciles necesitábamos despejarnos para continuar con el otro viaje menos previsible, el de la vida.
Así fue como ese sábado por la mañana llegamos a este pueblito pintoresco y muy tranquilo, nos alojamos en una hostería donde la cordialidad y calidez de quienes nos atendieron atenuaron el frío y nos hicieron sentir "como en casa", casi cuidadas como lo hacían nuestras mamis que tanto sentimos no tener a nuestro lado.
Apenas llegamos le preguntamos a la dueña por excursiones (ya que en dos días el tiempo es oro y no hay descanso posible), ella, diligente, se comunicó por teléfono con un tal Polo y nos dio el detalle de lo que podíamos hacer. Sin tener demasiada idea nos decidimos por una travesía en 4x4 y trekking, Polo vendría a buscarnos a las 14.30. Nos preparamos cargando los bolsos lo menos posible y aguardamos expectantes la llegada del grupo con el que nos lanzaríamos a la aventura, pero ¡oh sorpresa! la 4x4 llegó ocupada solo por su chofer quien nos invitó a subir, lo hicimos dejando espacio para los demás que, pensamos, pasaríamos a buscar, entonces Polo nos dijo que éramos las únicas dos personas que contratamos esa excursión, lo cual nos pareció insólito, nos reímos y la camioneta se puso en marcha. Después de una explicación sobre las opciones elegimos ir a la zona llamada Vaquerías.
El primer tramo lo recorrimos en el vehículo mientras nuestro guía cumplía en describir lo que veíamos por la ventanilla; al cabo de media hora se detuvo cerca de una casita y nos dijo "a partir de aquí seguimos caminando", allí vivía un hombre que salió a recibirnos y me ofreció gentilmente una cantimplora. Iniciamos la senda cuesta arriba, máquina de fotos en mano, no tardaron en aparecer los típicos arroyitos que cruzamos pisando de piedra en piedra siguiendo el consejo: -elijan las planas y secas-, aún así más de una vez me tendió su mano en ayuda.
Cascada de los Helechos
A medida que avanzamos nos envolvió el silencio interrumpido sólo por el sonido de las caídas de agua y de algunos pájaros que dificilmente podíamos avistar entre la vegetación, llegamos a la Cascada de los Helechos, rodeada de verde, un bello paisaje, y seguimos subiendo...; y comprendimos por qué ese muchacho decidió hacer la excursión con solo dos turistas y con poco rédito económico: caminaba delante nuestro con su mochila en la espalda y mientras nos esperaba lo veíamos contemplar el paisaje como si no lo conociera, lo respiraba, lo escuchaba, sus cinco sentidos absorbían la grandeza, la paz y la armonía que nos rodeaba; hablaba poco y cuando lo hacía trataba de transmitirnos su vivencia, y lo lograba. Pero había que seguir, mientras él disfrutaba apacible, en nosotras el cansancio nos obligaba a callar, a respirar profundo y a probar el agua cristalina y fresca que nos ofrecía, generosa, la sierra.
Y oímos la tentadora propuesta: "aún hay otro tramo, de unos setenta metros, pero es muy complicado, a su fin se llega a un lugar hermoso donde nace otra cascada, ¿se animan?" Nos miramos y aceptamos con la condición de claudicar en caso de que las dificultades nos excedieran. Y otra vez, Polo adelante y nosotras detrás siguiendo sus indicaciones que no fueron suficientes dado lo angosto y empinado del sendero, montaña de un lado, precipicio del otro y plantas secas que al querer sujetarnos de ellas se quebraban como si gritaran la aridez de la tierra. Tuve que dejar la cantimplora entre unos arbustos obedeciendo a la voz del que sabe, él tomó fuertemente mi mano y yo la de mi prima ayudándonos mutuamente. Avanzamos sin mirar hacia abajo, además del miedo no queríamos ser demasiado conscientes de dónde estábamos... y llegamos a la meta, a la roca más alta donde admiramos la naturaleza y recibimos un muy merecido premio, el tesoro escondido en la mochila: una mateada, galletitas dulces y una amena conversación a casi 2000 metros de altura.
El regreso
El atardecer nos instó a regresar, bajar fue tanto o más difícil que subir, con el aditivo de que nos olvidamos de recoger la cantimplora que había dejado en un sitio incierto para mí y nuestro amigo tuvo que retroceder un buen trecho para hallarla; nos quedamos solas y nos sentimos pequeñas paradas allí entre inmensas paredes, plantas y piedras multiformes, y con cierta impaciencia por recuperar al guía. Sucedido esto continuamos bajando entre tropezones ya que las piernas dijeron basta y se negaron a acatar órdenes. Nos detuvimos y oímos "miren allá está la camioneta", que se veía como un puntito lejano.
Con las primeras sombras de la noche llegamos al final de la travesía, y otra vez la casita, y el hombre amable a quien le devolví agradecida la cantimplora, y el camino de regreso en la 4x4, y la despedida de este cordobés que ama su tierra y lejos del ruido redescubre lo secreto de la creación de Dios, el corazón mismo de las sierras cordobesas que se unió al nuestro aquella inolvidable tarde de sábado.
Mabel María Gómez
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Fotos
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Paseos por arroyos de aguas cristalinas.
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