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domingo,
26 de
febrero de
2006 |
Reflexiones
Vistas desde el espacio exterior
Carlos Duclós / La Capital
Cualquier ser superior que en el espacio exterior dispusiera de una máquina semejante a un microscopio y que le permitiera no sólo observar sino escuchar los pormayores y pormenores de lo que acontece en nuestro planeta quedaría estupefacto. En realidad son muy pocas las regiones del mundo en donde la vida, desde el punto de vista social y político, es digna de ser vivida. El ser en cuestión observaría lo que todos conocen, pero tendría a su favor un análisis más limpio, despojado de intereses de toda índole y ciertamente concluiría en que no pocos seres humanos tienen en jaque no sólo al planeta, sino a una buena parte del sistema solar. Suena duro, casi con matices de ficción imposible ¿pero no es así? Imagine el lector por un momento que está detrás de la lente y los auriculares del observante en cuestión ¿Qué vería? La lente se enfoca primero en Medio Oriente y observa una serie de movimientos y actitudes violentas: Un terrorista islámico en el nombre de Dios y creyendo que con ello se gana el paraíso se ciñe unos kilogramos de explosivos, corre hacia donde se encuentra reunido un grupo importante de israelíes y lanzando un alarido de victoria, que él confunde locamente con una oración que se eleva al cielo, hace detonar la carga y termina con la vida de decenas de niños, mujeres y hombres. El observante —casi paralizado por la barbaridad de la que fue testigo— gira su máquina y apunta sobre Irak. Aquí su capacidad de comprensión trastabilla, porque comienza a entender poco y nada. Sospecha (y sospecha bien) que una fuerza invasora ha ocupado esa nación. Por lo que escucha y ve la ocupación fue realizada so pretexto de mentiras (armas peligrosas que jamás existieron) y que los ocupantes, en una resistencia delirante, hacen volar por los aires a ocupantes y ocupados.
Inmediatamente el observante gira levemente su fabulosa máquina sobre Irán: Escucha como le retumban en los oídos las palabras del presidente: “Israel debe ser borrada del mapa”. Escucha también que muchos de los gobernantes y líderes de esa Nación niegan el holocausto al que fue sometido el pueblo judío y, al mismo tiempo, anuncian que seguirán adelante con el plan nuclear y el enriquecimiento de uranio que les permitirá la construcción de una bomba atómica. Quien observa se estremece y rápidamente se da cuenta de que no sólo Israel está en peligro, sino toda la humanidad y también advierte que los ocupantes de Irak al llegar a Medio Oriente o se confundieron de puerta o se ahogaron en un barril de petróleo.
Gira un poco más su extraordinaria máquina y observa que Hamas, un sector violento del islam palestino, no quiere saber nada de paz con Israel. Cansado de tanto disparate y peligrosidad terrorista (que usa a la religión para fines perversos) enfoca su lente sobre el Norte de Europa porque le han dicho que allí la vida es apacible y justa, lo que es cierto. Sin embargo, observa a un caricaturista que vaya a saber por qué se le ocurrió ridiculizar a Mahoma, el gran profeta del islam, con una bomba como turbante y no puede evitar observar en diversos países del Medio Oriente, ¡de nuevo!, turbas indignadas que incendian embajadas mientras muchos mueren.
Sudamérica
Harto de tanta insensatez busca un lugar en la incomparablemente bella y rica tierra donde el ser humano encargado de conducir a la masa no produzca disloque y enfoca sobre Sudamérica su lente y su fantástico micrófono. En principio respira aliviado: no hay terrorismo, no hay fabricación de artefactos destructivos atómicos. Sin embargo, advierte que hay pobreza, hambre, injusticias y que la gente suele morir por estas causas. Sigue observando y, pesaroso, se asombra cuando descubre que el índice de robos seguido de muerte es alarmante y que cada día en esta parte del cono sur planetario mueren miles de seres humanos. Enfoca un poco mejor su máquina y advierte claramente que el tráfico y consumo de droga en esta región causa estragos en mentes y organismos. Amplía la imagen desde México hasta Argentina y se sorprende al ver los devastadores efectos que la injusta distribución de la riqueza provoca en cada ser humano y en toda la sociedad.
Otras partes del mundo
Aumenta un poco más la imagen y ve en buena parte del mundo que el hombre contamina el planeta y quiebra el ecosistema de mil y una formas, atentando no sólo contra todo lo viviente, sino contra el equilibrio en una parte del universo. La tristeza, la soledad y como consecuencia el enojo se apoderan de casi la totalidad de los seres humanos que se observan y la ira y la irritabilidad se advierten en todas las calles del mundo, en muchos hogares. ¡Es lógico!
Sin embargo, este desconocido ser superior que ha podido observar por un momento nuestro agitado planeta, sonrié satisfactoriamente cuando, en un último y pormenorizado enfoque, alcanza a percibir que un número de seres humanos, que no tienen por el momento la potestad para cambiar un peligroso estado de cosas, se empeña sin embargo en fomentar corrientes de pensamiento, palabras y acciones tendientes a lograr un mundo en donde se cambie el odio por el amor, la injusticia por la equidad, el egoísmo por la solidaridad y la pobreza de muchos por la riqueza de todos. Un mundo en donde se considere a cada criatura, a cada especie como una parte tal vez minúscula, pero absolutamente relevante no sólo porque constituye un eslabón valioso en la cadena planetaria, sino porque esencialmente tiene la dignidad de “criatura”, es decir de cosa creada.
La máquina apagada
Al fin el observante, luego de apagar su máquina recuerda las palabras del médico, biólogo y pensador francés, Alexis Carrel: “El hombre no ha sabido organizar un mundo para sí mismo y es un extraño en el mundo que él mismo ha creado”. Concluye en que esto es bastante cierto si se tienen en cuenta las imágenes que han pasado por su lente y los pensamientos y palabras que ha podido detectar a través de su maravillosa máquina. Sin embargo, las últimas escenas le hacen confiar en que, a pesar de todo, el ser humano y todo cuanto lo rodea será salvado por aquellos hombres que aún sin ser advertidos, en silencio, pero no indiferentes, encienden una pequeña luz en su pensamiento que se va haciendo más grande con sus palabras y sus acciones. Contra tanta ira, contra tanta injusticia y tanta pena no es buen remedio la resignación, la aceptación de la derrota y el puro escepticismo. Es bueno y necesario recordar, como el filósofo francés, que el hombre también es un milagro sin interés.
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