|
sábado,
03 de
diciembre de
2005 |
Editorial
Un freno a la inflación
El acuerdo entre el gobierno y los principales supermercados para controlar los preocupantes aumentos de precios debe ser visto como una positiva reacción para controlar un problema grave, que dispara una paradoja: en medio de la generalizada recuperación económica, muchos no pueden comprar los productos más básicos.
La palabra, que durante tanto tiempo permaneció en el arcón de los malos recuerdos para los argentinos, fue recobrando lentamente protagonismo al compás de la reactivación hasta adquirir un destacado primer plano en la página de los problemas nacionales. La inflación -de ella se trata- genera en el presente una preocupante paradoja, que es la siguiente: en medio de una generalizada recuperación de los principales rubros de la economía y con el desempleo en nítido retroceso, mucha gente no puede adquirir los productos más básicos -carne y lácteos, por ejemplo- debido a los constantes e imprevistos incrementos de precios. Muy preocupado por la situación, disparadora de flagrantes injusticias en un país donde en el plano material nada falta, el gobierno dio un contundente primer paso después de la despedida de Roberto Lavagna del Palacio de Hacienda: un acuerdo por el cual las principales cadenas de supermercados se comprometieron a bajar en un quince por ciento el importe de aproximadamente doscientos productos de la canasta básica hasta el 31 de enero próximo.
Así, los mismos a quienes el presidente había fustigado con extrema dureza en los últimos días se convirtieron de repente en inesperados aliados en la lucha contra la inflación. Acaso sorprendidos por la estrategia presidencial y el virtual control popular de precios que implicaba la participación activa de los municipios en el asunto, los hipermercados cedieron a la presión y cambiaron bruscamente de rol en el escenario.
Restan aún precisiones: la desconfianza de la población no es poca. Pero una cosa ha quedado clara, y es que sin grandes coincidencias cupulares no se puede enfrentar un problema de la magnitud que la inflación tiene.
Cuando la voracidad sectorial se impone al interés colectivo, en el marco de una puja por ver quién se queda con la mayor porción de la torta, resulta esencial que el Estado cumpla con el rol de árbitro y, llegado el momento, proceda a tomar las riendas de la situación. Es decir, las variables de la economía muchas veces adquieren una independencia extremadamente peligrosa y no se las puede dejar libradas a su propia evolución, dado que pueden disentir con las necesidades más básicas de la gente. Y es entonces cuando -como ahora- se debe intervenir en resguardo del interés de los más débiles.
Si se pretende una Argentina más justa, no se la podrá plasmar desde la tibieza ni tampoco cruzándose de brazos.
enviar nota por e-mail
|
|
|