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domingo,
27 de
noviembre de
2005 |
Reflexiones
Llora la Biblia contra el calefón
Carlos Duclós / La Capital
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida; y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia contra un calefón...”. Esta es la gran verdad del filósofo argentino Enrique Santos Discépolo, inmortalizada en la letra de un tango que regodea el anhelo de justicia de tantos argentinos y que ha sido tomado, incluso, por filósofos europeos como paradigma de conclusión analítica sobre una sociedad trastocada y manoseada. Sociedad en donde el hombre, centro del universo, ha sido vilmente desplazado de su eje natural. Hecha esta introducción, hablemos de precios, empresarios, presidentes y ministros, del tercer movimiento que vive como un sueño en la cabeza del presidente Kirchner, aunque sea posible advertir que el deseo envió ya los primeros espermatozoides políticos para fecundar —algo que también desearon Alfonsín y Menem— pero que hasta ahora sólo pudo concretar Perón.
Todos conocen la historia de los últimos días. El presidente fustigó duramente a los empresarios, especialmente a los supermercadistas, acusándolos de ser los responsables del aumento de los precios que se notan ¡y cómo! en muchos productos, especialmente del rubro alimentos. No le falta verdad a la causa del enojo presidencial y es razonable la bronca de Kirchner. Como tantas veces hemos dicho, al empresariado argentino, pícaro de “picardía criolla”, egoísta y con reminiscencias de avaricia, pocas veces le importó considerar que la economía debe estar al servicio del hombre en general y no del interés particular. El empresariado argentino, salvo excepciones, jamás pensó en función de la solidaridad social y así priorizó sus intereses personales por sobre los de la comunidad y no sólo eso, sino que en muy contadas ocasiones invirtió en tecnología y recursos humanos provilegiados para mejorar su productos y competir con éxito en el mercado internacional. Por eso el empresariado argentino se enojó con Menem cuando este abrió las puertas al mundo ¿Pero qué hizo este sector en épocas rentables para mejorar bienes de capital, invertir en nueva tecnología y perfeccionar a sus profesionales y trabajadores de manera de no estar tan abajo en el mundo? Poco y nada porque la empresa jamás fue considerada un bien social generadora de recursos para el conjunto, sino un bien personal.
El tercer movimiento Se ha enojado Kirchner y tiene razón, pero ¿Qué infraestructura física e intelectual respalda su política? ¿Qué coherencia y congruencia es asiento de su proclama? Hace poco decíamos que ninguna sociedad política puede tener vida próspera sin un “establishment” conformado por personas que, aunque de distinto signo, tengan un propósito trascendente común. Eso en la República Argentina no existe. Existió y existe, sí, el anhelo de conformar un tercer movimiento histórico, pero no pareciera que el objetivo de tal movimiento fuera el de llevar adelante una política universal de salvación, sino el de satisfacer intereses personales y sectoriales. En esto el poder político se parece mucho al empresariado argentino.
Recientemente el secretario legal y técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, dio el puntapie inicial para la conformación de este movimiento invitando a radicales y socialistas. Dijo el funcionario que “estamos siendo testigos de un final de época y no podemos cerrar Compromiso K a una corriente o un sector. Se reclama más audacia y pluralidad”.
Lo de Kirchner no es nada nuevo, ya lo había hecho Perón en su momento cuando conformó el justicialismo con radicales, conservadores, socialistas y una pléyade de intelectuales, dirigentes y hasta empresarios disconformes con un modelo de país que estaba agotado. Claro que Perón sabía que no podía permanecer en el tiempo ninguna estructura sin base doctrinaria y echó mano, por convicción desde luego, a la Doctrina Social de la Iglesia para fundar su movimiento. ¿Qué doctrina sirve de base de lanzamiento a este nuevo movimiento que intenta Kirchner? Hasta ahora se desconoce.
Incoherencias Tampoco parece que entre anfitriones e invitados a la fiesta política haya demasiados acuerdos no sólo doctrinales, sino incluso informales. Repárese en lo siguiente: Binner y Lifschitz, dos rosarinos socialistas mimados por Kirchner (de paso dígase que Carlos Zannini parece que ha llamado varias veces a la Intendencia rosarina para ensulzar oídos), se pasearon por el coloquio de Idea y recibieron las felicitaciones de los empresarios mientras el presidente los repudiaba por sus políticas de precios y varios de sus ministros y el gobernador bonaerense se rehusaron a asistir al encuentro.
“Te felicito por el triunfo, esto es fruto de la continuidad”, le regaló un alto directivo petrolero a Binner mientras le palmeaba la espalda (¡qué paradoja no!). ¿Pero por qué habría de extrañar este desencuentro entre los protagonistas del soñado tercer movimiento? La incoherencia más grande no sólo se da en el propio justicialismo sino en el seno del gobierno, porque al coloquio asistió el propio Lavagna que mantiene serias disidencias con el presidente y varios de sus ministros y cuya permanencia al frente del ministerio más importante se debe sólo y exclusivamente al temor presidencial de que su retiro provoque consecuencias impredecibles. ¿Cuánto tiempo más permanecerá Lavagna? ¿Horas, días, acaso unos pocos meses?
¿Profecía del movimiento nonato? De todas formas estos sucesos políticos del presidente tendientes a crear el tercer movimiento, aunque carezcan del manual doctrinal que caracteriza al justicialismo, son muy parecidos a los que hizo Perón. Como ya se expresó, se procura aglutinar en torno de un propósito a diversos sectores políticos; pero las semejanzas no se acaban con ello. Por ejemplo: la enemistad de Perón con la Iglesia Católica y especialmente con monseñores Tato y Novoa, recuerda bastante a esta mala relación que hoy Kirchner tiene con la Iglesia y con monseñor Baseotto, entre otros. La contracumbre y la verborragia presidencial en Mar del Plata contra el poder yanqui se parece mucho a la consigna “Braden o Perón”. ¿No será que tantas coincidencias auguran un tercer movimiento “nonato” en virtud de que fueron estas circunstancias las que determinaron la caída de Perón?
Claro que el exilio y los años le hicieron comprender a aquel general apasionado e inteligente, uno de los grandes estadistas que tuvo el país, más allá de las diferencias que se puedan tener con él, que la política grande no puede hacerse a lo matón y caprichosamente. Por eso a su regreso, con voz apacible e irradiando la paz de quienes han alcanzado a conocer y comprender la verdad, les tiró por la cabeza una cita evangélica a algunos de los que se habían reunido a escucharlo en la casa de Gaspar Campos: “Muchachos: mansos como la paloma, astutos como la serpiente”. El Perón de los últimos años conjugó inteligencia y sabiduría, que no son la misma cosa y entendió que ninguna sociedad puede desarrollarse sino en el amor y por el amor. No puede haber prosperidad sino hay coherencia aún en la diversidad, respeto, prudencia.
Ninguna sociedad puede crecer y alcanzar la paz si no tiene una estructura y una doctrina perenne en la que el bien común sea el paradigma a alcanzar. Sin embargo, lamentablemente, aquí todavía llora herida la Biblia contra el calefón.
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