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 domingo, 27 de noviembre de 2005  
Panorama político
La inflación viene, la ira no se va

Mauricio Maronna / La Capital

Roberto Lavagna aún no se fue del gobierno porque no encontró una buena excusa. A Roberto Lavagna el presidente aún no lo echó del gobierno porque buena parte de la dirigencia empresarial más influyente no sabe si hay vida sin Lavagna.

Se trata de algo más complejo y serio que un juego de palabras, es la reedición de una cuestión que viene desde allá lejos y hace tiempo: en el peronismo no hay espacio para liderazgos bifrontes, y los ministros de Economía son los únicos que pueden eclipsar el presidencialismo. Para más datos, chequear la oscilante relación que mantuvieron Carlos Menem y Domingo Cavallo.

La última semana política terminó con las mismas claves con las que se inició la etapa K. Crispación, violencia verbal, dureza intelectual, acusaciones y la eterna y peligrosa lógica de amigo-enemigo para intentar dirimir las diferencias. Y por si esto fuera poco apareció Hugo Moyano recordando los días de 2001 en que los empresarios tuvieron que armar a sus empleados para evitar los saqueos.

Se repitió hasta el hartazgo el error de los analistas que vienen pronosticando cambios en las formas presidenciales.

  • Que amanecería un Kirchner distinto tras el aquelarre en que se convirtió el acto en la Esma con el general Roberto Bendini subido a un banquito bajando cuadros de ex dictadores, y con el presidente arrogándose el título honoris causa de haber sido el único mandatario que chasqueó los dedos frente a las violaciones a los derechos humanos.

  • Que alumbraría otro estilo tras la imponente manifestación organizada por Juan Carlos Blumberg (casi 250 mil personas) que puso en jaque la política de seguridad.

  • Que tras la orgía de encuestas reivindicatorias hacia la gestión del santacruceño aparecería un hombre dócil, paciente y tolerante a las críticas.

  • Que luego de la imponente victoria de Cristina Fernández ante el duhaldismo el jefe del Estado pondría la otra mejilla.

    Nada de eso sucedió. Kirchner es Kirchner, y le encontró una respuesta a la pregunta que Maquiavelo formuló en "El príncipe". Para el sureño es mejor ser temido que amado por los grupos de poder que no le caen en gracia. Y allí va el bravío comandante de la nave K, poniéndole la espada a la cruz, sugiriéndoles el mote de noventistas corruptos a los grandes supermercadistas y cerrando las puertas del despacho presidencial a todo lo que huela a oposición.

    Solamente los conversos serán recibidos en la otra orilla del Jordán. El tránsfuga Eduardo Lorenzo Borocotó estuvo con Patti, Cavallo y Macri pero, pese a esa foja de servicios indigerible para la gestualidad K, queda en el olvido cuando se trata de ganar una voluntad más "para tener quórum" (Fernando Braga Menéndez dixit). Eso en momentos en que la sociedad parece haber guardado en algún galpón de la memoria aquella conquista de diciembre de 2001, al constituirse en el nuevo estamento de control social.

    Que Borocotó asuma como diputado es una afrenta para todos los bienintencionados que sostienen (con razón) que este presidente constituye un salto de calidad respecto a sus predecesores. ¿Recuerda el lector cuando la clase media, a puro cacerolazo, expulsó del poder a Adolfo Rodríguez Saá, no por haber declarado irresponsablemente el default, sino por designar como funcionario al prontuariado Carlos Grosso?

    Pese a la resignación, habría que volver sobre un apotegma de Emile Cioran: "Antes del despertar, atravesamos horas de euforia, de irresponsabilidad, de ebriedad. Pero tras el engaño de la ilusión, viene la saciedad". El gran dilema es evitar caer en esa dualidad tan argentina que se bambolea entre ilusión y desencanto, optimismo y desolación, entusiasmo y apatía, docilidad y crispación. La receta para curar ese mal crónico conlleva dos palabras: sentido común.

    Kirchner sigue siendo el jefe de todos los jefes, navega con viento a favor y cuenta con la inestimable complacencia de una oposición que se bambolea entre la ausencia y la mediocridad.

    Toda teoría puede quedar en un palabrerío vacuo si no se citan cuestiones empíricas. Y aquí van: Elisa Carrió cambió abruptamente los aires serranos y los bálsamos de La Posada del Quenti para aparecer en un programa de televisión y denunciar corrupción entre empresarios y el ministro Julio De Vido. ¿Y el episodio que involucró a Enrique Olivera, acusado de tener cuentas secretas engrosadas por el lavado de dinero?

    En un país normal, la comprobación de que un candidato fue víctima de una operación semejante por parte del gobierno de turno hubiera generado un escándalo de proporciones hacia los responsables, búsqueda de apoyos hacia la ciudadanía, pedidos de renuncia, interpelaciones y un rosario de impugnaciones. "Acá no pasa nada", cantaba Rubén Rada en los 80.

    Los vergonzosos episodios que están sucediendo en la Legislatura porteña (donde el macrismo y sus aliados son mayoría y responsables de que tome entidad aquello de que la tragedia y la farsa, a veces, están unidas) hacen pensar que tal vez la victoria legislativa de la centroderecha sea solamente una flor de primavera que se seca cuando llega el primer frío.

    Lenta pero fluidamente, la Argentina de la ramplonería empieza a esmerilarse por la contundencia de la realidad: se necesitan 800 pesos para no ser pobre, la canasta navideña ya está a la altura de las nubes, los salarios empiezan a escurrirse como un cubito en el Sahara y un ejército de beneficiarios de planes sociales sobrevive con apenas 150 pesos.

    El gobierno y los empresarios deberían trabajar mancomunadamente para que la inflación no se convierta nuevamente en un virus que termine por contaminar lo que trabajosamente se ha estado formateando. A menos que los argentinos tengan la capacidad de patentar la diatriba contra las góndolas y el uso de piquetes como nuevo método de control de la suba de precios.

    Por Santa Fe y lejos de estas cuestiones, la buena estrella sigue iluminando a Agustín Rossi, quien fue a pedirle a Alerto Fernández una vicepresidencia en el bloque justicialista para algún "compañero" y terminó siendo presidente de la bancada.

    Por primera vez en la historia un rosarino ocupa ese lugar, mérito de Kirchner, quien parece entender que la sociedad necesita de nuevos rostros. Más allá de las especulaciones en torno a que Rossi fue ungido para morigerar el liderazgo de Carlos Reutemann (más silencioso que nunca tras su fallida aparición en una radio santafesina desligándose de la derrota), la provincia tendrá de ahora en más un lugar estelar a la hora del protagonismo.

    Hermes Binner (el ganador de los últimos comicios) también fue ungido como jefe del bloque socialista y desde el 10 de diciembre comenzará a aclararse si el líder del PS encabezará la oposición de centroizquierda o hará que sus correligionarios adopten ciertas propiedades del estilo K.

    Luego del 23 de octubre el gobierno de Jorge Obeid no tiene más margen de error. Hará falta que la polifuncionalidad de Roberto Rosúa (una especie de Juampi Sorín en la selección de Marcelo Bielsa) tenga acompañamiento a la hora de ponerles el pecho a los problemas.

    "Pensando en el 2007 también se necesita que el Lole deje de regirse por el código Morse (un sistema telegráfico que reemplaza con signos las palabras) y empiece a dar señales, caminar la provincia", dice un conocedor histórico de los pliegues del PJ. También deberá evitar que aparezcan esos eufemismos gelatinosos del tipo "kirchnerreutemismo", que resultaron un pésimo placebo a la hora de desalambrar la provincia.

    Para el justicialismo, Rosario, desde el 83, siempre estuvo lejos. Y ahora más. La buena gestión del intendente Miguel Lifschitz y la ausencia de una oposición sólida ubican al jefe del Palacio de los Leones en las marquesinas nacionales más importantes. Se lo ha ganado por derecho propio.

    Cuando las aguas bajan turbias y las sombras ganan espacio, debería llegar el tiempo en que se debata el uso de los preconceptos sobre empresas privatizadas o estatizadas. Suez (sin pena ni gloria) deja la concesión de Aguas Provinciales; las autoridades de la EPE vislumbran un verano oscurecido por los cortes pese a que la empresa cobra las tarifas más caras de todos los servicios públicos.

    Cuando lo urgente y lo importante vayan de la mano, la realidad será más predecible y el futuro amanecerá más límpido.


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    El presidente Néstor Kirchner y Agustín Rossi.

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