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 domingo, 27 de noviembre de 2005  
Interiores: desencadenante

Estamos acostumbrados a pensar en términos que dicen que para las crisis, en especial las de la locura o las de los conflictos y aun las de guerras, existe un factor desencadenante que viene a desatar lo que hasta ese momento estaba bajo control, encadenado y atado. El generalísimo Franco que logró su sueño de que en el supuesto caso de morir la parca lo "pillara" dictando en la cúpula, y que además protagonizó una agonía interminable en la que se temió que el poder lo hubiera vuelto inmortal, tenía una frase célebre, para siempre pegada a su figura de dictador implacable y caudillo de España: "Todo está atado y bien atado".

Naturalmente que Franco no sólo se refería al presente de una España en clausura que mantuvo unida en un coto de la derecha católica, sino que con su sentencia se refería especialmente a la España que lo iba a suceder frente a la inevitable muerte, ya que a veces solamente la biología puede poner límites a una enfermedad social tan extendida como la patología del poder. Precisamente, que todo esté atado y bien atado es el sueño de todo poder, sueño cristalizado en esa frase paradigmática, seca, franquista y franca, todo en el mismo combo.

Si el presente está (supuestamente) atado, el tema es cómo atar el futuro, dado que lo por venir no se lleva demasiado bien con las certezas y es más bien dado a las sorpresas. Lo cierto es que los tiempos que sucedieron al caudillo fueron desatando y desencadenando lo que durante casi cuatro décadas se ató y encadenó para ofrecer y mostrar una única España y una España única, de forma tal que la guerra civil que ganó fue derrotada por la historia, y hoy la península ibérica se muestra como lo que es: un conjunto de pueblos diferentes que discuten, no sin problemas, su coexistencia en una España diversa.

Inmediatamente surge la pregunta si a nivel individual todo está atado y bien atado, como ocurre en la ilusión y la ingenuidad franquista que es en definitiva la ilusión y la ingenuidad del poder fascinado por el poder. Lo mínimo que podemos pensar de los humanos es que tampoco tienen todo atado y bien atado como sugiere la expresión saludo-interrogación: ¿Todo bajo control?

¿Por qué preguntarle al otro si tiene todo en orden, o todo bajo control? ¿por qué obligamos al otro a responder que sí, que todo está en orden?, pero fundamentalmente ¿por qué asimilamos convirtiéndolos en sinónimos al orden y al control?

En la base de dicha asimilación trabaja una idea muy importante que se nutre fundamentalmente de un prejuicio: el prejuicio que cree y concibe la locura como una alteración. Por lo tanto el loco aparece como un alterado, o proclive a alterarse, probablemente peligroso o en todo caso molesto. Sin embargo, curiosamente ciertas normalidades y ciertas locuras coinciden en un punto bastante clave: en sus ataduras y en sus encadenamientos. Como lo muestran muy claramente rituales que se repiten todos los días, o frente a determinadas situaciones, antes de dormir, o de salir a la calle, o antes de rendir un examen, o de jugar un partido, o como tener que lavarse las manos después de tocar cualquier picaporte.

Es decir, innumerables compulsiones y rituales que expresan todos los terrenos que comparten la normalidad y la locura. Es que el humano es un encadenado, atado como está a determinaciones externas y sujeto a la vez a determinaciones internas, un ser que además alberga un considerable número de prejuicios, lo cual da como resultado un espécimen con una conciencia más bien escasa de sus actos, gestos y dichos.

Lo cierto es que lo desencadenante viene a constituir un factor, es decir un elemento que se adosa a las causas de algún proceso todavía no desatado, y que por su acción produce la alteración de un orden que hasta ese momento todavía se sostenía, aunque más no sea "prendido con alfileres". En realidad habría que decir que todo orden en última instancia está prendido con alfileres, ya sea que se trate del orden interno de cada cual, o del orden externo que nos envuelve a todos. En cualquier momento un factor X, por lo general más o menos imprevisto, viene a desencadenar una crisis que altera el orden hasta ese momento.

Un ejemplo social de estos tiempos de un episodio desencadenante, es la muerte de dos inmigrantes en Francia que desencadenó un reguero de fuego por las ciudades de un país del primer mundo con un orden opresivo y discriminatorio. Con todas las diferencias del caso, a nivel individual o de las parejas hay factores muchas veces nimios que desatan crisis que por otra parte, no necesariamente son negativas. En suma, habría que poder distinguir entre lo que cambia y lo que se altera, ya que muchas veces los cambios no cambian nada, o más todavía, se hacen cambios para que nada cambie, razón por la cual la gente no cree demasiados en los cambios, ni individuales, ni sociales.

La alteración es otra cosa, porque en ella o a partir de ella el orden que sea se ha subvertido. Las alteraciones no se programan, más bien se desencadenan. Si embargo la alteración es un estado sin prestigio (más aún tiene chapa negativa), en cambio hablar del cambio en definitiva suena bien, ya que siempre flota la sensación que de todos modos la casa quedará en orden (con referencia a otra frase ingenua).

En lo posible debiéramos desactivar la asimilación del orden con el control, sobre todo en estos tiempos de controles crecientes que están en directa relación con un orden mundial que progresa en su injusticia. Es imprescindible imaginar un mundo distinto como cantaba y canta John Lennon, un mundo no sólo sin dictadores, sino también sin reyes y sin realeza que aunque tengan menos poder que antaño no por eso dejan de ser esperpénticos, un mundo en definitiva, sin el poder de la religión y la religión del poder.
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