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 domingo, 27 de noviembre de 2005  
El cazador oculto
"Un tema de conversación ineludible"

Ricardo Luque / Escenario

"Ahora veo las cosas por lo que realmente son". La frase aparece escrita de puño y letra de Madonna en la cubierta interior de su último álbum "Confessions of a Dance Floor". Y, hay que admitirlo, la Reina del Pop tiene razón: a cierta edad las apariencias no engañan más. Es como si, con el paso del tiempo, o mejor, con los golpes de la vida, los fuegos de artificio del éxito, la fama, el dinero, perdiesen brillo y dejasen de encandilar. Es igual a lo que sucede en una fiesta que se extiende hasta la madrugada, y es ahí, en la claridad del alba, cuando en los rostros apenas quedan rastros de carmín, donde caen las máscaras. Ya lo dijo el pensador italiano Adalberto Montanaro: "Después de una noche agitada, hay que huir antes de que salga el sol, como los vampiros". Pero la carne es débil, la historia de la humanidad está ahí para probarlo, y ante la tentación hay que ser muy hombre para dar un no como respuesta. Y eso fue precisamente lo que sucedió en la fiesta de cumpleaños de Canal 5 en Florida Club. Nadie, ni siquiera el ascético Carlos Bermejo, que desde que se vio en la campaña de vía pública de la radio extremó su dieta a límites inimaginables (no sólo no come sino que ya ni siquiera respira), pudo sustraerse al irresistible menú de la velada: pico libre y ¡choripanes! Sí, como en la cancha, y eso que entre los invitados estaban varios de los más prominentes ejecutivos de medios de la ciudad. Entre ellos, Julián García, que colgó el saco en la oficina y se dejó caer con una camisa blanca abierta hasta el ombligo, era el más entusiasta. Su voracidad dejó a las claras que no tiene problemas de colesterol y menos de incontinencia oral, ya que, entre bocado y bocado, se despachó con una seguidilla de chistes de salón que hicieron que se ganara el mote de Curly (el pelado de "Los tres chiflados", ¿se acuerdan?). A su lado, Coco López, que cada día se parece más a los tiernos villanos de "Los cuentos de la cripta", se moría por desempolvar alguna de sus soporíferas anécdotas soviéticas que, eso es seguro, venía al caso. Pero no pudo. Tampoco Alberto J. Llorente, que con el pelo blanco, saco claro y camisa negra parecía el negativo de un hombre elegante, y eso que se moría por contar la última llamada telefónica que recibió del Gitano. El tema obligado de la noche era otro. Pero había que hablarlo en murmullos, no fuera cosa de que se escuchara desde el VIP.
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