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sábado,
19 de
noviembre de
2005 |
Editorial
Tardío reconocimiento a un maestro
Si la palabra ejemplo debiera encarnarse en un hombre del tango —género musical argentino por excelencia—, difícilmente pueda superarse la valía del nombre de Horacio Salgán. El notable compositor, director de orquesta y pianista recibió hace pocos días un premio que realza el valor humano, no sólo artístico, de su figura.
En momentos que el país intenta reencontrarse con su identidad profunda después de sufrir los efectos del vendaval globalizador ocurrido en la década del noventa, una oportuna distinción permite reflexionar sobre la necesidad de valorar más que nunca lo propio. Horacio Salgán, una de las leyendas del tango -de las muy pocas que aún quedan con vida-, recibió el Konex de Brillante, que lo reconoce como el músico nacional más importante de la última década y que antes que él recibieron Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa. Un homenaje largamente merecido, que no llega a paliar sin embargo la sucesión de postergaciones que por largo tiempo sufrió el memorable compositor, director de orquesta, arreglador y pianista en el país al cual representa como casi nadie.
Muchas veces y acaso erróneamente asociado con la vanguardia del dos por cuatro representada con mucha mayor fidelidad por el genial Astor Piazzolla, el creador de ese clásico que es "A fuego lento" fue confundido con un innovador. En realidad, y tal cual lo destacan reconocidos especialistas, Salgán es quien lleva a sus máximos niveles de perfección las reglas del tango como género. Ajeno al espíritu improvisatorio, en las partituras que han pasado por sus manos es posible percibir hasta el más mínimo de los detalles de interpretación.
Pero no son sólo los inagotables matices de su talento los que justifican este texto. Horacio Salgán tiene ochenta y nueve años, y trabajó con incomparable humildad en lo suyo durante setenta y cuatro. En el inolvidable dúo que formó con el guitarrista Ubaldo De Lío y también en el Quinteto Real -magnífica formación de cámara que incluyó a otros instrumentistas de antología-, y por supuesto al frente de su orquesta, cuyas producciones discográficas son imperdonablemente escasas si se piensa en la magnitud del valor salganiano.
Ejemplo, entonces, de obra desarrollada en silencio, en el final del camino le llega el unánime reconocimiento: público y colegas -entre ellos, por ejemplo, Wynton Marsalis, Jean-Yves Thibaudet y hasta Daniel Barenboim- consagran como maestro a quien siempre lo fue y ocupa un lugar definitivo al lado de Julio De Caro, Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Miguel Caló, Armando Pontier y tantos otros creadores insoslayables de esa música que pertenece por igual a Buenos Aires, Rosario y Montevideo.
En el espejo de Horacio Salgán deberían aprender a mirarse los argentinos.
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