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 miércoles, 12 de octubre de 2005  
EDITORIAL
Plazas del día y de la noche

La ciudad atraviesa uno de sus mejores momentos en mucho tiempo. Indudablemente beneficiada por el cambio de modelo económico a nivel nacional y en el plano local por la continuidad de una línea en la gestión pública, su presente se exhibe venturoso e incluye el pronóstico de un crecimiento sin pausas. Sin embargo, y tal cual lo señalara certeramente hace pocos días monseñor Eduardo Vicente Mirás, fuera de toda duda existen "dos Rosarios": una que puede y lo muestra sin tapujos, otra que apenas sobrevive. Y las graves desigualdades sociales encuentran su correlato en el paisaje.

Es que esa urbe dividida en dos ámbitos de poder adquisitivo claramente delimitados queda reflejada con insuperable nitidez en un informe publicado el pasado domingo por este diario, donde se describían los bruscos cambios que acontecen en las plazas rosarinas al cruzarse la frontera temporal que separa el día de la noche. El mismo espacio que durante las horas de luz es utilizado por los niños para sus juegos y por los ancianos para tomar sol se convierte en territorio peligroso -virtual "tierra de nadie"- cuando las sombras reinan.

El ejemplo más obvio y flagrante de esta preocupante tendencia -típica, por otra parte, de muchas metrópolis contemporáneas, sobre todo del llamado Tercer Mundo- es la plaza Libertad, encuadrada por Mitre, Pasco, Sarmiento e Ituzaingó, corazón de la "zona roja" rosarina. El testimonio que un vecino brindó a La Capital despeja muchas incógnitas: "Mientras está el sol, se pone bárbaro. Los chicos disfrutan del arenero, un señor alquila autos eléctricos y la plaza está bastante bien cuidada. Pero de noche, ni la transitamos". No es el único caso: las plazas Montenegro -imagen del abandono-, de la Cooperación, Sarmiento y López ofrecen postales similares.

Las soluciones al problema distan de hallarse al alcance de la mano. La antigua figura del "placero" parece ser, tal cual lo aseguró un funcionario, vetusta: pero lo que preocupa es que esta idea de ciudad compartimentada, dividida por el invisible muro cronológico, se instale como un hecho natural. El espacio público debe ofrecer garantías a los ciudadanos, sea la hora que sea.

La situación es compleja y proviene de la intolerable agudización de las desigualdades al compás de los sucesivos desastres económicos. La reactivación sólo ayudará si se optimizan las hasta ahora deficientes pautas distributivas. Mientras tanto, las autoridades tienen la palabra. Es su deber brindar respuestas al lógico requerimiento de la gente.
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