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viernes,
23 de
septiembre de
2005 |
La renuncia de Olmos
Gustavo Conti / La Capital
Juvenal Olmos tuvo ayer su último vestuario en Newell’s, aunque ya sin jugadores. Pasó a retirar pertenencias y se fue en silencio, como llegó. Este hombre que fue aplicado en todos los deberes, a la hora de los exámenes se le quemaron los papeles, se encontró con una realidad distinta a la imaginada y no pudo o no supo revertirla. Esa duda perdurará hasta que dé sus explicaciones y quizás aún después, aunque si algo mostró el chileno en su cortísimo paso por el parque Independencia fue su transparencia en las palabras, al punto que muchas veces eso le jugó malas pasadas.
Pero, ¿por qué se fue Olmos? Por cuestiones futbolísticas, condimentadas con las económicas y otras de diversa índole, como no tener claro dónde estaba inserto ni cómo estaba realmente el club. Y dentro de las primeras, que fueron las determinantes, hay que decir que nunca encontró el equipo, que varios jugadores clave no le respondieron y que la pifió feo cuando le dio la cinta de capitán a Ortega.
La realidad de pretemporada
Olmos se instaló en Rosario mucho antes de empezar su contrato. Viajó, vio videos, observó jugadores. Tuvo tiempo de sacar conclusiones, elegir su plantel y sugerir refuerzos. Su primera medida fue darle de baja a Rubén Capria, ya que buscaba un equipo dinámico y moderno, que manejara variantes. Pero al final no se ajustó a ninguna. Quedó claro, no tuvo en cuenta el antecedente de Ribeca.
Después llegó la convivencia en Puerto Iguazú y la opinión resultó unánime: ningún jugador se privó de elogiar a Olmos ni de sorprenderse con sus métodos. Igual, en ese lugar le salió la primera mancha al tigre, cuando hizo público el pedido por refuerzos, que a su entender no llegaban en cantidad y calidad necesarias, más allá de que el primero de ellos, Damián Giménez, fue apuntado por él.
Olmos se desesperaba por delanteros de peso, un volante central y otro por izquierda, y sólo los tres primeros arribaron al filo del torneo, sin ser los que él marcó de entrada. Esa demora fue su primer registro de la realidad económica de Newell’s.
La realidad de la competencia
Los jugadores lo elogiaban hasta allí, pero la relación, sobre todo con los pesados, se resquebrajó al andar. Primero, sumó confusión desde Quilmes, cuando dejó de lado aquello de que quería dos por puesto, y metió al marcador central Gastón Aguirre de doble cinco cuando el trámite venía bien. Ejemplos de esos, de cambios inesperados, hubo varios a lo largo de su corto paso por Newell’s.
No fue la única causa de la tensión que surgía. Olmos le dio la capitanía a Ortega y perdió. Pese a que la intención de comprometerlo más fue buena, lo cierto es que Maidana se enteró por la prensa y se disgustó. Además, el resto entendió que la cinta se la gana con profesionalismo, algo de lo que el jujeño no es ejemplo. Pero además, Olmos se enteró muy tarde de los problemas económicos del plantel y sumó otro poroto en contra, porque no faltaron los que dijeron que vivía en una burbuja, más allá de que luego apoyó sus reclamos.
Por eso, la derrota en el clásico no fue determinante, sino consecuencia de lo que pasaba puertas adentro, donde además Ortega le pagó a Olmos la confianza faltando a entrenar antes de River y luego perdiéndose. Y donde varios pilares, como Belluschi, Maidana o Giménez bajaron su nivel, y otros pedían a gritos un lugar como Husain.
Tal vez la crisis económica, a la que Olmos no escapó, detonó la situación. Pero no pasó a despedirse y el clima tras su dimisión no fue de velorio ni mucho menos. Prueba inequívoca de que la armonía de Puerto Iguazú se había ya perdido, como quedó claro ante Arsenal, y que no había otro camino que la salida.
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El chileno se fue sin emitir opinión.
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