|
sábado,
02 de
julio de
2005 |
Personajes > Coco
El peluquero de los chicos
Empuñó su primera tijera siendo un adolescente. Hoy, 60 años después, ostenta un récord: le cortó el pelo a 25 mil recién nacidos
Florencia O'Keeffe
Al verlo llegar con su chaqueta blanca, inmaculada, su cabello gris reluciente, su maletín negro, no es raro confundirlo con un médico. Y aunque Reynaldo Bulfon circula diariamente por los sanatorios, en realidad se dedica a otra tarea. Coco, como lo conocen todos, es peluquero de bebés y niños, y ostenta todo un récord: peló a más de 25 mil recién nacidos. Con sus 75 años muy bien llevados, este hombre alto, gentil y entusiasta que hizo los trabajos más duros en la chacra y que además se desempeñó como mozo y albañil, sólo piensa en seguir cortando el pelo.
Coco es parte de la historia de miles de rosarinos. Es frecuente que aparezca en el álbum de fotos familiar tomando al bebé con una sola mano mientras con la otra les pasa la maquinita eléctrica. El trabajo, que comienza con madres, padres y abuelas atemorizados, termina con una sonrisa y con la fotografía de rigor. Mientras tanto, el pequeño cliente no se dará cuenta del cambio.
También concurre a domicilio, especialmente en la zona de Fisherton donde hizo sus primeras armas como peluquero profesional de niños. Los fines de semana Coco no descansa. Los dedica a visitar los countries donde corta el cabello de familias enteras, muchas de las cuales atiende desde hace décadas.
El peluquero acredita una experiencia digna del Guinness: hace 49 años que se dedica a pelar bebitos. Sus primeras experiencias con la tijera se remontan al año 45. Con sólo 15 años decidió que los cortes de pelo que su papá les hacía a sus diez hermanos “eran espantosos” y que era hora de hacer algo. “No quería que fueran tan peladitos al colegio, entonces me decidí y empecé a cortarles”, cuenta.
La fama no se hizo esperar y así apareció el que, podría decirse, fue su primer cliente: un colono que llegó a la chacra de Coco en busca de un buen corte. “Yo no quería cortarle y mucho menos cobrarle, de hecho, no se estilaba cobrar en esa época. El pobre se fue contentísimo y cuando lo acompañé a buscar el sulky, lo miraba de atrás cómo le había cortado torcido, aunque él se pasaba la mano contento con el resultado”, recuerda con inocencia y una sonrisa enorme.
Y así vino uno y otro y otro. Hasta que la familia Bulfon dejó su Helvecia natal para instalarse en Serodino. “Allí ya le había agarrado la mano y empecé a cortar como ayudante en una peluquería”, confiesa. Poco más tarde entró a trabajar en una fábrica de aceite de la zona, pero los sábados los dedicaba a su verdadera pasión. Con 22 años desembarcó en Rosario y luego de haber pasado por la experiencia del servicio militar —donde también se la rebuscó cortando el pelo para zafar de la fagina—, las necesidades económicas lo obligaron a tomar lo que viniera. Entonces fue peón de albañil y mozo en un varieté —donde conoció a los Cinco Grandes del Buen Humor y a Libertad Lamarque— y en el seminario Carlos Borromeo.
Su interés por la profesión lo impulsó a rendir examen para convertirse oficialmente en peluquero profesional, oportunidad que le otorgaba el gobierno de Juan Domingo Perón mediante una ley. Y aunque pasó satisfactoriamente todas las etapas, nunca colgó el cuadrito. La revolución del ‘55 derogó la ley y Coco nunca recibió el título.
Por amor a los chicos Durante sus primeros años de casado Coco se instaló en Fisherton, por eso sus primeros clientes fueron del barrio que prácticamente lo adoptó como peluquero de niños a domicilio. “Por entonces existía uno que tomaba todos los trabajos. Para no sacarle clientes yo cobraba más caro, pero lo cierto es que en pocos meses todos se cortaban conmigo”, comenta con humildad.
Con la Siambretta Coco recorría todo el barrio atendiendo familias enteras. “Maidagan, Petersen, Serra, Escalante, Casabona...”, enumera, y destaca la emoción que sentía al ser recibido con tanta alegría por tantos chicos.
“Generalmente en esas casas había un montón de niños que me esperaban ansiosos, contentos. Yo les ponía un cajón de soda de madera y un almohadoncito y les iba cortando. Entre ellos se peleaban por ser los primeros”, dice. La escena se repite todavía hoy.
En junio del ‘56 peló a los primeros bebés. Pero pasaron casi 10 años de esa primera experiencia para que Coco se animara a cortarles a los recién nacidos sosteniéndolos en sus propios brazos. “Ahora no puedo imaginarme que me ayuden, pero en esa época prefería que los sostengan las abuelas o las madres”, dice.
Tiempo después comenzó con el “circuito” de los sanatorios. Actualmente se levanta a eso de las 6.30 y a las 8 ya está en el Español; sigue después con su rutina por el Sanatorio de la Mujer y luego por el Parque, donde lo esperan las flamantes madres. Las tardes Coco las dedica a visitar los domicilios de sus pequeños clientes.
El peluquero reconoce que la edad más difícil para cortarles el pelo a los chiquitos es la que va de los 8 meses al año y medio: “Si te equivocás, perdiste, no los agarrás más”, señala con seriedad. Por eso Coco se toma todo el tiempo del mundo para cumplir prolijamente con su trabajo. Les pone su capita celeste o rosa, según corresponda, los deja jugar con peines, rociadores y hasta con el maletín si hace falta. “Lo más importante es que el chico se sienta libre, que no lo agarre nadie a la fuerza, yo los pongo en mi regazo si es necesario y ellos van entrando en confianza. Con algunos puedo estar una hora”, señala. Después del año y medio, afirma, todo es más fácil y “hasta te esperan con alegría”.
Para Coco lo mejor de su trabajo es el amor que le devuelven. “No hay nada mejor que el afecto de un chico”, afirma, y reconoce que ir a domicilio le permite “entrar un poquito en el corazón de cada familia, compartir otras cosas”.
El peluquero se sigue ocupando de las cabezas de las segundas y terceras generaciones de los que fueron sus clientes: “Para algunos soy parte de la historia familiar, los he visto crecer”, afirma.
“Amo tanto lo que hago que seguiría trabajando en esto aunque me gane la lotería”, dice, a la vez que reconoce que tiene más feeling con los varones, “en los que me especializo, aunque, en realidad, las nenas me pueden”, agrega.
Coco toma el último trago de café, se pone la chaqueta blanca, agarra el maletín y se disculpa porque tiene un cliente y no quiere hacerlo esperar. Mientras su fina estampa se pierde con rapidez en la nublada tarde rosarina nos queda la sensación de que cumplirá su promesa: “Hasta dentro de 20 años no paro”.
enviar nota por e-mail
|
|
|