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domingo,
29 de
mayo de
2005 |
El viaje del lector: la colorida magia de Siena
No he sido tocada por varita mágica alguna que me otorgara el don de conocer el mundo. Quién podría. Pero aún en mi humilde experiencia turística tengo la osadía de afirmar que en pocos lugares de este planeta se puede sentir lo que se siente en Italia. Y no se trata de una cuestión de descendencia o hermandad sino de una sensación que debe latir en el corazón de toda la civilización de Occidente por haberse desarrollado en aquellas antiguas tierras parte de la historia común a tantas culturas.
Italia debería recorrerse palmo a palmo, no hay nada para desperdiciar. Tanto se ha dicho de de la eterna Roma, de la única Venecia, de la inspirada Florencia, que con sólo nombrarla produce un sobresalto. Pero quiero contarles acerca de uno de los mágicos tesoros que no siempre son descubiertos por el viajero y que mi esposo y yo tuvimos la oportunidad de disfrutar: Siena.
Busco en el diccionario y leo siena: color entre amarillo oscuro y pardo rojizo. Escuché decir alguna vez que la luz solar, causa y origen de los colores, incide de distintas maneras en cada punto de la tierra de acuerdo a diversos factores que los astrónomos entienden. Por eso es que Londres es gris y Florencia es ocre, amarilla, verde, roja. Y por eso Siena es siena.
Apenas entramos en el laberinto de calles nos transportamos al medioevo. Nos dan ganas de tocar los muros altísimos para comprobar su realidad, porque la perfección de ese paisaje intacto nos hace creer por un instante que alguien montó una escenografía para engañarnos. Comprendo y me convenzo al considerar que Siena tuvo una época de oro, entre 1260 y 1348, durante la cual los ciudadanos adinerados construyeron hermosos edificios.
Peste negra
Sobrevino luego la decadencia de la mano de la peste negra primero, y por el asedio y posterior victoria de los florentinos doscientos años más tarde. Los vencedores entonces impidieron el desarrollo de la ciudad, de modo que Siena quedó suspendida en el tiempo. De pronto se abre ante nosotros la Piazza del Campo. Tiene una extraña forma semicircular trazada magistralmente sobre un terreno que se inclina hacia el centro y desde allí parece desplegarse como un abanico. Está dividida en nueve sectores que simbolizan el consejo de los nueve, responsables del gobierno medieval. En ese escenario se celebra dos veces al año (julio y agosto) la fiesta del Palio, una carrera de caballos muy particular en la que los participantes se visten con trajes de la época. El Palazzo Pubblico con su torre de 102 metros preside la plaza y en derredor se asientan los clásicos cafés con mesas al aire libre.
Allí nos sentamos a disfrutar de la vista y de los deliciosos "paninis". En eso estamos cuando oímos risas y exclamaciones. Un personaje nos brinda un espectáculo haciendo bromas con cuanto desprevenido pasea frente a él. Desata risas en los espectadores y en las sorprendidas víctimas, mientras la gente se acumula para sumarse a la diversión. Sin usar palabras y con una imaginación sorprendente el artista se gana las cuantiosas monedas que todos depositamos en su gorra.
Duomo de Siena
Retomamos la marcha para internarnos en el caserío, descubriendo. Todo es hermoso y no sabemos que aún nos espera una sorpresa. ¡Tantas iglesias hemos visto! ¿Cuál más bella? No sabríamos decir; y cuando creemos que el asombro ya no es posible nos encontramos con el Duomo de Siena. Tomamos distancia para apreciar la magnífica fachada gótica, con las estatuas de profetas esculpidas por Giovani Pisano. Adentro, enmudecemos otra vez. Paredes que alternan mármol azul y blanco dispuesto en franjas horizontales sostienen los techos ojivales salpicados de estrellas. Sobre columnas de igual diseño se apoya la bóveda. Una serie de escenas que representan la masacre de los inocentes más otros temas de alquimia y astrología medieval, cubren el suelo incrustado en mármol. Los paneles del púlpito octogonal tallados por Nicola Pisano describen la vida de Cristo. Qué más puedo decir. Nos vamos de Siena sintiendo esa mezcla extraña de alegría y tristeza.
El tren nos devuelve a Florencia a través de innumerables túneles que interrumpen el valle de la Toscana. Durante esos breves segundos sin luz en el interior del túnel, la visión de un color se impone a la ceguera. Un color entre amarillo oscuro y pardo rojizo.
Stella M. Lorenzatti
(Ganadora de esta semana)
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