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domingo,
29 de
mayo de
2005 |
Lecturas. Puertas de la libertad
El exilio cubano, en tono de comedia
Carlos Roberto Morán / La Capital
De a poco vamos conociendo la amplia obra del cubano Reinaldo Arenas (1943-1990), "obra maldita" de la literatura latinoamericana que durante años quedó congelada en el reducto del exilio de su país, la "gusanera" de Miami, como gusta (des)calificar el oficialismo de la isla. Así a su dolorosa "Antes que anochezca", a "El mundo alucinante", y a las cinco novelas que conformaron la llamada por el autor "Pentagonía", en la que mezclaba autobiografía y ficción escandalosa, se le suma ahora "El portero", una historia muy diferente a las habituales de este hiperbólico escritor en la que no queda para nada bien parado el american way of life.
Enla novela, Juan es un joven exiliado cubano que trabaja -en la Nueva York de los rascacielos y la indiferencia casi absoluta hacia el prójimo- como portero de un edificio de departamentos. En la misma apertura del libro nos enteramos que son otros cubanos exiliados los que en el futuro nos relatarán la historia de Juan, "un joven que se moría de penas".
Redactada entre 1984 y 1986, cuando Arenas estaba afectado por el Sida que lo llevaría al suicidio en 1990, el desaliento y la desdicha subyacen en esta historia que se presenta como humorística y alejada de las estridencias de sus textos más chocantes ("El color del verano", "El asalto").
Juan,solitario, intenta en primer término comunicarse con los humanos, todos personajes tan pintorescos como siniestros que habitan el consorcio, aunque sin lograrlo de ninguna manera. De una u otra forma, esos habitantes de la ciudad despiadada, que parece anular las emociones y la posibilidad del menor acto solidario, lo único que buscan con el portero es atender sus personales necesidades. Así Mary Avilés, a la que injustificadamente considera su prometida, lo utiliza para cumplir con su obsesión, el suicidio; los homosexuales Oscar Times (utilizan el mismo seudónimo) para sus fines eróticos, al igual que Brenda Hill -"mujer algo descocada, soltera y ligeramente alcohólica". No falta la que le pide plata, tampoco el dentista que quiere hacer su negocio intentando cambiarle toda la dentadura al portero o el administrador, que lo acusa de los robos que él mismo comete. O de cualquier otro problema causado por él o su familia. Y así de seguido.
Pese a la evidente falta de diálogo y a las humillaciones, Juan persiste en su idea, muy confusa, de salvar a esos humanos a los que intenta proponerles que lo sigan, porque él entiende que tiene "la respuesta" a todos los males.
A Juan, al igual que a Arenas, lo que le interesa es fugar de la realidad que padece. Y también del pasado, del que soportó en la isla para él regimentada, en la que era imposible llevar una vida libre, sin rendir exámenes. Y fugar del presente, de una vida sin calor ni destino. Pero Juan no sabe exactamente cómo salir de la encerrona. Sólo intuye que hay "una puerta".
Hasta ese momento el relato de Arenas -que en muchos momentos remeda el estilo de los informes- no termina de alejarse del verismo. Pero de pronto da un salto hacia la alegoría y la reflexión porque quienes dan respuesta al portero no son los humanos, sino los animales que también habitan con sus amos el consorcio.
Los animales, encabezados por una perra llamada Cleopatra, sufren al igual que Juan y, a diferencia de los humanos, lo entienden. De ahí que se comuniquen con él y preparen la huida hacia alguna o ninguna parte. Arenas se da tiempo para que cada animal cuente sus cuitas en monólogos un tanto reiterativos que hacen decrecer la importancia del texto.
Juan, que logra con los animales lo que no consiguió con los humanos, es presentado por los cubanos como "un arma secreta y fulminante" que poseen y que alguna vez utilizarán porque, dicen, "un pueblo en exilio y por lo tanto ultrajado y discriminado vive para el día de la venganza". No obstante el discurso, la novela termina admitiendo que para los Juan, como para los Arenas, no parece haber lugar en un mundo que siempre persigue al rebelde, al que busca abrir puertas a la libertad.
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