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 domingo, 29 de mayo de 2005  
Comunicación: recursos internos
La resiliencia se basa en la activación de las potencialidades que tienen todos los seres humanos

Nos sucede con frecuencia conocer o encontrarnos con personas, grupos o poblaciones o bien nosotros mismos, viviendo situaciones de estrés que parecen difíciles o imposibles de superar. Puede tratarse de situaciones de empobrecimiento, pérdida, marginación, enfermedad, económicas, así como catástrofes naturales o generadas por el hombre. La realidad nos ha ido mostrando que algunas personas, o bien nosotros mismos, no sólo somos capaces de superar estas dificultades, sino que es posible salir renovado y enriquecido de esas circunstancias adversas.

  Denominamos resiliencia a esta posibilidad que tenemos todos los seres humanos. La resiliencia es un término que proviene de la ingeniería y se refiere a la capacidad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones. En las ciencias humanas se utiliza para referirse a la capacidad que tenemos los seres humanos para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y vernos transformados por ellas. Es decir, la capacidad de enfrentar situaciones críticas e incorporarlas a nuestro proyecto de vida bajo una nueva perspectiva.

  La resiliencia se basa en las potencialidades y los recursos que los seres humanos tenemos en nosotros mismos y en nuestro alrededor. Está ligada al desarrollo y el crecimiento humano y se sustenta en la relación que tiene el hombre con su entorno.

  El reforzamiento de la resiliencia se construye mediante la estimulación del contexto, de la familia y de los pares. Es decir, se construye en relación con los otros. Promocionar la resiliencia implicaría, entonces, la activación de los recursos internos (introspección, independencia, capacidad de relacionarse, iniciativa, humor, creatividad, moralidad, pensamientos y emociones positivos, autoestima) que todas las personas, familias, comunidades, tenemos para sobrellevar los conflictos y crisis propias de la condición humana. Estos cambios en los individuos también pueden generar cambios en las familias y en las comunidades de las cuales forman parte.

  Ahora bien, si las cualidades resilientes dependen del proceso interactivo de las personas con otros seres humanos y considerando este contexto como una fuente de recursos y posibilidades para su desarrollo y calidad de vida, entonces, podríamos comenzar a concebir la promoción de las capacidades resilientes como un proceso comunicacional, un proceso que surge de la relación con el/los otro/s. Vale decir que, de acuerdo a cómo nos comunicamos o lo que es lo mismo, cómo nos relacionamos, podemos o no fomentar las capacidades resilientes en los otros.

  En mayor o menor medida, alguna vez nos ha pasado de participar de relaciones en donde prima la desconfianza, la lucha, la descalificación, la violencia, la agresión, la manipulación, el poder. Situaciones en las que terminamos, nosotros o los otros, sintiéndonos desconfirmados, desvalorados, desestimados, ignorados, sometidos, frustrados, lastimados, incomunicados, des-amados. Situaciones que afectan nuestra visión de quiénes estamos siendo, para nosotros y para los otros, que nos subsumen en un estado de confusión, de impotencia, de desolación, coartando nuestras capacidades, nuestro propio crecimiento como personas, impidiendo concebir alternativas diferentes de vida, de relacionarnos de forma diferente con la vida y con el mundo. En síntesis, impidiendo mejorar la calidad de nuestras vidas.

  Fomentar la capacidad de resiliencia, entonces, es un proceso comunicacional que apunta a la generación de relaciones bienhechoras, mediante conductas comunicativas de cuidado mutuo, de aceptación del otro como un ser legítimo, con todas sus capacidades y potencialidades.

  Ardua tarea la de generar conductas de este tipo cuando, por lo general, nuestras conductas habituales están basadas en preconceptos, juicios, creencias de todo tipo, apoyadas en la gran creencia de que son la verdad. Tal vez, para fomentar la resiliencia en los otros, primero se trate de empezar a observar nuestras creencias, a ver nuestras propias capacidades comunicativas y de relación. Qué efecto producen nuestras conductas en los otros con quienes nos relacionamos, cuáles son los obstáculos que me impiden ver a los otros como semejantes antes que diferentes y, eventualmente, si lo deseo, intentar transformarlas en conductas promotoras de capacidades resilientes.

  Desde este punto de vista, fomentar la resiliencia pasa a ser una responsabilidad compartida de todos los individuos cuando estamos en relación con otros, en todo momento de la vida.



Gloria Fornari

Especializada en Comunicación Humana y Sistemas Humanos
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