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domingo,
29 de
mayo de
2005 |
Interiores: encuentros
Jorge Besso
Es este un lugar que puede resultar muy especial, o por el contrario ser especialmente aburrido, pero también puede resultar sorpresivo o simplemente rutinario, lo que da como resultado que los encuentros entre los humanos son de un espectro bastante amplio, casi al modo de los antibióticos. Como se sabe los encuentros son tan variados como que van de los encuentros deportivos, hasta los científicos, pasando por los musicales, de trabajo, del ocio, a los que habría que agregar las citas del amor, sin olvidar al desamor y también los encuentros furtivos en los que muchas veces la pasión está en sus mejores aguas. También, desde luego, están los encuentros políticos y los encuentros mafiosos, que en ocasiones vienen a ser los mismos, y demás encuentros posibles e imposibles que se juegan a lo largo de la corta vida de los humanos.
Sin embargo se puede reflexionar sobre los encuentros organizándolos con relación a tres tipos básicos:
u Los encuentros.
u Los reencuentros.
u Los desencuentros.
Se puede pensar que los tres forman parte de la problemática general de los encuentros, de la gran familia de los encuentros. En el sentido de que los reencuentros y los desencuentros son una variante posible y de algún modo presente de todo encuentro, pero también en el sentido de que es en la familia donde todos aprendemos a encontrarnos a reencontrarnos y tantas veces a desencontrarnos.
El encuentro, en primera instancia, es una especie de milagro, ya que en definitiva probablemente el número de los encuentros que nunca se producen sea infinito, y esto por distintas razones, entre las cuales no es una razón menor el hecho de que en general los humanos tienen una órbita no demasiado amplia, y fundamentalmente repetitiva, que hace que tal vez no sean pocos los cuerpos y las almas afines que nos perdemos de encontrar. En cambio, en nuestros recorridos, venimos más de una vez a dar con almas incompatibles gastando de un modo un tanto irresponsable nuestro único turno de existencia.
Para los encuentros existen dos estrategias más o menos opuestas:
u La sentencia que proclama: el que busca encuentra.
u La proclama y el eslogan de Picasso que tanto para su pintura como para su vida exclamaba: yo no busco, encuentro.
La primera estrategia habla de la tenacidad y de la constancia de quien no se queda en los cajones y por tanto sale al ruedo a encontrar lo que busca. Lo más probable es que efectivamente lo encuentre, pero en cualquier caso encontrará lo que buscaba, tal vez ni más, ni menos. Pero en este encuentro no habrá sorpresas.
La segunda estrategia pone acento en lo contrario y por lo tanto la sorpresa es la estrella de la búsqueda. Quienes circulan con esta consigna se prenden y se desprenden con más facilidad de las cosas, tal vez huyendo de las rutinas y acentuando los descubrimientos.
También es cierto que ambas estrategias pueden mezclarse según momentos distintos en la vida de alguien, incluyendo la propia vida de Picasso, que con toda probabilidad en más de una ocasión habrá perseguido tenazmente un objetivo, o algún trazo muy buscado.
Nada como el amor para los encuentros, los reencuentros y los desencuentros, todos los cuales hasta pueden suceder con la misma persona, en interminables peleas, e igualmente en interminables reconciliaciones, en relaciones que van envejeciendo con sus protagonistas.
Ahora bien, los encuentros en el amor son los encuentros en los que se encuentra más, y quizás habría que agregar, en los que se encuentra de más. La más de las veces los encuentros en el amor son una mezcla y una suma, de novedad y de reencuentro, ya que los amantes se vuelven a encontrar con una sensación que nunca sintieron. Lo que seguramente viene a formar parte de las tantas paradojas humanas, y en esto reside el plus del amor, una suerte de IVA, es decir de valor agregado, tanto al otro como a la vida que se tiñe, es decir teñimos, con viejos colores nuevos.
Como se sabe los desencuentros arrasan con todo, esto es, tanto con los encuentros que ya fueron, como con los reencuentros que pudieron ser y no fueron. Los desencuentros del desamor suelen hacer mucho ruido, como canta Sabina. Tanto ruido, dice Joaquín, que los ex-amantes no oyeron el ruido del mar, ni oyeron el ruido del final, lo que tantas veces termina en ruido de abogados.
Curioso destino que unas cuantas veces tiene el amor cuando va a parar a los tribunales, donde las partes que un día creyeron ser un todo, litigan por bienes y afectos. Curioso ya que las paredes y los mármoles tribunalicios suelen ser lo opuesto a los paseos por el mar, por las camas o por las plazas y los parques. Tampoco tan curiosos, por ser tan habituales los contrastes entre humanos, además de que (sin que existan estadísticas al respecto) el desamor y los desencuentros reciben más cantos que el amor.
Es que en la palabra amar está el mar y frente al mar el ser se expande sin límites, a lo sumo con un horizonte, un horizonte que de todos modos siempre se puede correr. Pero el mar también puede ser un mar de dudas que terminen ahogando a los amantes, o al amor, o a ambos.
En los aeropuertos y en algunas estaciones suele haber lo que se llama "punto de encuentro", señalizado en el piso, muchas veces con una "X", un lugar diseñado para que dos que no se conocen, finalmente se encuentren. Es decir para que dos desconocidos comiencen a conocerse a partir de esa "X" que los junta. Pero también a partir de la X que cada uno es para el otro, en el sentido de la incógnita que cada cual es para el otro.
En cierto modo así ocurre en la vida en que atravesamos puntos de encuentro con el otro, y también claro está de desencuentros: lo que importa es que tanto los encuentros como los desencuentros son ocasiones más que propicias para tratar de despejar nuestra propia "X", ya que hay veces que el otro está en mejor posición para conocer y mostrarnos algo que no sabíamos de nosostros, por la inveterada ceguera del Ego.
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