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 jueves, 26 de mayo de 2005  
Piquetes: ¿final de un ciclo?

La Argentina sufrió al arrancar el nuevo siglo como tal vez no lo había hecho nunca a lo largo de su historia. El estallido del sistema de convertibilidad, parámetro bajo el cual se desarrolló la crítica década del noventa, trajo consigo una fuerte crisis política y el derrumbe económico de la sociedad, dejando impensadamente a más de la mitad de la población de un próspero país por debajo de la línea de pobreza. Al compás del desastre se acentuaron formas de protesta que habían nacido sin embargo mucho antes, hijas de la recesión y el creciente desempleo que provocó el "uno a uno" entre el peso y el dólar. Entre ellas, la más emblemática son sin duda los piquetes. Pero acaso haya llegado el momento en que se deba comenzar a descartarlos en beneficio del conjunto de la ciudadanía.

Un creciente consenso social así lo indica: los cortes de calles y rutas, efectuados por múltiples motivos pero básicamente para reclamar subsidios, han dejado de ser vistos con comprensión o simpatía por la gran mayoría de los ciudadanos. Sucede que la realidad se ha modificado notablemente desde diciembre de 2001 y, aunque la parte principal del camino de la recuperación quede aún por recorrer, la percepción general es que se trata de un momento donde el mejor aporte pasa por el trabajo duro y silencioso, además del respeto por el prójimo. En este sentido los piquetes fallan flagrantemente, ya que constituyen una de las modalidades de protesta que perjudican en mayor medida a la sociedad.

Esto no significa que la posibilidad de reclamar -garantizada por la Constitución- quede conculcada, sino que se busquen recursos distintos y menos agresivos. El gobierno nacional mantiene en torno de los piquetes una línea coherente, consistente en no reprimir pese a la demanda de muchos. Sin embargo, anteayer el presidente de la Nación fue explícito: "El camino es exponer las ideas en diferencia sin perturbarnos. Uno puede hacer una movilización sin tener que cortar la voluntad del resto", afirmó. Con ese pensamiento nadie que se considere democrático puede dejar de coincidir.

La anormalidad a la cual los argentinos se habían tristemente acostumbrado debe empezar a ceder de manera paralela a los pasos adelante que se den en materia económica. De otro modo se corre el riesgo de que sectores corporativos envilezcan lo que fue un instrumento legítimo en momentos de emergencia para convertirlo en una herramienta exclusivamente destinada a servir a sus propios fines.
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