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domingo,
22 de
mayo de
2005 |
Rigor y disciplina
Lucas Guagnini
Si algo recuerdan los que trabajaron con él es la disciplina extrema y rigurosa: al que hablaba mientras trabajaba lo citaba el supervisor. "Ser supervisor me agotó. La carga horaria era impresionante. Para mí la disciplina no era mala, pero a muchos no les gustaba y yo conocía a todos en el pueblo. No quería pasar a ser el hijo de puta que los maltrataba", contaría Luciano Caballero, a quien en Puerto Tirol llegaron a llamar "hijo de Blumberg" por la confianza que le tenía el ingeniero.
Blumberg llegó a hacer marchar a los obreros antes de trabajar y se enfurecía cuando pintaban los baños, al punto de haber llamado a la policía y facilitarle los legajos del personal para que compararan la letra del "vándalo" con la de los obreros. Por orden suya, las visitas de los empleados al baño se cronometraban. Su orgullo era haber instalado sanitarios "para gente que sólo conocía un agujero y al principio creía que se tenía que parar arriba del inodoro".
También tenía gestos propios de haberse hecho de abajo que lo diferenciaban de un gerente clásico: daba ropa de trabajo, hacía que el médico de la empresa atendiera a las familias de los trabajadores, organizaba fiestas de fin de año con aire comunitario, capacitaba a los obreros para que ascendieran con técnicos que llevaba desde Buenos Aires, le preocupaban la seguridad laboral y las condiciones de trabajo. En cambio, para los sueldos y las horas de trabajo no había alicientes.
(Fragmento de "Blumberg, en el nombre del hijo")
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