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domingo,
15 de
mayo de
2005 |
Del burdel al salón
Gustavo Varela
El tango, en sus orígenes, se construye sobre sí mismo, no es deudor de un mundo más feliz ni de una necesidad de cambio social. El erotismo de su danza no es signo de ninguna dialéctica con la moral imperante. Su fuerza instintiva convoca del mismo modo a la patota, al rufián, al pobre y al compadrito. No se escriben tangos a la crisis social de 1890 ni a la pobreza de los inmigrantes ni a la indigencia. No, el tango se inventa sobre la dicha de lo que se es y no sobre el dolor de aquello de lo que se carece. Es una fuerza plástica activa.
Afeitate el 7 que el 8 es fiesta no es la expresión de alguien que espera que las cosas cambien para que el mundo sea más justo sino la forma estética de una jovialidad sin corset moral.
Pero esta jovialidad de los inicios se extravía cuando el tango se espiritualiza, cuando la muralla del prostíbulo se derriba y el tango se expande por los salones de la ciudad. Allí se hace representación del mundo, de la época, tanto musical como discursivamente. Entonces, el instinto sexual que le daba forma se repliega y se vuelve reflexión, interioridad. Edifica un discurso moral sobre la base de la moral imperante, adoptando valores que le eran ajenos en sus orígenes. La puta del prostíbulo ya no será razón para la alegría sino una invitación a la reflexión.
(Fragmento de "Mal de tango")
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