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| lunes,
09 de
mayo de
2005 |
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Charlas en el
Café
del Bajo
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-Hagamos silencio, callemos las pasiones y dejemos que lo temporal y lo frívolo se pierdan en el abismo insondable y desconocido de la existencia. Retornemos a lo sustancial, a la esencia, al menos a una parte de lo completo.
-¡A la vida plena, a la poesía! Hablemos de las cosas trascendentes que se visten de simplezas.
-Y que por ello, precisamente por ello, corren a nuestro lado sin que lo sepamos.
-O si lo sabemos, son tan cotidianas esas cosas, tan elementales y eternas, que las suponemos pensadas para nosotros, convencidos también de nuestra eternidad. Así, nos creemos de algún modo que somos una suerte de dioses que, al punto del antojo, pueden tomar de tales cosas, gozarlas para después dejarlas hasta que un nuevo ciclo, el ciclo del deseo por lo relevante, nos impulse hacia ellas.
-Y mientras tales bienes danzan a nuestro lado, esperando que la péndola del tiempo (porque los seres humanos hemos hecho de nuestra existencia un movimiento pendular) o el antojo nos acerque a ellas, andamos errantes en el camino de la superficie mientras en el fondo del alma aguardan las humildes pero sustanciales entidades.
-Entidades invisibles casi siempre, pero que nos llevan a las grandes realizaciones.
-"Ten un poco de amor para las cosas", es un hermoso poema del español Francisco Villaespesa que me regaló cuando yo tenía unos 27 años un buen cura francés a quien solía preguntar yo sobre el destino del hombre.
-Recuerde ese poema. ¿Quiere?
-"Ten un poco de amor para las cosas:/para el musgo que calma tu fatiga,/ para la fuente que tu sed mitiga,/para las piedras y para las rosas./En todo encontrarás una belleza/virginal y un placer desconocido.../Rima tu corazón con el latido/del corazón de la naturaleza./Recibe como un santo sacramento/el perfume y la luz que te da el viento.../¡Quién sabe si su amor en él te envía/aquella que la vida ha transformado!/¡Y sé humilde, y recuerda que algún día/te ha de cubrir la tierra que has pisado!".
-Es muy hermoso.
-Sí y en él hay una gran sabiduría. La sabiduría de no perder de vista la verdadera realidad, la esencial.
-¿La verdadera realidad?
-Sí, porque me pregunto: ¿La realidad es una para el ser como individuo? Y me respondo: no, la realidad es apenas una imagen que puede reflejarse en múltiples espejos. La realidad no soy yo, sino lo que veo de mí y de mis circunstancias. Por ejemplo: yo y mis pecados, mis faltas, mi daño cometido al prójimo es una realidad, trágica, fatídica. Pero hay otra realidad que puedo observar en otro espejo de mi existencia: yo y mis virtudes, mis cosas buenas que de algún modo y en cierta aunque modesta cantidad he brindado al otro.
-¿Qué otras realidades?
-Yo y el Estado que me abruma, me humilla, me conculca; pero también ese yo y la gente que me da esperanzas. Yo y la angustia por una soledad que me cala hasta los huesos, pero también ese otro yo y el universo y en ese universo las cosas maravillosas de la vida que casi siempre me acompañan. Es cierto, a veces tales cosas desfilan ante mí sin que las vea.
-O las ve con ojos desdeñosos.
-Y entonces adquieren valor cuando me faltan. Afortunadamente, como dice Rosalía de Castro, otra poeta española, siempre hay otra fuente donde mitigar la sed de la existencia. ¡Es tan generosa la vida! "Ya no mana la fuente, se agotó el manantial; ya el viajero allí nunca va su sed a apagar". Pero la esperanza no se desvanece y añade luego: "¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura/donde humildes violetas el espacio perfuman".
-Lunes: trabajo, agitación, dificultades son apenas una imagen de la realidad. Pero hay otra imagen que es mejor no pasar por alto: unos ojos miran; un corazón late; una flor se mece por el viento; una canción; un niño; el canto de un pájaro; el cielo infinito y lo incomprensible; usted, yo, los otros; el amor, la poesía.
Candi II |
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"No creo que Kirchner aspire a un nuevo período presidencial"
Carlos Kunkel
Subsecretario general de la Presidencia
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