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 sábado, 30 de abril de 2005  
[Nota de tapa] La liga neoliberal
Cuando la economía tomó el poder
"Buenos muchachos", que publica Libros del Zorzal, desnuda a los economistas más influyentes de los 90. Aquí se ofrece un anticipo

José Natanson

El 2 de abril de 1982, Ricardo Hipólito López Murphy se levantó temprano. Saludó a su mujer, Norma Ruiz Huidoboro, se sirvió un café y, como hacía todas las mañanas desde su vuelta de Chicago, encendió la radio. Escuchó a un locutor que anunciaba que Argentina había invadido las islas Malvinas. En estado de shock, se puso un traje y salió volando para el Ministerio de Economía, donde lo recibió su jefe y amigo, el secretario de Hacienda Manuel Solanet. Entonces, un López Murphy entusiasmado y casi sin aliento le dijo lo que venía pensando desde que se había enterado de la noticia: que estaba dispuesto a viajar inmediatamente a las Malvinas para coordinar su integración al esquema económico nacional.

La pasión malvinera de López Murphy probablemente se vincule a su pasado radical, partido en el que militó desde joven y que en 1982 apoyó abiertamente la aventura de Galtieri. Es que, a pesar de ser uno de los economistas neoliberales más destacados, López Murphy fue hasta 1999 un afiliado radical. De hecho, se llama Ricardo por Balbín e Hipólito por Irigoyen.

Nació en 1951, en una familia de clase media, y comenzó a militar en 1969, en la corriente más combativa de la Franja Morada de la Facultad de Economía de La Plata. Poco después partió a Chicago, de donde volvería cuatro años más tarde, con el bigote intacto y las ideas cambiadas. En 1974 asumió como director nacional de Investigaciones Económicas y Análisis Fiscal de la Secretaría de Hacienda, un puesto que conservaría hasta 1983 y que revela uno de los datos menos conocidos de su pasado: aunque en un cargo de segunda línea, López Murphy fue funcionario de la dictadura. En los años siguientes se las arregló para mezclar su pasión por los números con su vocación política. Trabajó como consultor para el Banco Central de Uruguay, el FMI y el Banco Mundial, al tiempo que asesoraba a Fernando de la Rúa, por ese entonces un político prometedor que le había presentado un amigo de Chicago: Fernando de Santibañes. Con los años, su fama de economista duro fue creciendo, hasta que en febrero de 1992 fue designado al frente de Fiel.

A pesar de sus credenciales neoliberales, López Murphy se mantuvo a una cautelosa distancia del menemismo, por lo que su primera aparición en la gran escena nacional se demoró hasta 1999, cuando De la Rúa lo designó al frente del Ministerio de Defensa. Fue una gestión breve, que de todos modos le alcanzó para reclamar la incorporación de 15 mil nuevos soldados financiados con planes Trabajar (el hecho de que haya pocos sectores tan improductivos e ineficientes como las Fuerzas Armadas no afectó el pedido). Un año más tarde fue designado ministro de Economía, cargo al que renunció quince días después, luego de que una masiva protesta social rechazara el anuncio de un recorte de 1.100 millones de pesos en el presupuesto educativo.

Con un estilo campechano y un sentido del humor que no combinan con su dura expresión de comisario de pueblo, López Murphy abandonó el radicalismo y lanzó su candidatura para las elecciones presidenciales de 2003. Lo hizo con astucia, construyendo la ilusión de una derecha republicana y liberal que contrastaba con el pasado autoritario de muchos de sus aliados. No llegó al ballottage, pero obtuvo el 16% de los votos y se convirtió en el economista neoliberal que estuvo más cerca de llegar a la presidencia.

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Ninguna de las políticas aplicadas o sugeridas por esta elite de técnicos ultraortodoxos hubiera podido implementarse sin la colaboración inestimable de los organismos internacionales de crédito. Creados con propósitos diferentes, el FMI, el Banco Mundial y el BID se fueron convirtiendo, desde fines de los años 80, en los principales difusores de las nuevas ideas económicas.

Argentina adhirió al FMI el 17 de septiembre de 1956, bajo el gobierno de la Revolución Libertadora, y ya en ese momento el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, aceptó como parte del acuerdo inaugural dos condiciones que se repetirían una y otra vez, como un disco rayado, a lo largo de los años: una disminución drástica del déficit fiscal y la apertura a la inversión extranjera. El vínculo se mantuvo, pero la relación fue más bien tormentosa: a lo largo de casi cinco décadas, pasaron por Argentina 21 presidentes y 47 ministros de Economía, el dólar se disparó diez billones por ciento respecto de las sucesivas monedas locales y la deuda pública creció al menos diez veces. En ese período, se firmaron 21 acuerdos con el FMI.

(...) A principios de los 90, las transformaciones en el escenario mundial y el giro en la política económica permitieron, con la contribución invaluable de los economistas neoliberales, cambiar definitivamente la relación entre Argentina y los organismos financieros. El Banco Mundial, un primo hermano del FMI, se convirtió en el inspirador de muchas de las recetas del Consenso de Washington: las políticas sociales focalizadas, la descentralización de la educación o la rebaja de los gastos políticos, entre otra innumerable serie de iniciativas, nacieron en sus oficinas de Washington y fueron reelaboradas y adaptadas al contexto local por Cavallo, López Murphy y cía., cuyos lazos personales con los funcionarios de los organismos internacionales no eran nuevos: se conocieron en los 70, en los campus de las universidades norteamericanas, y construyeron relaciones provechosas que utilizarían más tarde y que se exploran en detalle en el tercer capítulo.

En suma, la experiencia argentina confirma la idea de una identificación directa entre la comunidad financiera internacional y la elite local de fanáticos del libre mercado. Cada uno de los siete acuerdos firmados entre Argentina y el FMI entre 1989 y el estallido de diciembre de 2001 tuvo un tono o un matiz diferente. Incluyeron cuestiones macroeconómicas, impositivas, arancelarias, financieras, educativas, vinculadas a la salud, la seguridad social, las provincias, los municipios, la legislación laboral y hasta al Código Penal Económico. Suscriptos bajo el mismo esquema ortodoxo, funcionaron procíclicamente, buscando disminuir o congelar el gasto en períodos de crisis. Y, más allá de sus particularidades, mantuvieron siempre tres exigencias en común: más reformas estructurales, una mayor apertura al capital extranjero y más, mucho más esfuerzo fiscal, a punto tal que, en el memorándum del 3 de diciembre de 1997, Roque Fernández se comprometió a implementar un "ajuste continuo" (sic).

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Los economistas neoliberales argentinos fueron funcionarios de prácticamente todos los gobiernos desde principios de los 70 hasta hoy. Ocuparon cargos nacionales, provinciales y municipales, económicos y políticos, legislativos y ejecutivos, en gestiones democráticas y dictatoriales. Aunque muy pocos escaparon a la tentación de la función pública, sólo dos ascendieron a la cúspide del poder y tuvieron el privilegio de manejar durante varios años el Ministerio de Economía.

Domingo Cavallo y Roque Fernández tienen personalidades muy diferentes. El creador de la convertibilidad es un hombre agresivo y autoritario, desequilibrado por momentos; el profesor del Cema es estable y discreto, y siempre defendió las medidas más duras como pidiendo disculpas. Sin embargo, los dos comparten algo más que su origen cordobés, su paso por universidades norteamericanas o su pasado como funcionarios de la dictadura.

Comencemos por Cavallo. La idea no es hacer una biografía del ex ministro, cuya trayectoria inabarcable se repasa en el siguiente capítulo, sino ponerse al día con quien fue durante años un protagonista central de la política y la economía argentinas y hoy, en los duros tiempos de la posconvertibilidad, permanece en las sombras. Cavallo vive en Boston, donde se refugió luego de la crisis de diciembre de 2001: en los meses previos a la huida los políticos no le atendían el teléfono, los amigos lo esquivaban y tenía que recorrer en auto las pocas cuadras que separaban su departamento en Libertador y Ocampo de sus oficinas en Tagle y Figueroa Alcorta, no sea cosa que lo corrieran con las cacerolas. Había suspendido sus caminatas mañaneras (con la consiguiente suba de peso), y su mujer, Sonia, hasta tuvo que ponerse una peluca para hacer las compras en el supermercado del Paseo Alcorta.

Encerrado en su corralito, el ex ministro huyó a una estancia en la Patagonia, de donde decidió escapar luego de que los pobladores desplegaran carteles en los que lo trataban de "verdugo". Pasó primero por Nueva York hasta que finalmente, después de un par de intentos frustrados por volver a Argentina, decidió instalarse en Boston: jubilación anticipada para el hombre que fue subsecretario de Desarrollo de la gobernación de Córdoba, vicepresidente del banco provincial, subsecretario Técnico y de Coordinación del Ministerio del Interior, presidente del Banco Central, titular de la Fundación Mediterránea, diputado nacional, ministro de Relaciones Exteriores, superministro de Economía, otra vez diputado nacional, y nuevamente superministro de Economía. Candidato a diputado, a presidente, a jefe de gobierno, enemigo de Yabrán y de Menem, preso por la venta ilegal de armas, creador de la convertibilidad y el corralito, el economista cordobés fue durante su hiperkinética carrera un actor clave de las decisiones argentinas. Y, si López Murphy es el economista neoliberal con mayor proyección política, Cavallo fue hasta hace poco tiempo el más importante: sólo Alfonsín, Menem y quizás Duhalde lo superaron en protagonismo.

Hoy, casi tres décadas después de sus primeros pasos en la función pública, Cavallo vive en un pequeño y coqueto departamento con vista al río Charles, cerca de Harvard. Trabaja como docente en la cátedra Robert Kennedy de estudios latinoamericanos, rebusque que le consiguió su amigo, el ex secretario del Tesoro norteamericano Larry Summers. El final de la convertibilidad (el estallido delante de sus narices) dejó apenas retazos de su prestigio internacional y puso en jaque su fama de salvador de países en crisis como Rusia y Ecuador. Cavallo es hoy un profesor de segunda línea: sus clases se dictan en un lugar apartado y sus seminarios, que no forman parte de los cursos regulares, tienen cada vez menos demanda. Trata de dar alguna conferencia de vez en cuando, pero no lo llaman como en otros tiempos, cuando llegó a cobrar 20 mil dólares por una charla. Está más flaco y distendido y su sueño de convertirse en un segundo Sarmiento quedó definitivamente atrás: una sombra gris de lo que fue, Cavallo se encuentra, como Argentina, bastante devaluado.

Roque Benjamín Fernández -Roque por Sáenz Peña y Benjamín por Cornejo, el gran economista cordobés que fundó la Escuela de Ciencias Económicas- está apenas mejor. Nacido en Córdoba, en una típica familia de clase media, Fernández estudió economía en Argentina y en Chicago y a su vuelta fue, junto a Carlos Rodríguez y Pedro Pou, uno de los fundadores del CEMA. Trabajó para la OEA, el Banco Mundial y el FMI, fue vicepresidente del Banco Central en los primeros años del menemismo y titular de la entidad durante la gestión de Cavallo en Economía. El 26 de julio de 1996, cansado de los forcejeos con el titular de la Fundación Mediterránea, Menem lo designó ministro de Economía con la complicada tarea de sostener el "uno a uno" luego de la salida de su creador, desafío que Roque decidió enfrentar profundizando hasta la crueldad los límites de modelo.

En sus casi cuatro años al frente de Economía, Fernández cultivó un cuidadoso bajo perfil, evitó confrontar con el Presidente y se consolidó como un ministro gris y discreto. Previsiblemente ortodoxo, se opuso sin levantar la voz a las pocas medidas positivas de aquellos años (como el Fondo de Incentivo Docente), pero no logró evitar el crecimiento del déficit fiscal y la deuda externa a niveles suicidas: buena parte de su fama de economista ortodoxo se esfumó durante se gestión, cuando quiso y no pudo controlar el rojo del Estado.

Abandonó el gobierno junto a Carlos Menem, en un ambiente de tranquila recesión, con lo que logró evitar el triste y solitario final de Cavallo. Más ortodoxo que su antecesor, Fernández conserva cierto prestigio académico y hoy trabaja en el 10º piso de la Universidad del Cema, como director del departamento de Contabilidad. De tanto en tanto escribe alguna nota en los diarios de negocios, donde mezcla algunas propuestas definitivamente poco originales (aumentar el superávit del 3 al 5%, realizar un aporte especial a los bancos) con largos artículos autojustificatorios. Uno de ellos, publicado en Clarín el 6 de agosto de 2002, lleva por título una frase no muy novedosa, pero sin duda contundente: "la culpa no es del modelo".


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Cavallo, considerado el economista neoliberal más criollo.

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