| domingo, 13 de febrero de 2005 | | | Charlas en el Café del Bajo - "Existe un singular pero muy simple secreto que proviene de la sabiduría de todos los tiempos: la más pequeña dedicación a una cosa, cualquier simpatía, todo amor nos enriquece en tanto que cualquier esfuerzo por el poder y la posesión nos roba fuerza y energía y nos empobrece. Así lo supieron y lo enseñaron los hindúes, y luego los sabios griegos y después Jesús, cuya fiesta celebramos ahora, y desde entonces lo han sabido también millares de sabios y de poetas cuyas obras han resistido el paso del tiempo; en cambio los ricos y los monarcas de sus respectivas épocas se han extinguido y han pasado. Podéis creer a Jesús o a Platón, a Schiller o a Spinoza, en todos ellos la última verdad es que ni el poder, ni la propiedad, ni el conocimiento dan la felicidad; únicamente la da el amor. Todo desprendimiento, toda renuncia por amor, toda compasión activa, toda entrega de uno mismo parece un empobrecimiento, una renuncia a la propia personalidad y sin embargo es un enriquecimiento y un engrandecimiento y constituye el único camino que nos lleva hacia delante. Se trata de una vieja canción y yo soy un mal cantor y un mal predicador, pero las verdades no envejecen y son ciertas siempre y en todas partes, aunque se prediquen en un desierto, se canten en un poema o se impriman en un periódico".
- Lo que acaba de leer Candi es un texto del genial e incomparable Herman Hesse, ese autor alemán que descubrimos en nuestra adolescencia con Demián. ¿Se acuerda amigo?
- Sí, después siguió El Lobo Estepario y la enseñanza de Siddharta. Pero este pedazo de enseñanza tan maravillosa me lo envió el amigo Jaime Olivé a quien le agradezco infinitamente que lo haya hecho. Agradezco además sus palabras que no merezco, pues yo sí debo decir que soy un mal cantor. Y el amigo nos hace pensar y trazar una reflexión sobre la cuestión del amor, una vez más y nunca será suficiente.
- Comencemos por adherir a las palabras de Hesse.
- Naturalmente. Por mi parte diré que en ocasiones, en muchísimas ocasiones descubrimos que amar no es fácil. Los seres humanos estamos sometidos a pasiones, a apetitos a veces desenfrenados por cosas insustanciales cuando no perjudiciales para el prójimo y para uno mismo. Doblegar estas pasiones no es tarea fácil y se da entonces lo que decía Jesús: "El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil". Hace pocas horas le escribí a una amiga disculpándome por algunas actitudes reprochables mías y le decía precisamente que en ocasiones me ocurre lo que decía San Pablo: "No hago el bien que quiero, más hago el mal que no quiero". Herman Hesse dice en Siddharta: "Analizar el mundo explicarlo o despreciarlo acaso sea la tarea principal de los grandes filósofos. Yo en cambio lo que persigo es poder amar al mundo, no despreciarlo, no odiarlo a él ni odiarme a mí mismo, poder contemplarlo -y con él a mi mismo y a todos los seres- con amor, admiración y respeto". Hesse pone en esta frase maravillosa una palabra clave: "poder". Porque a menudo, como dice Pablo, queremos amar, pero no podemos. A veces tampoco sabemos como amar.
- Este no poder, Candi, genera en las almas nobles, en los espíritus que causan a veces mal, pero que son esencialmente buenos, una culpa.
- Es cierto, un teólogo diría que esta culpa es la mejor arma de la que dispone el demonio para atrapar al ser humano haciéndole creer que no es digno de Dios. Un psicólogo, recordando a Freud, diría que la culpa se incorpora al hombre con la culturización, el lenguaje y el poder de razonar y que es una vivencia consciente o inconsciente que destruye la psiquis cuando no el organismo. Seamos eclécticos y digamos que los dos tienen razón al fin de cuentas: el mal se apodera del hombre cuando se frustra por no poder amar aunque en el fondo es lo que más desea. Sin embargo, querido amigo, el ser humano dispone de una herramienta fabulosa para desterrar la culpa, una herramienta que es ínsita al amor: el perdón. Porque no puede haber sino amor en aquel ser humano que, causando un daño, pide perdón. No puede haber sino un sublime amor en aquel otro que, aún herido, dice: "te perdono". A veces, amigo, amar no es fácil, pero entonces es necesario amar lo mismo sea pidiendo o pidiéndonos perdón, sea perdonando. Hasta mañana y perdón, de veras, por no ser mejores.
Candi II
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