| sábado, 12 de febrero de 2005 | La conciencia crítica de los Estados Unidos El dramaturgo deja una obra que se mantiene vigente y constituye para muchos un clásico del teatro Thomas Burmeister El gran dramaturgo estadounidense Arthur Miller siempre ha sido en su país un hombre aplaudido y a la vez odiado. Los cazadores de comunistas de la era de McCarthy descargaron en los años 40 y 50 su ira contra este escritor liberal de izquierda, debido a que no pudieron aplacar al ya entonces mundialmente famoso dramaturgo ni lograron obligarlo a que denunciara a colegas suyos. Por el contrario, los intelectuales estadounidenses celebraron obras como "Todos eran mis hijos", "La muerte de un viajante" o "Las brujas de Salem" como auténticos golpes de libertad espiritual.
Ahora, después de su muerte, inevitablemente resurgirá la disputa sobre la importancia de Miller para el desarrollo no sólo del teatro norteamericano, sino de toda la sociedad estadounidense durante las últimas décadas. Y una vez más, es de esperar que los críticos discutan sobre si corresponde a Miller o a Tennessee Williams el rango de principal dramaturgo estadounidense del siglo XX.
Y, por supuesto, se evocará nuevamente el recuerdo del teatral matrimonio de Miller con la estrella de Hollywood Marilyn Monroe. Independientemente de esta historia turbulenta, la mayoría de los críticos coincidían en que hacía tiempo que Miller merecía el mismo estatus de "clásico del teatro" como el alemán Bertolt Brecht.
La gran actualidad que han conservado sus obras, incluso varias décadas después de publicadas, quedó demostrada en 1999 con la nueva puesta en escena, muy aplaudida, en Broadway de "La muerte de un viajante", que fue galardonada con cuatro premios de teatro Tony, poniendo en evidencia que esta tragedia social escrita 50 años antes seguía interesando y conmoviendo al público.
Todavía hoy, la agudeza analítica con la que Miller observaba y dramatizaba su sociedad es presentada en clases de literatura y teatro como un ejemplo clásico de maestría artística. Generaciones enteras de dramaturgos han sido influenciadas por Miller. El alemán Rolf Hochhuth elogiaba las memorias de Miller, "Vueltas al tiempo", publicadas en 1987, como la "autobiografía políticamente más rigurosa y humanamente más conmovedora de Estados Unidos".
Muchos consideraban a Miller como la "conciencia de Estados Unidos", debido a su sinceridad y su análisis social insobornable. Por lo menos es cierto que se le podía llamar la "conciencia de la izquierda", a la que criticaba de una manera no menos perspicaz y despiadada.
Miller explicó en cierta ocasión que con su obra creativa pretendía promover nada menos que la "conciencia de la verdad de la humanidad". Para lograrlo, este hijo de inmigrantes judíos de Europa del Este, nacido en el barrio neoyorquino de Harlem, una y otra vez ponía a su país delante del espejo. Sabía perfectamente de qué estaba escribiendo.
Arthur Miller vivió en el seno de su propia familia el ascenso hacia la prosperidad y el derrumbe social. Como fabricante de ropa, su padre había amasado una fortuna que perdió en la década de los 30. Miller trabajó de camionero y en la cadena de montaje, fue redactor nocturno de un pequeño periódico y ahorró dinero para financiar sus estudios de literatura y dramaturgia en la Universidad de Michigan. (DPA) enviar nota por e-mail | | |