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 domingo, 30 de enero de 2005  
Lecturas
La oveja negra de una familia muy respetable

Carlos Roberto Morán / La Capital

"El inútil de la familia" de Jorge Edwards. Narrativa. Editorial Alfaguara. Buenos Aires, 2004, 358 páginas. $29.

Joaquín Edwards Bello fue un prolífico escritor y periodista chileno que vivió entre 1887 y 1968, año en que se suicidó por encontrarse afectado por una hemiplejia. Fue el "inútil de la familia", porque además de no haberse recibido de abogado ni cuidar la fortuna familiar, también se dedicó a despilfarrar el dinero en las mesas de juego, a vivir una existencia azarosa que terminó separándolo de familiares y clase social. Sobre este particular personaje que, pese a todo, fue celebrado por Chile como uno de sus mejores escritores, nos habla con verdadera pasión su sobrino, el también novelista Jorge Edwards, premio Cervantes, quien en el texto admite sentir cierta identificación personal con su biografiado dado que tampoco siguió los dictados familiares y en vez de ser abogado o financista se dedicó a la literatura, para volverse otro "inútil".

A Jorge la familia le "perdonó" su locura, pero no ocurrió lo mismo con Joaquín, tanto porque desde joven se declaró socialista y "comecuras" sino también, y eso sí que fue un mayor pecado, no tuvo reparos en contar las historias secretas de sus conocidos en sus libros de ficción. Resultó todo un escándalo, al punto de que cuando en 1910 publicó su primera novela, "El inútil", debió marcharse de Chile porque era demasiado evidente que hablaba sobre seres vivos y sobre hechos que hubiera sido mejor no airearlos.

Edwards comienza la historia cuando su tío, primo hermano de su padre, viejo y próximo a quedar afectado por la enfermedad, pierde mucho dinero en una carrera de caballos por un error que lo pinta de cuerpo entero: equivocó el número y creyendo que apostaba por uno -el que ganó y pagó altos dividendos- lo hizo por otro, que salió segundo y, claro está, le dejó los bolsillos vacíos. Luego, el biógrafo-novelista retrocede en el tiempo y ubica a su tío, un verdadero "tarambana" de su época, jugando a lo grande, manteniendo relaciones con mujeres de toda laya, en una Europa aún no alcanzada por la guerra.

De ahí en más el autor de "Persona non grata" lo sigue por los múltiples derroteros en los que situó la vida a Joaquín, un típico bohemio del siglo XX, "escribidor" incesante, quien no tenía demasiados escrúpulos en transmutar en ficción los hechos ocurridos en la vida real. De manera tal que el sobrino puede cubrir las zonas desconocidas de su biografiado con los posibles patentizados en las novelas, en tanto emerge Chile como trasfondo permanente, como suerte de figura y sino tutelar, con sus luces, sus sombras, sus ideales y también aquello que se esconde bajo la alfombra. "Sin la enfermedad, sin la locura, como escribió el poeta, qué somos", se pregunta en un momento el biógrafo-narrador, quien en muchos momentos del relato intenta mixturarse con el personaje retratado por sentir, y admitir, reiteradas afinidades con este hombre rebelde que sólo pareció encontrarse consigo mismo cuando se casó con, Mayita, una "mujer de pueblo" con gran sentido práctico, quien lo amó y supo comprenderlo.

"Cambié de barrio, de clase social, de familia. Cambié de sangre. Cambié de pasado. Soy feliz. Este otro mundo me admira. En la clase alta yo no pude ser algo. En esta otra clase, descubierta por mí, he vuelto a ser un hombre con esperanza", escribió Edwards Bello en uno de sus últimos libros. Una confesión de parte que sin embargo no se traducirá en olvido. Por el contrario, Chile, cuenta su sobrino, siempre celebró sus columnas periodísticas publicadas a lo largo de cincuenta años en el diario La Nación de Santiago de Chile, leyó con entusiasmo sus novelas y su entierro fue todo un acontecimiento social, aunque su propia familia, la descendiente del prócer Andrés Bello, no se haya dejado ver.

"Veías la siutiquería (modismo chileno), la cursilería, como una forma de expresarse, de atreverse, de no tenerle miedo al ridículo, en un país lleno de tabúes, de vetos y hasta de verbos y palabras prohibidas: amor, ternura", escribe el sobrino quien en distintos episodios de esta biografía novelada "se mete", cobra papel protagónico, no elude contar sus propias flaquezas, sus entuertos y debilidades. Entuertos que, por ejemplo, comprende también sus disensos con el Partido Comunista y por lo tanto recuerda su difícil rol como embajador de Allende en Cuba (de la que fuera expulsado), en la que no dejaron de remarcarle que resultaba un estigma pertenecer a una "familia patricia" (un hermano de Joaquín fue el último embajador de Chile ante Batista), como también hace mención al discurso de despedida que Volodia Teitelboim -líder del PC- dirigiera a su tío muerto, reprochándole su "indisciplina" sustancial: "Era una manera de hacerte homenaje y, a la vez, de ponerte límites; de sostener que tu error había consistido en no ingresar al partido, en no someterte a su disciplina, en no militar en su maquinaria poderosa, que te habría dado respaldo y te habría orientado".

Novela, biografía, crónica, diario personal, todo confluye para dar sustento y entidad a "El inútil de la familia", que cada tanto recuerda al Vargas Llosa de "El paraíso en la otra esquina". Aunque en este relato hay más fuego y mayor compromiso personal, compromiso personal que se reserva la coda del final en la que reaparece el hijo mayor de Edwards Bello, un verdadero granuja que le hace vivir una difícil experiencia al propio Jorge. Más próxima a la ficción que a la realidad, la doble anécdota que cuenta Edwards al final le da un plus a este libro en el que el autor se cobra varias deudas y que concluye recordando, nada menos, aquello de Gide: "Familias, ¡cómo os detesto!".


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Edwards en el Congreso de la Lengua Española.

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