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 miércoles, 15 de diciembre de 2004  
Editorial:
Un cine que merece vivir

Rosario está atravesando, después de años duros, un momento que a pesar de la supervivencia de graves desigualdades sociales bien puede ser calificado de excepcional. El Congreso de la Lengua se erigió como el punto cenital de ese despegue, caracterizado por la reactivación económica, la masiva asistencia de público a eventos culturales, el avance de la obra pública, la apertura de flamantes megaespacios comerciales y la creciente armonía en el terreno político. En esta coyuntura es que un grupo de vecinos de la zona sur de la urbe se reunirá pasado mañana con el intendente Lifschitz para requerir el apoyo municipal a un objetivo sobre cuya nobleza no puede dudarse: la continuidad del viejo cine Diana, situado en pleno corazón de Saladillo y reabierto, para alegría del barrio, en octubre del año pasado.

El ahora llamado centro cultural está situado en una de las zonas con más profunda raigambre popular de Rosario, nada menos que enfrente del llamado "monumento a la mandarina". Desde su inauguración en 1944 hasta su cierre en 1972, funcionó exitosamente. Después, distintos negocios -mayorista de alimentos, carnicería y garaje- ocuparon el local, hasta que el abnegado esfuerzo de un puñado de vecinos logró la recuperación de su función original. Habían pasado nada menos que treinta y dos años desde que la pantalla se había oscurecido, al parecer para siempre.

Luego un subsidio municipal de mil pesos mensuales permitió que siguiera adelante, aun con las lógicas restricciones y dificultades existentes, entre otras un notorio deterioro edilicio que la buena voluntad no alcanza a subsanar. Pero esa contribución cesa a fin de este mes y entonces el futuro se sintetiza en un gigantesco signo de interrogación.

Este viernes los preocupados vecinos se reunirán con Miguel Lifschitz. Su sueño y también su apuesta de máxima es la reedición de la valiosa experiencia del cine Lumière, hoy centro cultural luego de que el inmueble fuera adquirido por el municipio.

Claro que la concreción de su ilusión no parece sencilla. El valor del inmueble de Nuestra Señora del Rosario y Lituania no se conoce y su dueño incluso requirió que la Municipalidad lo tase, pero sin dudas que su adquisición demandaría una inversión considerable. Claro que también podría pensarse, al igual que en el Congreso de la Lengua, en la bienvenida llegada de aportes privados.

Sea como fuere, lo central es que la sala que reúne todos los sábados a un cuarto de millar de chicos continúe funcionando. Será para indudable beneficio de la comunidad rosarina.
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