| miércoles, 15 de diciembre de 2004 | Malas palabras Soy usuario de malas palabras. No me resulta útil, por ejemplo, golpearme el pulgar con un martillazo destinado al clavo sostenido por el mismo y exclamar: ¡oh, que contrariedad! Nada hay en su estructura que las convierta en tales, ni es pecado pronunciarlas en público o en medios de difusión. Solamente es de mal gusto, como hurgarse la nariz con el dedo índice. Los únicos perjudicados por tales prácticas somos los usuarios de malas palabras, porque ellas, dichas fuera de los ámbitos en los que crecen, se desarrollan y mueren naturalmente (a solas, con personas de mucha confianza, en canchas de fútbol), pierden su fuerza arrolladora y pueden dejar de ser malas. De todas maneras, las palabras, buenas o malas, existen independientemente de la voluntad de las personas.
Juan José Mansilla, DNI 6.130.484
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